Hace mucho calor esta tarde, apenas puedo trabajar y es que el sol parece achicharrar a todo quien ose a posarse bajo él. ¿Saben cuánta basura puede botar la gente al ir de compras? Es sorprendente lo cerdos que se vuelven tan solo al abandonar sus casas, como si sus madres ya no los vieran y no pudieran regañarlos. Me topo con botellas de bebidas gaseosas, envoltorios de galletas, restos de dulces y lo que más detesto, aquella sustancia infame que me hace la vida de cuadritos, esos chicles pegados en el suelo, esas estúpidas gomas de mascar que tras ser usadas, sus dueños simplemente lanzan al piso. ¡Cuánto odio a esos puercos! Mi madre siempre me enseñó que vaya donde vaya, debo botar la basura en el basurero, ¿por algo se llama así no?
Camino por los pasillos de aquel antro del consumo, vestido con mi uniforme de trabajo, aquel overol azul que cubre todo mi cuerpo, el que me identifica como el chico del aseo, la única persona que realmente trabaja bajo este techo. ¿Los vendedores? Que farsa más grande, lo único que hacen es dormir en los baños y hablar por teléfono en las tiendas. Yo siempre los veo relajadamente, mientras limpio los pisos con mi sudor. ¡Esto si es laborar! Tienen que aprender del mejor, de Alejandro Bascuñán, el que quita del suelo toda la mierda que ustedes lanzan. Sí, los tengo vigilados, cualquiera que ose a ensuciar mi puesto de trabajo, tendrá que sufrir el peso de mi escoba, porque les pegaré directamente en la cabeza. ¡Lo prometo!
Como ya he sacado la basura grande con mi pala, debo fregar los azulejos con mi trapero, dejarlos relucientes y oliendo a las más frescas flores, como si estos animales descontrolados por comprar estuvieran en el paraíso. Tomo mi fregona, la mojo en el tacho con agua que he acarreado previamente y tras humedecerlo lo suficiente, le escurro un tanto en esa rendija que el contenedor tiene, esa donde tú presionas y mágicamente cae el agüita. Ni idea como se llama eso, pero es sin duda uno de los mejores amigos que tengo en mi rutina. Listo con mis instrumentos, comienzo a trapear el suelo, mojando para sacar las manchas de tierra, helado derretido y cuanta suciedad encuentre.
¡No pisen ahí! ¡Ahí tampoco! ¡Grupo de alimañas! ¿No ven que estoy trabajando? ¿Acaso no les importa? Constantemente me siento invisible, como si la gente a mí alrededor no me viese, porque por más que limpie, por más que coloque el letrero de "cuidado, piso resbaladizo", nadie hace caso y deja sus huellas impregnadas en el suelo recién mojado. No, no es que deban tener precaución con la posible caída, sino que con mis garras, porque estoy a punto de golpear al primer imbécil que se le ocurra destrozar mi trabajo nuevamente. ¡Gente sin respeto ni educación!
-¡Alejandro! ¿Qué sucede contigo? Está todo tan sucio, ten más cuidado...-Me grita sin compasión mi jefa, esa estirada de moño alto y arrugas profundas, la delgada con cabello oxigenado y mirada de asesina en serie, que lo único que desea es ver mi sangre escurrir de sus manos. ¡En realidad le tengo miedo! Y no es para menos, siempre me critica todo lo que hago, porque un imbécil como yo, que apenas sabe leer, no tiene la capacidad mental para limpiar con facilidad. No hay otra persona en el mundo a quien moleste más que a mí, ya que ni siquiera pudo casarse. La compadezco, aunque también lo haría de la pobre criatura que hubiese caído en sus garras. Eso no hubiera sido un "y vivieron felices por siempre, comiendo perdices", sino que más bien un "la bestia se comió a las perdices y se llevó de paso al príncipe, que como estaba bueno, quería comérselo".
¿No les pasaba que cuando sus abuelitas les leían cuentos de hadas siempre se imaginaban que eran la hermana fea? ¿O el sapo al lado del que era el príncipe encantado? ¿O uno de los duendes de la Blanca Nieves? ¿Sólo a mí me pasaba? Es que no podía competir con mis padres, con las personas a quienes más amo en este mundo, siempre los imaginaba a ellos como el príncipe y la doncella. Luego mi profesora de lenguaje, esa que me golpeaba con la regla por no leer nunca bien, era la bruja malvada. Solo de acordarme me duele la espalda. ¡Maldita vieja! Estoy seguro que debe ser pariente de mi actual jefa, ambas tienen el alma igual de oscuras.
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Somos Hermosos
Romantizm"Solemos escondernos, refugiarnos de todos quienes puedan dañarnos. Es mejor no brillar porque el dolor del fracaso nos aterra. Afuera hay muchos demonios que quieren alimentarse de nuestras almas, de nuestra debilidad, esa que nos obliga a borrar l...