CAPITULO XXII: Final

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–Bien... gracias a ti...- Respondo intentando contener las lágrimas. Y esa maldita idea viene nuevamente a mi cabeza, cual amenaza. Veo a Leandro sentado en frente, mirándome detenidamente, como si se le fuera la vida en ello. Su imagen es deplorable, ha estado solo un par de semanas tras las rejas y se ve tan acabado como si llevara décadas preso. Aunque quiero platicarle, me cuesta mucho dar el primer paso, estoy inmerso en un shock profundo. El pecho se comprime, la garganta se siente dura, mis piernas se adormecen, estoy a punto de desmayarme. –Estoy bien, créeme... Solo que los otros internos roncan mucho de noche y no me dejan dormir bien...- Intenta sonar sereno, sonreír ante la adversidad, con la única intención de no incomodarme.

No puedo dejar de sentirme culpable. El petizo quería salvarme de la muerte, de aquel horrendo asesinato que mi propio hermano perpetuaría. Si no fuera por mi causa, él ahora estaría en libertad, compartiendo con sus hijos y esforzándose por darles lo mejor. ¿Ahora qué harán mis tres gatitos? Han quedado solos, sus dos padres están tras las rejas, su familia se ha desintegrado. –Te prometo que cuidaré a los niños, nada le faltará mientras estén bajo mis cuidados... Serán personas de bien y siempre les hablaré de ti...- Quisiera seguir con mis promesas, jurarle que le esperaré, que le amaré a la distancia y que no se sentirá solo entre aquellas rejas infernales. La idea de saber que Alberto está a salvo, que soy completamente feliz con esa idea, me amarga por completo, me paraliza al sentirme ruin. ¿Acaso me siento aliviado por saber que Leandro está sufriendo? No, debo pagarle por el sacrificio que ha hecho y por ello, renunciaré a quien ahora sé que amo, lo acompañaré en esta pesadilla, no le dejaré solo.

-Yo... me he dado cuenta que yo... te amo. Estemos juntos... por la eternidad.- Me propongo verle detenidamente a los ojos, persuadir su corazón y convencerle de la veracidad de mi decisión. ¿Cómo lograrlo si ni yo mismo soy capaz de hacerme a la idea? Aprietos sus manos cansadas, las acaricio con ternura, como a un pequeño asustado. Abandono mi silla para levantarme suavemente, me acerco poco a poco hasta llegar a sus labios. Una mesa es lo único que nos separa y es la distancia que recorro para besarle, para hacer lo mismo que ocurrió en la playa, en aquel momento en que el padre de mis gatitos me regaló mi primer beso. Cierro mis ojos idealizando aquellos tiempos, cuando la droga del amor me había cegado, cuando creí en sus palabras y caí en la trampa que Margarita había planeado. –Te das cuenta que haces lo mismo que yo te hice... Conmigo no puedes actuar. Soy un experto en eso y puedo darme cuenta cuando alguien me está mintiendo...- Es lo que brota de sus labios inmediatamente después que se separan de los míos. Parecen palabras hostiles, de un alma engañada, solo que sonríe al finalizar la frase. Me conmuevo al verle llorar, al derramar esas lágrimas que pronto conquistan su mentón. Como un bebé angustiado, como un ser indefenso se muestra ante mí, demostrando alegría cuando lo único que puedo observar es su llanto, ¿acaso no se ha percatado de la tristeza que abandona sus ojos?

Regreso a mi asiento derrotado, nunca he sido bueno para mentir, y ahora no ha sido la excepción. Leandro se limpia el rostro de esas lágrimas furtivas que escaparon sin permiso. Intenta serenarse antes de continuar con sus palabras. –Lo que hice fue algo que cualquier otro podría haber perpetuado... ¿Acaso tú no me has salvado antes? ¿A mí y también a mis hijos? No tienes por qué creer que me debes algo, mucho menos sacrificarte para hacerme sentir mejor... Incluso, si te quedas a mi lado, me harías sentir ruin y miserable... Por favor no lo hagas, ninguno de los dos merecemos seguir viviendo de mentiras.- Y sin darme cuenta, le veo parado, caminando hacia la puerta de salida, hasta aquella reja que es abierta por un gendarme. –Sé que mis hijos estarán bien en tus manos, de eso no hay duda... Ahora solo te pido que tú mismo seas feliz, que te des cuenta lo hermoso que eres, lo valioso que es tu corazón... Si quieres verme a salvo, simplemente se feliz...- Y me regala una sonrisa verdadera, una llena de amabilidad. Luego se marcha, camina relajado detrás de los barrotes que conforman esta celda de visitas. Como si hubiera llevado una carga sobre mis hombros, ahora siento que ésta desaparece por arte de magia, abandonándome la culpa y la resignación.

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