CAPÍTULO 4: DOLOROSOS RECUERDOS (Aviso importante al final)

7.2K 249 27
                                    

CAPÍTULO 4: DOLOROSOS RECUERDOS

Narra Emma

Una Inés preocupada me abrió la puerta. Entré, cerrando la puerta al pasar. Decidí ir a dejar todas mis cosas a mi cuarto.

-Inés, ¿me podrías enseñar mi habitación? Es que ha sido un día duro y estoy cansada.- Dije yo, con la esperanza de poder encerrarme en mi cuarto y no volver a cruzarme a Marcos en lo que quedaba de día.

-Claro que sí, cielo. Espérate un momento que le voy a decir a Ángel que suba tu maleta a arriba.-Me contestó ella amablemente.

Asentí con la cabeza. Observé como Inés desaparecía por una puerta, para aparecer un minuto después junto a su marido y mi maleta.

Subimos las escaleras. En el piso de arriba había cuatro puertas. Supuse que una para el baño, otra para la habitación de Inés y Ángel, otra para la de Marcos y otra sería mi habitación. Y así fue, según me explicaron ellos. Mi cuarto era el del fondo, enfrente del baño y al lado de la habitación de Marcos. Se oían ruidos de allí, como si él estuviera hablando con alguien por teléfono. Entramos en mi cuarto. Era grande y espacioso, pintado en tonos blancos y violetas. A un lado, había una cama más grande de lo normal. Al otro, un enorme armario blanco. También había un escritorio con un ordenador encima.  Y unos enormes ventanales que daban a la calle.

Ángel e Inés se fueron, tras decirme que si necesitaba algo que se lo pidiera. Asentí con la cabeza y aproveché para cerrar la puerta  y correr las cortinas, ya que odiaba estar expuesta a la gente.

Narra Marcos

Tras ver a Emma en la calle, subí a mi cuarto dando un portazo al entrar. Me puse unos cascos y estuve escuchando música hasta que me relajé totalmente. Durante un rato, oí voces procedentes del pasillo y de la habitación de Emma. Decidí no hacer caso. Eran las 9 de la tarde del sábado 16 de abril, me apetecía ir a una fiesta y pasarlo bien un rato. Por ello, llamé a Héctor, mi mejor amigo desde siempre.

-Dime imbécil.- Me contestó él, tras descolgar el móvil. Era normal insultarnos entre nosotros.

-¿Algún plan para esta noche?- Pregunté yo.

-Sí, fiesta en casa de Laia. Esa castaña que siempre está con Alicia, pero no es tan malvada como ella. Hubo allí una fiesta el mes pasado.- Me explicó él. Me acordaba de la última fiesta allí. Había alcohol, música y habitaciones. Un descontrol total, pero una fantástica fiesta.

-Vale idiota. ¿Te paso a buscar con la moto a las 22:30?- Le pregunté yo.

- Ok.- Me contestó él. Le colgué el teléfono. Lo íbamos a pasar bien esa noche.

Narra Emma

Empecé a deshacer mi maleta. Primero, saqué la poca ropa que tenía. Dos pantalones, unos de chándal y unos tejanos oscuro. Tres camisetas, una de tirantes blanca, una de manga corta azul marino y una de manga larga verde botella. Unas zapatillas de deporte. Una sudadera ancha de color negro. Un pijama largo, que consistía en unos viejos pantalones de chándal y una camiseta negra que me iba enorme. Cuatro pares de calcetines. Dos sujetadores. Y cinco bragas. Coloqué todo en mi gran armario, en el que no ocupaban ni un cuarto del espacio.

Después empecé a sacar las demás cosas, lo equivalente a mis recuerdos. Primero,  saqué una camisa larga, que pertenecía a mi padre. No pude evitar que una lágrima atravesara mis ojos. La guardé en la parte de arriba del armario, bien doblada. Luego, saqué unos tacones altos rojos, pertenecientes a mi madre cuando era joven. Otra lágrima resbaló por mis mejillas. Los guardé en el armario también. A continuación, saqué un coche de juguete de cuando mi hermano era pequeño. Más lágrimas surcaron mis ojos. Lo dejé guardado en el cajón de la mesilla, para evitar que alguien lo tocara. Entonces, saqué un osito de peluche; que se encontraba ya muy viejo. Mis ojos se bañaron en lágrimas. Lo dejé debajo de las sábanas de mi cama. Finalmente, saqué una foto de mi familia y yo cuando era pequeñita. Mis lloros aumentaron. La coloqué encima de mi mesilla. Me eché boca abajo, encima de ella, tapándome la cara con la almohada, evitando así que mis sollozos se oyeran por toda la casa. Había pasado ya un año y medio desde aquello y seguía llorando. No podía olvidarme de ellos ni evitar el echarlos tanto de menos. Simplemente, no podía; por mucho que lo intentara. Decidí que hoy soltaría todas las lágrimas que me quedaran. Hoy sería el último día que llorara.

Querida princesa, te necesito.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora