25 de diciembre. 5:00 pm.

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25 de diciembre. 5:00 pm.

—Creo que es hora de vestirme para nuestra noche libre. —Le digo a Peter después de jugar un juego de mesa por tercera vez.

—Bien. —Me he puesto de pie y Peter sonríe como si tuviera una idea magnífica—. ¿Qué piensas?

Se encoje de hombros. — ¿No has pensado que puedes trepar el árbol e ir a tu habitación?

Se me encoje el estómago ante la idea. —Mala idea.

— ¿Porqué?

— ¿Qué pasa si caigo?

Rueda los ojos. —No caerás.

—Mira, alguien muy inteligente inventó el suelo para que camináramos en él.

—Como quieras.

Salgo del cuarto de juegos y Peter me sigue. Lo volteo a ver y parece que se ve confundido igual que yo. Sigo caminando y sé que Peter sigue detrás de mí. Hemos salido de su casa y aún me sigue en silencio. Me volteo antes de entrar a la mía y le pregunto que hace, me dice que me está acompañando. Le digo que no es necesario y me dice que me deje de rarezas, él es el raro.

Le digo que mi padre seguramente ha regresado y será mejor que me espere afuera. Me dice que lo hará.

Entro y la chaqueta de mi padre descansa en el suelo. Voy a la cocina y lo encuentro recargado sobre la pared. Está borracho.

— ¿Papá?

Levanta la mirada. —Viviane, hola.

— ¿Estas bien?

Tiene el rostro cansado y los ojos muy rojos. —Tu madre es una hija de perra.

No le contesto. Creo que fue mala idea entrar.

—Tu madre fue una zorra cuando nos conocimos y aún lo es.

—Debo irme. —Le digo y me alejo de él.

Está llamando a mi nombre pero no le respondo. No es como si me importara que papá insulte a mi madre pero no ha bebido en seis años. Me da miedo cuando bebe, no me gusta que lo haga. Recuerdo que la última vez que lo hizo fue en mi cumpleaños y estuvo a punto de echarme de la casa. No sé qué tanto me reclamaba pero tenía mucho miedo, es lo único que recuerdo.

Me he vestido rápido, me he puesto un suéter negro con azul y unos jeans oscuros. Zapatillas negras y bajo las escaleras rápidamente pero mi padre está esperándome en la entrada.

— ¿A dónde vas?

Bajo la mirada.

—Viviane, ¿A dónde vas?

Siento mi corazón acelerarse. Por favor, por favor no. No otra vez. Ya no quiero sufrir.

—No voy a ningún lado.

— ¡No soy estúpido! —Grita—. Te he visto con diferente ropa.

Se hace a un lado y se dirige hasta la entrada de la cocina. Mi casa fue diseñada de una manera algo extraña, cuando entras lo primero que ves es una pared de madera a un poco más de un metro. Es un pequeño armario como en que Harry Potter dormía. Siempre lo he comparado con esa película. Incluso recuerdo que Harry vivía ahí y cuando mis padres peleaban, yo dormía en ese espacio vacío también, pensaba que si Harry era un mago yo también tendría poderes si vivíamos una vida algo parecida. Sólo me faltaba la lechuza.

Bueno, les decía que hay una pared de madera y una rendija que la utilizo para abrirlo, al lado derecho está la cocina y al izquierdo la sala de estar. Después de esa, el comedor.

—Papá, deberías dormir.

— ¡No me digas que hacer!

Camino lentamente hacia la puerta.

— ¡No te vas!

—Quiero irme y creo que tengo derecho porque me abandonaste en noche buena.

— ¡Te abandoné porque lo merecías!

Eso me golpea más fuerte que un camión llegando hacia mí. Siempre pensé que papá era mejor que mamá pero ahora está al borde de ser la misma mierda que ella.

—Feliz Navidad, papá. —Le digo para huir de él. Trato de no llorar. No quiero que nadie me vuela a ver llorar. No quiero seguir llorando.
Tiro del pomo y la puerta queda media abierta ya que mi padre me ha tomado del brazo y me ha lanzado contra la pared del armario.

— ¡Tú debes obedecerme, yo mando en esta casa!

Cierro los ojos. No lo escucho. Estoy en mi armario. Estoy en mi lugar seguro. Estoy lejos de él. Estoy con mis abuelos y estoy feliz. Soy feliz. Él no me ha dado una cachetada. No me está pidiendo perdón. No estoy tumbada en el suelo cubriéndome la mejilla. Él no está golpeando la pared con su puño y diciéndome que fue mí culpa.

— ¡Viviane! —Peter empuja la puerta y me ve en el suelo. Sus ojos se mueven hasta mi padre y camina hacia mí.

Mi padre trata de acercarse pero Peter le dice que se aleje.

Peter me toma de los brazos y me pone de pie, me dice que nos vayamos de aquí. Salimos de mi casa y con cuidado me coloca dentro de su auto, él se apresura a entrar del lado del conductor y conduce unas calles hasta que se detiene de nuevo.

Me he quedado quieta todo este camino, no he hecho nada más que concentrarme en respirar y en no llorar.

—Viviane, ¿qué pasó?

Mis labios se sienten secos. —No lo sé.

Extiende su mano y toca mi mejilla. Me dice que aún está roja y que debió estar conmigo, debió acompañarme. Se está culpando por algo que no tiene nada que ver con él. Le digo que no es su culpa, que todo es mi culpa.

Mi culpa es haber nacido.

—Viviane, dime... ¿Qué sucede en tu casa?

Respiró profundo. —No pasa nada, somos una familia muy feliz.

—Por favor, sólo quiero ayudarte.

—Somos muy felices. —Le respondo automáticamente. Mi vista está en mis rodillas. No las he dejado de ver desde que nos metimos al auto.

Peter no dice nada más, sólo sigue conduciendo y cierro mis ojos.

No debí nacer.

Somos muy felices.

No debí nacer.

Somos muy felices.



Todo es blanco, muy blanco. Es una habitación inmensa pero todo es blanco. Veo una mujer con un vestido de novia y a un hombre con un traje blanco, parece que se casará con ella. No les veo el rostro. Me siento muy pequeña comparada con ellos. Son muy altos y cuando levanto la mirada para verlos, sólo veo una luz cegadora. Colocan sus manos sobre mis hombros. Una mano del hombre en mi hombro derecho y la mujer en el izquierdo.

Se siente bien. No tengo miedo, siento que puedo confiar en ellos. Siento que estoy a salvo aunque están susurrando algo que no entiendo. Son voces dulces, suaves. Murmullos en algún otro idioma que no puedo identificar. Ríen. Ríen conmigo y de pronto quiero reír. Estoy riendo con ellos y me siento muy feliz. Estamos riendo en voz baja como si fuéramos a despertar a alguien. Reímos y descubrí que me gusta reír.


Los Milagros Se AcabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora