1 de enero. 10: 30 am
No estaba segura de nada, Peter había confesado muchas cosas, cosas que jamás imaginé y yo le confesé cosas que jamás pensé decir. Me sentí herida porque Peter se había alejado de mí rápidamente. Me gusta Peter y me gusta pasar tiempo a su lado. Me gusta saber que por un momento, soy la única persona en su mente.
Eso es bueno y malo a la vez.
Suspiro, viendo hacia el vacío de mi habitación. Es un nuevo año, en donde debería estar con resaca o besando a alguien, pero en su lugar, sigo en mi habitación llorando y deseando jamás haber nacido.
Toco fondo. Y toco fondo varias veces.
Es lo más triste, sé que no importa cuanto lo intente, seguiré así. Triste. Sola. Sin nadie. Siendo insuficiente. He tratado ser alguien diferente, porque no me gusta mi vida ni quien soy, no me gusta ser la persona más deprimida en año nuevo.
Me he perdido.
Me siento sola.
Tengo miedo de jamás lograr nada. Todo lo que alcanzo, se desvanece. Pienso que he llegado a la meta, que podría cambiar mi vida pero todo vuelve. Estoy cansada de lo mismo.
Este ciclo de eterna tristeza es malo para mi salud mental. Sé que un psicólogo jamás me ayudará. Quiere que sea positiva, pero, ¿Cómo ser positiva en una vida de mierda? No se puede.
Soy un caso perdido. Lo entiendo, lo entiendo claramente. Estoy acabada, no tengo remedio, nadie quiere remendarme de todas formas.
Cierro los ojos, pensando en Peter y en como confié en él. Pensé que éramos algo, por lo menos amigos pero una vez que me abrí con él, que le dije todo lo que me había estado guardando, él se aleja.
Y no sé dónde está él.
¿Cómo se puede ser tan cruel?
Tengo miedo del mundo. Lo admito. Tengo miedo de que tan cruel esta vida puede ser, nosotros, los que lloran en las sombras y presionan sus bocas para que sus sollozos no salgan, nosotros somos los más necesitados pero la sociedad no nos ve.
No nos quieren ver.
Saben que estamos rotos, como una hoja de papel tan arrugada que no importa cuántas veces lo intentes, jamás estará como las demás.
Como una mala canción, una que aunque trates, no quieres escucharla.
Nadie quiere escucharnos.
Estoy tan perdida como las ligas de cabello o esos cupones que te regalan.
Soy tan importante como una esponja vieja.
¿Tengo solución?
No lo sé. No lo creo. Estoy rota y sola, no quiero ayuda, pero al final si la quiero. El problema, nadie quiere ayudarme.
Escucho como llaman a la puerta pero dejo que papá la abra, estoy decidida a morir en este mismo punto. De hambre, de tristeza, tal vez de deshidratación. Lo que pase primero.
— ¿Dónde está? —Pregunta una voz de mujer, algo alterada, necesitada de respuestas.
Mi padre, quien seguramente abrió la puerta, no le contesta.
Ella grita desde abajo: — ¿Viviane?
Reconozco esa voz. La voz que odio tanto.
Sonia.
— ¿Viviane? —Grita de nuevo—. Tengo que hablar contigo.
Mi cuerpo se tensa. Los recuerdos, algo nublados, regresan a mí. Niego, a pesar que no puede verme.
Papá grita: —Espera, Sonia.
De pronto, sin poder detenerla, estaba en la puerta de mi habitación y se encarga de cerrarla con seguro.
Tengo miedo pero ahora soy grande, ya no puede lastimarme o intentarlo. No lo dejaré.
—Vete de aquí. —Le advierto.
Ella me mira, con tristeza, aun así la quiero fuera de aquí.
—Vete. —Ordeno.
Ella niega. —Lo entiendo, entiendo porque piensas todo esto.
Frunzo el ceño.
—Entiendo porque me odias.
Arrugo mi frente. —Eres una descarada, ¿Lo entiendes? Vaya, que bueno que te tardó tanto tiempo en darte cuenta como me hacías daño.
Ella niega, elevando sus manos para tranquilizarme. —Escucha, escucha por favor.
Me siento furiosa, en cualquier momento podría simplemente golpearla.
Escucho como mi padre la llama fuera de la habitación, aun así, ella lo ignora.
—Viviane, sé que piensas que yo te hice cosas... malas.
No lo aguanto. — ¡Cállate! ¿Qué lo pienso? Dios, eres una maldita perra, ¡lo hiciste! ¡Te acusé y nadie me creyó porque según mi madre, era muy joven!
Ella se queda quieta, toma una larga respiración y una lágrima cae. —Yo no lo hice. —Admite, casi sin aire.
Me enfurezco. Tomo una almohada y se la lanzo. — ¡Vete de aquí, zorra!
Papá llama: Sonia, Sonia sal de ahí.
Ella aun así se queda. — ¡Escúchame Viviane! Yo no te hice eso, ¿Bien? Yo no te toqué, yo no te lastimé jamás, ¿Crees que lo haría? ¿Crees que estoy tan enferma para hacer esa mierda con una pequeña niña? Viviane, sé que no me quieres porque piensas todas esas cosas de mí y que piensas que yo te hice eso pero no lo entiendes, hay más de lo que tus ojos han visto.
— ¿Entonces qué? —Cuestiono—. ¿Me lo he inventado todo?
Sonia niega, suspira y traga saliva. —No, Viviane, eso ocurrió.
Silencio.
Ella no habló por un segundo, pero en ese segundo muchos pensamientos ocuparon mi cabeza.
Y muchos recuerdos.
Una vieja canción de Madonna cuando ella me tocaba.
Ella no era Sonia.
—Fue tu madre. —Sonia confirma lo peor.
Y todo tiene sentido.
Todo
Cae
Hacia
Abajo.
Me destruye.
Me da nauseas.
Quiero morir.
Ahora sí, el suicidio es una opción.
El asesinato también.
El odio.
El rencor.
Ella. Mi madre. Ella. La zorra. Ella, quien me destruyó mi inocencia.
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Los Milagros Se Acaban
Teen FictionElla, entre los minutos y segundos, encontró algo. En un poco más de 26.000 palabras, se relata la historia de dolor, soledad y perdición de una chica que solo busca que algo bueno suceda en su vida. Por un golpe de esperanza, Viviane escribe una li...