Capítulo VI

7.9K 667 44
                                    

-No me importa. Haz lo que te he dicho.

Hell dio dos vueltas a la llave en la cerradura. El clic sonó a desconfianza, a miedo, a locura. Lindsey llevaba unos pendientes de oro y un vestido blanco que hacía resaltar su piel morena. Acababa de decirle que hacer eso no estaba bien, que no haría más que dificultar la relación. Pero Hell era muy testarudo.

-Voy a protegerla aunque me odie.

-Mira bien lo que dices, porque puede convertirse en realidad, tío.Encerrar a Kiara no va a ayudarte.

Hell se quedó un momento pensando, como si de verdad estuviese replanteando la situación. Por supuesto, tanto Lindsey como él mismo sabían que no iba a cambiar de opinión.

-Yo creo que sí – Hell puso una mano en su hombro -. Sé que es tu amiga, pero primero es mi mujer, y tengo que cuidar de ella. Hasta que me deshaga del jodido ególatra, ese Big Will, Kiara tiene que estar encerrada. Y tal vez hasta que hable con su hermano y le deje un par de cosas claras. ¿Vas a ayudarme o no?

No esperó a que contestase, ya conocía la respuesta. Hell había tenido que sedarla, sin que ella lo supiera, claro. Casi confundió su medicación para el brazo con la de Kiara. Gracias a Dios, había recuperado la mayor parte de la movilidad y la herida cicatrizaba correctamente. Al bajar por las escaleras se apoyó en la barandilla con el brazo equivocado y una oleada de dolor le recorrió todo el cuerpo. Todavía no acababa de acostumbrarse a la nueva casa, pero la había elegido Kiara, así que le gustaba.

Hacía varios días que llevaba dándole vueltas a algo. Le daba miedo, casi tanto como ir al infierno. "Cuando mueras, le rendirás cuentas a Dios. Él te castigará como mereces", decía su subconsciente. De acuerdo, él podía ir al infierno. Pero con Kiara."Estamos condenados. Jodidamente condenados", pensó.

-¿Necesitas algo? - preguntó Paul.

Llevaba un portátil bajo el brazo y un fajo de billetes en el bolsillo. El dinero iba y venía en el nuevo hogar de los Capobianco,y no estaba nada mal.

-Voy a hacer una llamada. Que nadie me moleste.

Hell se dirigió al despacho. Vamos, podía hacerlo. Solo una llamada. Saldría bien, no era un calzonazos. Después echaría un polvo con la niñata, si es que lo dejaba, claro.

Cerró la puerta con lentitud. Respiró hondo. Alcanzó el teléfono sobre el escritorio. "Los teléfonos fijos son siempre más seguros", habló la voz de DD en su cabeza. Descolgó. Marcó. Sabía el número de memoria. Había pasado horas mirándolo sin decidirse a hacer nada, y ahora había llegado el momento.

-Mamá.

El silencio se apoderó de la línea un par de segundos. A Hell se le había secado la boca.

-Hola, Henry – la voz de Babe sonó ahogada, conteniendo el aliento.

Más de un año sin hablar con su madre. Todo era como un espejismo.Quería un abrazo de su madre, necesitaba un beso. Incluso una regañina habría estado bien.

-Estoy en casa.

-¿En Nueva York?

-Ajá. En Nueva York.

De nuevo aquel silencio incómodo. La mia famiglia.

-Sé que no he hecho las cosas bien, mamá, pero yo...

-¡¿Cómo se te ocurre regresar a Estados Unidos?! ¡¿Qué coño te pasa?!

Hell escuchó, con todo el aplomo posible, un monólogo digno de cualquier película de mafiosos. Al menos, su madre reaccionaba. Le explicó que había estado con Kiara y sus amigos en España durante el último año y que habían estado muy bien, pero que había tenido que regresar.

Heroína (Saga Adrenalina III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora