La angustia de no saber qué sucede con quien quieres, es la peor de las emociones. –Solo parientes pueden visitar a los internos... como usted no es su padre, no puede verle...- Es lo que día tras día me han dicho los funcionarios del Centro de Menores donde se encuentra recluido David. No quiero recriminarle, ni siquiera indagar en las razones por las cuales se introdujo en una organización delictual, lo único que anhelo es en abrazarle, besar su rostro de pequeño asustado, protegerle entre mis brazos, cuidarle y ahuyentar todos los peligros que deben estar acechándolo ahí adentro. Soy padre, le amo como tal, ¿cómo no pueden verlo? ¿Acaso un registro puede determinar cuánto amo a mi hijo? ¿La sangre es lo único que te puede hacer reconocer a un niño como tuyo? Claro que no, lo que tengo dentro del corazón es mucho más poderoso que ello y debería darme la posibilidad de verlo, aunque sea a lo lejos.
Voy todos los días a aquel edificio de concreto, de grandes muros impenetrables e inexorable frialdad. Tengo la esperanza que en algún momento, se terminen apiadando de mí, que me permitan visitar a David aunque legalmente no sea su padre. –No insista, no podemos quebrantar la ley, no sea testarudo...- Me dijo hoy un joven uniformado, quien con su rostro serio, me encaro como lo hizo ayer, y anteayer, desde hace dos semanas. Tal parece que no tienen corazón y no pueden entender lo que ocurre en mi interior, la desesperación por no proteger a tu retoño.
He dejado a mi papito con Andrés y Patricia, ellos lo cuidan mientras intento tarde tras tarde visitar a David. Nuevamente me han acompañado en un momento difícil, ya ni siquiera puedo dimensionar lo mucho que me han ayudado y es que son el único pilar que ha quedado intacto, socorriéndome cuando parece que todo se está derrumbando. Sé que debo irme de inmediato a la casa, solo que una duda ha rondado en mi cabeza desde el arresto de mi niño.
Jacinto... Jacinto... Resuena en mi cabeza día tras día, insistente y abrumador, una inquietud que me lleva ahora a caminar hacia el Cuartel de Policías donde se investiga la muerte de quien consideraba mi amigo, de quien nunca imaginé que sería un narcotraficante. -¿Por qué quiere saber sobre él? Recuerde que es el hombre a quien su hijo asesinó...- Es lo primero que dice el oficial a cargo, ese mismo que me reveló la identidad del anciano cuando se llevó detenido a David. –Yo lo conocía... él era un mendigo que dormía cerca de donde trabajaba. Me hice su amigo y lo ayudé, se suponía que no tenía a nadie en el mundo, que no poseía riquezas y que era un buen hombre... Ahora resulta que lideraba la mafia en la que mi hijo se inmiscuyó... ¿Cómo puede ser que existan tantas coincidencias? Ya no puedo dormir por las dudas que rondan mi cabeza... Por favor ayúdeme, siento que me estoy volviendo loco...- Le confieso abrumado, y es que es la verdad, mi cabeza lenta, mi estupidez, no me deja comprender lo que ha sucedido, lo que se ha gestado en mis narices y que estúpidamente nunca presagié.
-Jacinto López de Lérida es todo menos un mendigo, y es que ni siquiera nació pobre... Fue hijo de un prestigioso abogado, perteneciente a una adinerada familia. De algún modo llegó al medio delictual y gracias a su frialdad, logró llegar a la cima... Fue temido y respetado, controlaba el cartel del narcotráfico no solo en este país, sino que también en los vecinos y de pronto, como si la tierra se lo hubiera tragado, desapareció del medio, dejando atrás sus negocios y todo lo que poseía. Jamás imaginé que se escondería en las calles, como un mendigo... Lo más probable es que temía que alguno de sus enemigos le liquidara, ya a su edad, no podía defenderse como antes...- Relata el hombre, impresionándome palabra tras palabra. Ahora en vez de solucionar mis dudas, siento que el laberinto se ha incrementado, perdiéndome irremediablemente. –Las coincidencias no existen caballero, si usted conocía a Jacinto, tal vez fue él quien introdujo a David en su propia mafia... ¿no cree que es más entendible que eso haya ocurrido? – Lanza de pronto, sin remordimientos, quebrantando mi temple y derrumbándome aún más profundo en el abismo. Si eso fuese cierto, ya no podría recordar cariñosamente a Jacinto, él se convertiría en el causante de la tragedia que ha destruido a mi hijo.
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Somos Hermosos
Romance"Solemos escondernos, refugiarnos de todos quienes puedan dañarnos. Es mejor no brillar porque el dolor del fracaso nos aterra. Afuera hay muchos demonios que quieren alimentarse de nuestras almas, de nuestra debilidad, esa que nos obliga a borrar l...