CAPITULO XX: Secuestro

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El cielo brilla majestuosamente, teniendo al sol en el centro mismo del firmamento. Unas nubes traviesas le recorren con gracia, persiguiéndose entre sí, a la velocidad tranquila que solo ellas saben demostrar. Parece que esos pocos árboles son aún más verdes, meciéndose divertidos, maravillándome con el sonido de sus hojas al chocas unas contra otras. A unas cuantas cuadras de mi casa hay una plaza pequeña, dotada de unas cuantas plantas, esas que han logrado sobrellevar el olvido. De día es el santuario de los pequeños, los que juegan junto a sus amigos, saltando y gritando con la felicidad que les caracteriza. Durante la noche se transforma, muta a un lugar de desconcierto y peligro, donde la pandilla del barrio se suele juntar para planear sus fechorías y atacar a todo aquel que tenga la mala fortuna de transitar por ahí.

En esta mañana tan agradable, he decidido cumplir con la promesa que le hice a mi sobrina Carlota y llevar a esta plaza a todos los niños que viven con nosotros. Pensé que sería la mejor manera de acercarlos, de lograr que se den cuenta que pueden ser amigos y pasar un momento agradable, solo que nada de lo que soñaba se ha cumplido. Por un lado están los dos hijos mayores de Pilar, quienes conversan entre sí, horrorizados con la pobreza que se palma a nuestro alrededor. Apuntan al techo de las casas, esos que son de lata y cartón, las ventanas rotas que simplemente han sido tapadas con bolsas plásticas, los perros moribundos que camina por la calle, las señoras riendo con sus amigas en la esquina, esas que en sus bocas no hay más que la gracia y es que ya no poseen ninguno de sus dientes. Todo aquello que parece un mundo extraño, aterroriza a ambos chicos de ojos celestes, sus rostros se paralizan como si viviesen una pesadilla, una de la por más que refrieguen sus ojos, no podrán escapar.

A su lado se encuentran mis tres gatitos asustados, quienes no pueden sentirse cómodos con quienes les observan como mendigos. Recuerdo las ofensas que los hijos de mi hermana profirieron ayer, cuando se burlaron de la pobreza en la que vivimos. ¿Por qué algunos tienen tanta suerte en este mundo? Tengo frente a mí a dos grupos de pequeños totalmente diferentes. Unos han nacido con la suerte que solo la riqueza puede dar, han probado y experimentado todo lo que han anhelado, nunca teniendo que preocuparse por nada, imaginando que pueden conseguir todo lo que sueñen y eso, finalmente, se termina haciendo realidad. Pueden ser lo que ellos quieran, porque tendrán el apoyo que su fortuna les permite y aún más, el amor de sus padres podrá confortar cualquier tropiezo. Justo a su lado se encuentran tres muchachos que jamás han podido si quiera soñar. Nacieron pobres, miserables y desamparados, no solo me refiero a la desprotección que llega con la pobreza, sino que también por no haber tenido el amor de una madre. ¿Cómo alguien que nunca ha sido protegido puede pensar en lograr sus anhelos? Ellos están sumidos en la gratitud, en la gracia que han tenido de siquiera permanecer vivos y seguirán por siempre así, imposibilitados de imaginar un mundo mejor, porque no pueden concebir nada más que no sea esta miseria. ¿Cómo podría entregarles a ellos el futuro que se merecen? Yo también estoy metido aquí, en el más profundo de los olvidos.

Y mientras veo a aquellos muchachos tan dispares, una pequeña se asoma en mi horizonte. Sus mejillas regordetas corretean por toda la plaza, contemplando a las hormigas, recolectando hojas secas y riendo felizmente, atrapada en su propio mundo, en los pensamientos que logran hacerle feliz. Carlota es la única que disfruta nuestro paseo. Una pregunta se me viene a la cabeza al contemplarla. ¿A qué grupo pertenece ella? ¿Acaso es igual de afortuna que sus hermanos? ¿O es una desdichada como mis gatitos? Ha nacido con dinero, en una familia bien constituida y dentro de sus limitantes, ha podido vivir bien, solo que me nace una inquietud, ¿recibirá el amor que se merece? Recuerdo las tardes en que la veía junto a sus dos hermanos, esos que la obligaban a esconderse porque le daban vergüenza. ¿Acaso Pilar no se había enterado de esa situación? Me cuesta imaginar esa posibilidad, ¿entonces simplemente no le importaba lo mucho que la hacían sufrir? A la hija que más la necesita, tal parece que la ha dejado abandonada.

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