CAPITULO XI: No hay luz al final del camino

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¿Saben? El otro día me vi al espejo y vi mi nariz más pequeña, mi piel más tersa, mi cuerpo más delgado, mis ojos más grandes mientras que mis labios más carnosos. Ya no era el adefesio que solía contemplar a diario, sino que alguien nuevo, un sujeto más atractivo. No es que me haya hecho un tratamiento estético, ni mucho menos una operación, sino que las palabras de amor de Leandro han calado hondamente en mi corazón. –Eres el ser más hermoso que ha pisado la tierra... Me gustaría pasar a tu lado el resto de mi vida... ¿Cuándo me darás tu flor?- Ok, lo último que recordé que me dijo no es para nada romántico. ¿Por qué está tan impaciente? Yo todavía no quiero tener relaciones sexuales, me da un poco de pánico toda la mecánica que me han contado. ¿Y si sucediera un incidente bochornoso? No, no quiero traumatizar a nadie, mucho menos a quien tanto amo.

Jamás me había sentido tan vivo, con tantas energías y ganas de vivir. Hemos ido a tomar helado, a caminar por la plaza, me ha comprado ositos de peluche, corazones de chocolate, flores de múltiples colores y un sinfín de otras pequeñeces que me alegran innegablemente. Si bien todo ha sido muy rápido, siento como si esto fuese el inicio de una historia sin fin, porque... aunque en un principio no quería reconocerlo, creo que quiero pasar el resto de mi vida con Leandro. Tal vez me estoy precipitando, apenas llevamos un mes de noviazgo, solo que todo es tan hermoso, tan perfecto, como nunca antes había experimentado, que no deseo que se acabe. ¿Y si nos casáramos? Él tiene esposa, solo que podría solicitarle el divorcio... o que trágicamente se coma un pedazo de carne envenenada, muriendo como sucedió con mis perritos. No, nunca me atrevería a quitarle la vida a alguien, aunque sea la desgraciada de Margarita.

-El piso está sucio... las mamparas quedaron impregnadas con la grasa de tus dedos... ¿Esa es una telaraña?... ¡Limpia mejor, inútil!- Es lo que acabo de escuchar a mi espalda. Resulta ser que doña Petronila está más estricta de lo normal, tanto que cada acción que realizo la encuentra defectuosa. Tengo que volver a realizar mi labor, aunque según mis estándares, todo había quedado perfecto. No me enfado, y es que el estado de adormilamiento amoroso en el cual me encuentro, provoca que todo lo vea color de rosas, incluso los insultos y gritos que mi jefa me dirige todos los días. ¿Qué le estará sucediendo? Nunca ha sido amable, solo que antes por lo menos no me regañaba con tantas ganas, ni mucho menos tan seguido. ¿Tendrá problemas? -¿Y a ti qué te importa? Métete en tus asuntos...- Es lo que me responde justo después de preguntarle. Quise saber para poder ayudarla, posé mi mano sobre su hombro para reconfortarla, solo que nada resultó como quería. Si ella no busca ayuda, supongo que no puedo hacer nada para remediar su sufrimiento. Sigo con mi trabajo pensando en doña Petronila, nunca me ha gustado saber que alguien sufre a mi alrededor.

Limpio los azulejos del baño, cuando escucho unos murmullos insistentes. -¿Cómo se le ocurre entrar aquí?... Es una desvergonzada... ¿No será de esos hombres que se visten de mujer?... ¿Buscará sexo en los cubículos?- Los hombres a mi alrededor quedan impresionados al ver que una señorita de larga cabellera rojiza se lava la cara en el tocador especial para varones. Pronto me quedo mirándola también, haciéndome las mismas preguntas que escucho incesantemente. –Ay primito, qué bueno que me encuentro con alguien conocido...- ¿Qué? ¿Por qué me está hablando? Odio que me miren quienes me rodean y ahora resulta que los hombres del baño se congregan a ver a la pelirroja que se acerca para abrazarme cordialmente. Me quedo perplejo ante sus actos, y es que no recuerdo tener una prima con esas características. –Ay mensito, soy Noah... ¿No me reconoces? Es que no he encontrado trabajo y me contaron que estaban recibiendo a chicas para ser promotoras en los supermercados... ¿Por qué solo mujeres? ¿No pueden contratar hombres? Ellos me obligaron a vestirme de esta manera, solo que se me ocurrió sentarme con las piernas abiertas y notaron que debajo de la falda había un pene... Se me olvidó ocupar ropa interior... Un pequeño detalle...- Dice el chico de cabellera azul tras sacarse la peluca. ¿Cómo puede estar tan desesperado por laborar? Él está realmente loco, hasta me da un poco de miedo.

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