26 de diciembre. 4:46 am.

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26 de diciembre. 4:46 am.

Abrí mis ojos y escucho el sonido de los pájaros despertando. A lo lejos, un perro ladra y el viento choca contra los árboles.

Peter aún sostiene mi mano pero no es lo único que nos une, nuestras piernas se entrelazaron en algún punto de nuestros sueños y aunque me gusta sentir su piel contra la mía ya que nuestros jeans se han subido un poco, trato de liberarme de sus piernas sin que se despierta pero Peter se mueve a un lado y despierta. Tal vez no se dará cuenta de cómo estábamos pero sus manos aún sostienen mi mano.

—Hola. —Dice frotándome la cara y bostezando.

—Buenos días. —Respondo algo incómoda ya que bueno, estamos unidos por mi mano y sus manos.

Peter ve la forma en que sostiene mi pequeña y temblorosa mano y las relaja lentamente hasta que sus manos y la mía han dejado de ser una misma.

Tomó el sudadero de Peter y se lo entrego, me sonríe, se deja caer en la manta. Tal vez no es amante de las mañanas. Me incorporo y me sostengo con mis manos mientras que veo a Peter luchar por despertar.

Siento comezón en mi nariz y estornudo. Cubro mi nariz porque sigue esa sensación y vuelvo a estornudar. Peter se sienta y me toca la frente.

—Tienes fiebre. —Anuncia.

—No lo creo, estoy bien.

Se pone de pie rápidamente y comienza a recoger todo. Dice que debe regresarme a casa y que me ponga su sudadero, no quiere que empeore.
Suspiro cansada de que me traer como un recién nacido y le digo que estaré bien. Me ignora y recoge todo, algunas cosas van directo a la basura y luego extiende su mano para que me ponga de pie y me ve molesto cuando se da cuenta que no me he puesto su sudadero.

—Solo hazlo. —Me dice con un tono de preocupación.

Lo obedezco y caminamos de regreso al auto. Peter mueve sus dedos sobre el volante constantemente y no puedo evitar pensar que esto ha sido me culpa, no sé como pero este resultado, el ahora, es mi culpa.

Como siempre.

Estamos en la puerta y Peter me dice que irá conmigo.

— ¿A dónde? —Le pregunto antes de entrar.

—Debo asegurarme de que te sientes mejor.

—No. —Le digo—. Estoy bien, solo vete a tu casa.

Peter ve su hogar no tan lejos del mío y dice: —Olvídalo, debo hacerlo.

—Mira, es lindo que seas una gran persona y que ayudes a los huérfanos, a los ancianos también y todo eso pero tu papel de ángel termina conmigo. Sí, soy un desastre pero no necesito tu ayuda. No necesito que me cuiden.

— ¿Piensas que te utilizo para algo?

—Pues dímelo tú, con mi lista encuentras diversión y con mis historias dramáticas haces tú buena acción del día al tratar de repararme pero no estoy rota.

—Lo estas. —Dice con los labios algo presionados y tensos. Sí, estoy rota pero no me gusta que la gente lo vea.

—Bueno entonces ese es mi problema no el tuyo, solo vete.

—Mira, estar rota no es algo malo, todos lo estamos.

Ruedo los ojos. —Sólo detente, no quiero que nadie se preocupe por mí, no lo necesito, necesito estar sola porque estaré bien. Toda mi vida he sobrevivido por mi cuenta así que ya te puedes ir.

—Bien, nos veremos algún día entonces.

Peter se da la vuelta y entro a mi asqueroso hogar. Camino hasta la habitación con un poco de frío y me duele la garganta. Papá no está de nuevo y para mi mejor, no lo quiero ver, no quiero saber nada de ellos. Mis padres suelen darme dinero cada mes con tal de recompensar su maltrato físico y psicológico. Papá no suele golpearme pero mamá si, en ella es común las cachetadas y los empujones. Papá solo se queda en silencio, para mí eso es daño psicológico.

Los Milagros Se AcabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora