CAPITULO VII: No puede ser todo una mentira

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¿En qué finalizó la gresca entre mi mamita y Margarita? Pues, es difícil de relatar y es que acabó separándolas la policía. Como era de esperar, la ex esposa de Leandro, se hizo la víctima y quién terminó tras las rejas fue doña Carmen. –Voy a salir y te voy a sacar los pocos pelos que te quedan.... Porque eres puta, ¡¡¡Puta!!!- Gritaba desesperada la anciana mientras dos oficiales se la llevaban a la patrulla, moviendo sus piernas delgadas, desfigurando su tierno rostro ante la impotencia de ver la satisfacción de aquella víbora. ¿Qué debía hacer? No podía dejar que se llevaran a mi amada madre, tal vez qué cosas le sucederían tras las rejas.

-Discúlpame...- Es lo que le dije a la chocolatera cuando me acerqué. Me observó extrañada, sin entender qué me guiaba a decirle tal palabra. -¿Qué? ¿Quieres que impida que se lleven a esa vieja loca?- Bufó antes de enmarcar en sus labios una sonrisa burlesca, alegrándose de nuestro sufrimiento. –No...- No pude más que responder ello y es que todo mi cuerpo temblaba ante la idea que había cruzado por mi cabeza. ¡Fortaleza! Es todo lo que repetía en mi mente, no era un paso fácil, tan solo que debía proteger a mi mamita. Respiré hondo y acto seguido, golpeé con todas mis energías la mandíbula de Margarita. Fue tal el impacto, que vi como las piernas de la mujer se elevaban por los aires antes de caer estrepitosamente al suelo. No tenía otra opción, debía lograr que la policía me llevara a mí también, así podría acompañar a doña Carmen.

-¡Eso es Janito! Ahora móntate sobre ella y golpéala con esa piedra... No... no, mejor anda a buscar un cuchillo a la cocina... ¡¡Descuartízala!! ¡¡Quiero ver sangre!!- Respondió mi madre ante el espectáculo que había hecho. Acto seguido, fue a mí a quien llevaron a la patrulla, mas no hice escándalo, había conseguido lo que buscaba.

Ahora me encuentro en una comisaría, pasando la noche en la misma celda que un regordete de brazos tatuados y vellos en el pecho, junto a un ladrón con un tajo recién hecho en el rostro y por último, un extranjero cuyo único pecado es haber entrado indocumentado al país. Doña Carmen está en la celda de al frente, donde dejan a las mujeres. –Nunca he tenido una amiga prostituta... ¿Es cierto que no les gusta lo que hacen?... Cuando joven tenía las tetas igual de paradas que las tuyas, solo que las mías eran reales. Éstas son de plástico... mira, si ni se mueven...- Es lo que dice la anciana mientras le da palmaditas a los senos de una meretriz, una de las tantas que se encuentran allí detenidas por realizar su trabajo en la vía pública.

La noche ya ha caído y en este cuarto de concreto con barrotes, el frío comienza a atacar. –Necesito dormir abrazando a alguien... ¡Tú! El gordito, ven aquí que te usaré de almohada...- Grita el tatuado de abundantes vellos corporales. Volteo solo para comprobar que es a mí a quien llama. ¿En qué me he metido? ¿Qué me quiere hacer aquel mastodonte? Tengo miedo. –Mamita...- No puedo decir nada más, aferrándome a las barras de acero que me separan de doña Carmen. –Tú no te preocupes... Solo relaja el culo y abre bien las piernas. Yo te vigilaré desde aquí... Recuerda, por nada del mundo le muerdas el pepino cuando te lo meta por la boca...- Responde luego mi madre, como si estuviese dándome consejos de cocina. –Todavía recuerdo mi primer anal... no pude pararme erguida por una semana...- Comenta alegremente una de las prostitutas, dando inicio a una conversación en la celda de al frente, mientras yo soy secuestrado por el humano peludo.

Pasa la noche y despierto con todo el rostro babeado, es que el hombre que me usó como almohada, duerme con la boca abierta. Y eso no es todo, ya que sus ronquidos retumbaban en mi oído como gritos de bestiales lobos salvajes. No pude dormir nada y lo único que deseaba era salir pronto de prisión, espero que haber golpeado a una vecina chismosa, no tenga una pena muy elevada.

-Quedan libres, aunque con prohibición de acercarse a la afectada... Caso cerrado.- Es la sentencia que da el fiscal a cargo. Como si quisiera aproximarme a esa víbora, creo que finalmente se ha acabado la pesadilla y para ser sincero, fue en vano pasar una noche en prisión. Mi madre parecía más en una pijamada que presa. Con las meretrices conversaron durante largas horas, dándose consejos de cómo cuidar sus pieles, qué cortes de cabello les convenían más, culminando con un montón de relatos privados que jamás quise saber. –A mi esposo antes le gustaba que me disfrazara de monja, porque cuando pequeño asistió a una escuela de religiosas y desde ahí, quiso cogerse a una...- Son las palabras que se han quedado grabadas en mi memoria, las mismas que pronunció doña Carmen anoche, hablando de mi padre.

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