CAPITULO XVI: Jaque Mate

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"Querido Alejandro:

Aunque no lo crea, los mismos uniformados que no le dejan entrar a verme, me dicen todos los días que ha venido, que insiste con tanto ahínco, que se conmueven por lo mucho que me ama. ¿Será que soy merecedor de tanto cariño? Sé que le he defraudado, pero aun así sigue a mi lado, luchando por protegerme. Agradezco al destino todos los días por haberle puesto en mi camino, si no fuera por usted, jamás hubiera conocido lo que es ser amado.

Y sobre ello es que le escribo esta carta. ¿Puede creer que me he enamorado estando aquí preso? Resulta que he conocido a un muchacho, se llama Arturo y es un ángel caído del cielo, por lo menos eso pienso. Sus besos me llevan al cielo y necesito a cada momento abrazarle. Jamás había sentido algo tan hermoso, me hace pensar que vivo un sueño en vez de una pesadilla.

No se preocupe por mí, le prometo que me cuidaré y que esperaré hasta que la sentencia se cumpla. Saldré de prisión y volveré a verle, le abrazaré fuertemente e intentaré enorgullecerle, demostrarle que he cambiado.

Aunque le cueste comprender, soy feliz aquí, el amor lo ha cambiado todo y es que soy capaz de entregar mi vida a cambio de este chico.

Anhelando el poder volver a verle,

Le quiere,

David."

Es la carta que he encontrado entre las pertenencias de mi niño, esas que me dieron tras su fallecimiento. Él quería enviármela cuando pudiera, intentando consolarme y darme apoyo, solo que llegó a mis manos demasiado tarde, cuando él ya no está en este mundo. Leo sus palabras todos los días, lloro frente a ella, tanto que ya está manchada producto de todas las lágrimas que he derramado sobre sí.

A veces, en el silencio de las mañanas, logro escuchar su risa, aquella infantil y divertida que alegraba mi vida. ¿Dónde estás? Te busco en cada rincón de esta casa y no logro encontrar tu rostro. Despierto tranquilo, sosegado tras descansar, solo que al recordar que no te encuentras a mi lado, todo pierde sentido. Eras tan joven, tan inocente y este mundo te desperdició. Ahora solo puedo tranquilizarme con tus fotografías, con los recuerdos del niño que llegó a mi vida de la nada y me alegró infinitamente.

Realizo las mismas tareas de siempre, no he dejado de ayudar a mi padre, cuidar que todo esté ordenado en casa, de cocinar y limpiar, mas todo lo hago como si fuese una máquina, sin pensar ni sentir. –Ya no eres el de antes, ¿dónde quedó tu sonrisa? ¿Dónde está el hombre gentil que siempre tenía tiempo para ayudar al resto?- Fue lo que Leandro me dijo hace un par de días. Lo miré detenidamente, intentando dilucidar si lo que decía era cierto o una de aquellas frases que la gente pronuncia con tal de alegrar a otros. ¿Por qué al verle recuerdo el brillo amoroso de quien supuestamente me amaba? Todo era una farsa, una ilusión que no volverá a aparecer, tal como no volveré a ver nunca más a mi niño. ¿Por qué si soy tan estúpido no puedo simplemente perderme en mis divagaciones? No puedo sacarme de la cabeza a David, al hijo que he perdido.

Aquellas frases se repitieron en la boca del petizo por un par de días. Siempre las mismas preguntas insulsas, hasta que sin previo aviso, una mañana cálida de verano, me abrazó sin más. Su calor volvió a tocar mi piel, su respiración murió en mi cuello y el latir incesante de su corazón resonó en mi pecho frío. –No quiero verte así... me hace daño pensar que no volverás a ser el mismo de antes...- Susurró en mi oído, como una brisa tranquila, un anuncio cualquiera de quien supuestamente te quiere. Aunque sea por un segundo, logré sosegar la tempestad en mi interior y perderme en la calidez que aquel mentiroso me entregaba. Sin embargo, aquel contacto no perduró mucho más. Al tiempo, irrumpió Noah, quien nos observó detenidamente, analizando cada uno de nuestros movimientos, como si hubiéramos sido sospechosos de un crimen fatal. –No te preocupes, sé que todo esto es entre amigos... Confío en el amor que Leandro profesa hacia mí. Sé que no puede sentir nada más que gratitud hacia ti.- Me dijo mi primo luego de ver como su novio se alejó del comedor, escabulléndose en el patio, escapando de su aparente enfado. Simplemente no le tomé atención, ninguna escena de celos podría fastidiarme, si es que en mi interior no hay nada más que lágrimas para David.

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