Todos mis angelitos terminaron bajo tierra, producto de la venganza de una mujer despechada. Mi papito termina de tapar aquel agujero, para luego observarme detenidamente por un par de minutos. -¿No te da vergüenza llorar como nenita siendo tan grande ya?- Me reprocha luego de su inspección, un tanto ofuscado por mi debilidad. Desde siempre ha detestado que lleve animales a casa, aunque terminaba aceptándolos, como lo ha hecho con mis nuevos amigos. –Además igual no murieron todos, ese de ahí sigue vivo...- Dice antes de entrar a la casa. Al voltear me encuentro con la mejor de las imágenes, a mi adorado Puchi caminando tristemente hacia mí, debe estar sufriendo mucho debido a la pérdida de sus amigos. Espero hasta que llega a mi regazo para refugiarse en mis brazos temblorosos, esos que se han desprovisto de toda fuerza debido a la conmoción.
Supongo que sucedió lo mismo de siempre, que mi pequeñito intentó competir con los otros perros por un poco de comida, solo que debido a su tamaño no logró alcanzar ni siquiera una miga. Por lo poco que he escuchado a lo lejos, Margarita lanzó un pedazo de carne envenenada y esa fue la causante del deceso de mis mascotas. Tal parece que todos en el barrio piensan que Leandro y yo mantenemos una relación clandestina, que soy una mala persona que anda destruyendo hogares bien constituidos. Ahora además de tonto y gordo, soy un libertino, un hombre de dudosa reputación.
No como en la cena, me voy directo a mi cama y es que la tristeza impide que se desate mi gula. Por más que lo intento, no logro conciliar el sueño, las imágenes de mis paseos junto a mis perritos hacen que me acongoje, que los extrañe como un padre a sus hijos. Al rato siento la puerta abrirse, la luz ingresa a la habitación levemente y con ella, una figura petiza. –Últimamente me sudan mucho los pies y me apestan horrible... Huele, es asqueroso...- Es lo que dice justo antes de posar sus pesuñas en mi nariz, dejándole oler el hedor que emana de sus calcetines. Intento alejarme de ellos, solo que Leandro insiste en que compruebe su problema corporal. ¡Me dan unas ganas tremendas de golpearle! Sinceramente este sujeto logra que se genere ira en mi interior, cosa que nadie más había logrado en treinta años. Le empujo fuertemente, logrando derribarlo y dejarlo sobre la otra cama. –Eres muy desagradable. Ya es bastante el que tenga que soportar tus ronquidos, como para ahora tener que oler tu pestilencia...- Le increpo despojado de mi cordura, iracundo al ver lo inoportuno que se comporta el individuo. –Quería hacerte reír, pero supongo que todavía no sé cómo hacerlo... Aunque el verte enojado es mucho mejor que contemplarte llorando...- Replica increíblemente serio, como si buscara las palabras precisas para decirme, indagando un tanto nervioso mis reacciones. Como no puedo contener su mirada, decido esconderme entre mis frazadas nuevamente e intento dormirme. Por un momento me sentí desnudo, un tanto débil ante el corpulento de baja estatura. ¿Quién se cree? ¿Esa es su forma de intimidarme? ¿O hablaba en serio?
Enojado pude dormir hasta que el reloj marcó las cinco de la mañana. Me levanto a tientas, abriendo apenas los ojos debido al adormilamiento. Todo mi cuerpo pesa y es que me siento extenuado, tal como si mil rinocerontes hubiesen caminado sobre mi espalda. Camino hasta el baño cuando veo que la luz de ese cuarto se encuentra prendida. ¿Quién se ha levantado a estas horas? Me pregunto antes de abrir la puerta. Resulta que mi madre se encuentra sentada en el inodoro, con la cabeza tan gacha que logra tocar sus rodillas con la frente. A su lado tiene una botella de vino y en la otra, los restos de un cigarrillo fumado hasta el filtro. Supongo que estaba tan ebria que no pudo levantarse y se quedó dormida allí.
La despierto zamarreándola, logrando que abra sus ojos al rato. -¿Qué haces en mi pieza?... ¿Y tu padre? ¿Dónde está?... ¿Por qué tengo el trasero tan frío?- Se encuentra totalmente desorientada, así es que le ayudo a levantarse las ropas y la dirijo hasta su cama, donde mi papito está durmiendo plácidamente, sin darse cuenta que su esposa ni siquiera durmió a su lado. En estos momentos me siento como si doña Carmen fuese mi hija, a quien debo cuidar y proteger debido a su fragilidad. La vida es así, en algún momento quienes te resguardaron necesitan que tú los salves, todo es un ciclo.
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Somos Hermosos
Romance"Solemos escondernos, refugiarnos de todos quienes puedan dañarnos. Es mejor no brillar porque el dolor del fracaso nos aterra. Afuera hay muchos demonios que quieren alimentarse de nuestras almas, de nuestra debilidad, esa que nos obliga a borrar l...