CAPITULO XV: Adiós

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Es como si me hubieran arrancado el corazón y lo hubieran depositado en una jaula lejana, apartada de todo contacto con el sol, frío e inhóspito, allí donde ya no podré recuperarlo. David se encuentra en peligro, asechado por los pensamientos insanos de una desquiciada, que no le dejará vivir en paz aquel amor que ha nacido en su alma joven. ¿Cómo puedo protegerle si ni siquiera me dejan verle? Por más que insisto, que grito y pataleo frente a los policías de aquel Centro de Menores, nunca me permiten visitarle, sin importarles lo mucho que le quiero, que para mí siempre será un hijo. La desesperación de sentirme amarrado de manos, sin poder ayudarle, es la peor de las sensaciones.

Por mi mente transcurren millares de situaciones, todas terminando en desastre, en un mar de lágrimas de quien no debería pagar por mis errores, por la animadversión que Margarita ha creado hacia mí. Es tanta la agonía, que muy pocas veces pienso en la traición de Leandro. ¿Para qué? Es estúpido, una guerra estéril, si jamás me quiso, ya da igual entonces lo que haya hecho conmigo, solo seguía las instrucciones de su esposa. Lo que si me causa curiosidad, es si al escapar con Noah lo hizo queriéndolo o simplemente son amigos. ¿Sigue amando a la desquiciada esa? ¿O finalmente sucumbió ante las bondades de otro hombre? ¿De mi primo? Intento no darle importancia, no recordar el rostro del petizo y es que eso significaría seguir alimentando un amor que jamás existió.

Lo único bueno de todo este tiempo, es que mi papito se está recuperando poco a poco, y no solo en relación a su cuerpo, sino que también anímicamente. Es extraño que lo piense así, pero nunca le había visto tan feliz, aun cuando ahora está postrado en una silla de ruedas y su esposa está internada en un centro de rehabilitación. ¿Cómo puede ser eso posible? La razón da igual, lo importante es que nunca me había sentido tan unido a él, jamás había experimentado ser amado por mi padre.

Esta mañana ha sido tranquila, acompañé a don Carlos al hospital y ahora me dedico a cocinar. Es difícil hacer algo con tan pocas verduras y mucho menos sin carne, pero supongo que adhiriendo algo de amor, además de agua, podré crear una rica sopa. –Creo que alguien busca allá afuera...- Escucho de pronto la voz de mi padre, quien indaga un poco a través de las cortinas. ¿Quién nos vendrá a visitar hoy? Es extraño, porque nunca nadie viene, especialmente dentro de la semana. ¿Se le habrán quedado las llaves a Andrés? No creo, si fuese así, Puchi no le estaría ladrando tan decididamente. Dejo la olla en el fuego para poder atender a quien quiera que sea. –Buenos días...- Digo mientras doy vuelta la llave en la cerradura de la reja, solo que tras levantar la mirada, puedo darme cuenta de quienes se tratan. –Hola primo, adivina... volvemos a vivir con ustedes. ¿No es una buena idea?- Dice alegremente Noah, como si fuese de lo más normal que quiera mudarse a nuestra casa, después de abandonarnos y acompañado por quien tanto sufrimiento nos ha causado.

Me quedo pasmado, omitiendo que está el de cabellera azul, mirando detenidamente a Leandro, ese que ni siquiera tiene la osadía de levantar la vista del suelo. ¿Cómo? ¿Cómo tienen el descaro de regresar después de todo lo que hicieron? Las palabras de Margarita rondan por mi cabeza, atormentándome con sus verdades. Él nunca me quiso, fingió todo ese tiempo, dijo que me amaba desde mucho antes, que me espiaba desde su casa y que así se terminó prendando por mí. Todas las palabras que me dirigió eran mentiras, los besos fueron actuados y el calor, un simple espejismo. En este momento debo parece un imbécil, aún más de lo normal, contemplando al petizo, revelando que todavía sigo amándolo.

-No... ustedes nunca más volverán a pisar mi casa. No después de todo lo que nos hicieron...- Escucho nuevamente la voz de mi padre, sin embargo, esta vez el tono es diferente. Grita enfadado, decidido a impedir que aquellos dos se entrometan en nuestras vidas. –Se lo suplicamos, por favor... estamos desesperados...- Las manos cálidas de Noah invaden las mías de pronto, asustándome y sacándome de mis divagaciones. Le veo arrodillado, mirándome con devoción, como si fuera el único en este mundo capaz de ayudarle. Mi corazón sucumbe ante su mirada, ante aquella demostración de dolor, de desesperanza. Si no soy yo ¿quién más podría socorrerlos? Mi boca está a punto de afirmar, cuando soy interrumpido una vez más por don Carlos. –No le creas Janito, ese es muy buen actor... Probablemente ya se han gastado todo el dinero y ahora no tienen más para sus vicios...- Pronuncia sin un poco de cuidado, no importándole lo que pueda provocar en quien es parte también de su familia. La casa es de mi papito, antes le he desobedecido, solo que ahora dudo mucho que sea posible evadirlo. –Lo siento...- Digo bajito, sin poder siquiera mirar a aquellos dos a los ojos, me da mucha pena saber que no puedo cooperarles, mas no puedo hacer nada. Intento cerrar la reja para así zanjar el asunto, solo que de la nada, sin previo aviso, me encuentro esta vez atrapado entre las manos de Leandro.

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