Abro lentamente los ojos, mis párpados pesan como si fuesen rocas. La potente luz del lugar me dificulta aún más la tarea. Todo a mi alrededor es claro, tan níveo como las nubes que recorren el cielo. ¿Acaso estoy allí? ¿Me he muerto y he llegado al paraíso? De pronto los recuerdos llegan a mi cabeza de golpe, asustándome inmediatamente. Orlando me apuntaba con un arma, quería deshacerse de mí, acabar con mi vida debido a las complicaciones que supuestamente le creé. ¿Logró su cometido? Poco a poco comienzo a divisar figuras. Paredes blancas, suelos grises, una delgada puerta de madera. Estoy en una habitación desconocida, jamás he visto esto. Recién en este momento me percato que estoy acostado, pálidas sábanas recubren mi cuerpo, tan limpias como las nieves en las montañas. Quiero levantarme e indagar este lugar, solo que al hacer el esfuerzo, un fuerte dolor me detiene. Algo ha sucedido en mi pecho, justo debajo de la clavícula derecha. Llevo mi mano a aquel sector, encontrándome con una venda gruesa, muy bien estirada. Me han herido, obviamente estoy en un hospital. No he muerto, solo que no sé qué ha ocurrido con el fin de no morirme.
Como puedo, me siento en la camilla en la cual desperté. Ya todo está más claro, soy capaz de distinguir los cuadros colgados a mí alrededor, sentir la brisa fresca que entra por la ventana, esa que me entrega luz desde mi espalda. Últimamente he visitado mucho los centros de salud, y es que he acompañado a mi papito a sus sesiones de rehabilitación. El olor de esos lugares es una mezcla entre limpieza y enfermedad, entre pobreza y la necesidad de higiene. Los hospitales públicos están atestados de ancianos tosiendo y esperando largas horas por una atención, que muchas veces llega demasiado tarde. Aquella sensación, ese olor que tanto recuerdo, no se encuentra en este lugar. Todo parece tan nuevo, tan delicadamente puesto, como era la consulta del doctor Eguiguren.
-¿Qué está haciendo? No puede sentarse aún, la herida se puede abrir. Le pido que se acueste y guarde reposo...- Es lo primero que dice una mujer regordeta, tan solo al ingresar al cuarto. Va vestida de celeste, con el cabello recogido bajo un pequeño moño. La enfermera me ayuda a recostarme, no me retengo y es que ni siquiera tengo energías como para hacerlo. –Disculpe señorita... ¿me podría decir qué me ha sucedido?- Pregunto mientras ella revisa el suero que cuelga unos cuantos centímetros sobre mi cabeza, colgado sobre aquel perchero de metal. –Lo siento, pero no puedo darle esa información... Tendrá que esperar hasta que pueda ser visitado por sus familiares.- Es la sentencia que me entrega y no puedo hacer nada más frente a ello.
~*~
He pensado en todas las posibles situaciones que pudieron desencadenar mi llegada a la clínica. He imaginado que a Orlando le dio un infarto justo antes de disparar, por ello no pudo matarme y la bala solo perforó sobre mi pulmón. Aunque esa teoría tuve que eliminarla al pensar en qué hubiera ocurrido luego. ¿Quién me salvó y me trajo a un médico? Dudo que los secuaces de mi hermano lo hubiesen hecho, sería más lógico dejarme desangrar en aquel cuarto lúgubre. ¿Entonces? ¿Será que la policía justo llegó en ese momento para arrestarle? ¿Acaso alguien vio mi secuestro y nos siguió hasta aquel escondite?
Pasé días con aquellos pensamientos, cada vez que despertaba luego de ser sedado, regresaban las interrogantes a mi cabeza. Y de pronto, en medio de la noche, un sueño logró mostrarme lo que había sucedido.
Orlando estaba a punto de disparar el arma, cuando un estruendo llamó su atención. Tenía cerrados mis ojos debido al pavor, solo que tras ser sorprendido por el mismo ruido, logré abrirlos y presenciar lo que ocurría. Mi hermano caminó hacia la puerta, justo cuando su pie tocó el dintel, un hombre desconocido para él le atacó con una varilla de metal. Su cabeza comenzó progresivamente a sangrar, solo que el golpe no fue lo suficientemente fuerte como para derrumbarlo y haciéndose gala de su pistola, amenazó a su atacante. -¿Quién eres tú?... ¿Qué quieres?- Preguntó asustado aquel que me tenía secuestrado. Nunca antes había visto a su agresor, le era un perfecto desconocido, solo que para mí, era alguien cercano. ¿Cómo se había enterado de nuestro paradero? ¿Cómo tuvo la valentía para ir en mi rescate? Fue todo tan confuso, recuerdo que mi pecho se oprimió aún más. ¿Sería que él se convertiría en otra víctima de Orlando? ¿Todo por salvarme? No quería que se sacrificara por mí, no era necesario, si solo con mi muerte todos los problemas se resolverían. Quería gritar, decirle que se marchara, solo que el pedazo de tela en mi boca me lo impedía.
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Somos Hermosos
عاطفية"Solemos escondernos, refugiarnos de todos quienes puedan dañarnos. Es mejor no brillar porque el dolor del fracaso nos aterra. Afuera hay muchos demonios que quieren alimentarse de nuestras almas, de nuestra debilidad, esa que nos obliga a borrar l...