CAPITULO IX: Ya no estoy solo

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-¿Por qué lo hiciste?... Apenas me conoces, no eres parte de mi familia... hace muy poco que nos conocimos, ¿por qué te has sacrificado tanto por alguien que no se lo merece?- Hemos decidido conversar en el cobertizo del patio, aquel lugar techado que nos protege de la fuerte lluvia que no tiene ánimos de amainar. Andrés se ha enterado de la verdad, que he trabajo todo este tiempo para el doctor Eguiguren con tal de pagar su preciada cirugía. –No sé... quizás porque me gustaría que en este mundo no se hicieran las preguntas que acabas de hacerme.- Respondo simplemente y es que es todo lo que mi cabeza limitada puede generar. Eso es lo que realmente deseo, todo sería mejor si nos ayudáramos los unos a otros sin importar razones, solo con la idea de hacer feliz al resto. El rubio está en lo cierto, apenas nos conocemos y supuestamente no debería cooperarle al punto que lo he hecho, solo que me nace hacerlo, anhelo con todo mi corazón que encuentre la vida que siempre ha querido, es lo único que me ha movido a trabajar todo este tiempo.

El chico queda mudo, me observa detenidamente como si quisiera decirme algo, solo que no es capaz de hacerlo. Le doy una palmadita en la mano, ya que no es necesaria ninguna palabra, soy feliz tan solo al tenerle a mi lado en esta noche de lluvia. Todo está oscuro y húmedo, tanto que nuestra respiración termina en vapor. El sonido de los tejados recibiendo las gotas nacidas de las nubes, ensordecen el ambiente, a la vez que me hipnotizan, como el dulce cántico de las sirenas. Siempre me ha gustado observar y escuchar, son las actividades que más aprecio. Mirar la creación, lo hermoso que es el mundo que me rodea, aunque disfruto especialmente el encontrar la belleza donde todos ven miseria. ¿No es el loto apreciado por crecer en el barro? Pues es eso lo que siempre he buscado encontrar. Escuchar las historias de quienes me rodean es como entrar en su propia alma, tomar por un momento su vida y actuar como ellos harían. Para mí no hay nada mejor que aquello.

De la nada siento un calor desconocido, uno que extrañamente invade todo mi ser, reconfortándome por completo. Andrés me abraza como un si fuese un pequeño niño asustado, buscando protección en los brazos fuertes de su padre. –Te quiero mucho...- Escucho su susurro en mi oído, como la más cálida de las brisas, reconfortante y vivaz. ¿Esto se sentirá ser un padre? Es lo único en lo que puedo pensar y es que el recuerdo de la bofetada de mi propio progenitor, sigue latente, como el dolor del golpe en mi mejilla. Inevitablemente pienso en todas las veces en que he hecho esto, abrazar y profesar mi amor a quien nunca me ha respondido. ¿Eso es importante? Claro que no, porque yo le querré por siempre, suceda lo que suceda. Si buscáramos una retribución al amar, simplemente nadie lo lograría.

En la noche no puedo conciliar el sueño, y es que durante el día ocurrieron tantos sucesos, que mi mente está ocupada tratando de retenerlos todos, buscando que no se escape ningún detalle. Me quedo en la sala, aquel lugar que tan bellamente ha arreglado Leandro, no pareciendo ya la casa de pobres que por siempre lució. Y es él mismo quien me asusta pasada la medianoche, buscando conversar. –Hablas dormido... cuando todavía dormíamos en el mismo cuarto, te oí decir que habías logrado un trato con el doctor ese... Así fue cómo me enteré.- Dice al rato, cual psíquico pudiendo leer mi mente. Claro que quería enterarme de la forma en que el petizo supo de mi secreto. –A veces hablabas tanto, que no me dejabas dormir.- ¿En serio? ¿Él diciéndome eso? Si fue por su culpa que pasé noches enteras en vela, debido a sus molestos ronquidos.

Antes de irme a acostar al sillón, voy a mi cuarto, para cerciorarme que David se encuentre bien y que no necesita de más cuidados. Al abrir aquella puerta me encuentro con la peor de las escenas, a un niño delgaducho encaramado en el marco de la ventana, apenas pudiendo su cuerpo enfermo, intentando huir del lugar donde busco protegerlo. Sus ojos aterrados me demuestran que no esperaba mi llegada y es que entré en el momento justo para impedir que se marchara. El dolor latente de la bofetada que me dio don Carlos no puede compararse con la conmoción que aquel muchacho me provoca en este momento. ¿Quién se cree? ¿Acaso piensa que puede sobrevivir por su cuenta en medio del vendaval que se gesta afuera?

Somos HermososDonde viven las historias. Descúbrelo ahora