CAPITULO 29: En donde estés

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Ashley tenía un color amarillento aún mayor como aquella primera vez que la vi, me frustaba el hecho de verla de esa manera, más delgada de lo normal y como poco a poco aquella sonrisa se iba tornando más y más débil.

En el tiempo que llevaba viviendo con mi padre fuimos la mejor compañía una a la otra, conocí un poco más de ella, Joan permanecía a mi lado, parecía mi propia sombra y debo decir que me agradaba hasta cierto punto. Fabián intentaba acercarse a mi cada que tenía oportunidad, por cortesía lo saludaba e incluso un par de veces salimos junto con Melany, las peticiones de esa niña no podía rechazarlas. Los días pasaban tan rápido, ninguna llamada o mensaje de mi madre, parecía que se la había tragado la tierra y a pesar de lo ocurrido extrañaba verla, abrazarla, oír su voz por las mañanas y ese olor tan peculiar del café que ella preparaba.

Habían cosas que me preocupaban aún más, jamás me imaginé llegar hasta este punto, yo misma fui alejando a muchas personas que hoy en día las necesito, eran la fuerza que día a día me impulsaba. Ahora estoy frustrada, preocupada, tratando de descifrar lo que el destino quiere para mi o más bien a donde me estoy dirigiendo.

La noticia fue dura, Joan había marcado insistentemente a mi teléfono una madrugada, me encontraba en sueño profundo, de un salto me levanté de la cama para contestar.

-Ashley acaba de recaer Sam- sonaba angustiado y por el tono de su voz sabía que estaba derramando lágrimas.

-¿Recaer?- no sabía de que hablaba realmente, su voz comenzó a tornarse más débil y quebrada.

-Tiene leucemia desde hace 4 años- suspiró.

Mi cuerpo sintió un golpe fuerte, como si algo dentro de mi se destruyera, no pude evitar derramar lágrimas, tampoco supe que responder a eso, solté mi teléfono y enseguida tomé las llaves del auto que mi padre ya me había otorgado, salí sin hacer ruido para no despertar a nadie, le dejé una nota sobre el comedor por si no alcanzara a llegar al momento que despertara. Una llamada de esa índole a las 4:00 am debía ser de gran importancia.

No sabía si Ashley se encontraba en su casa o en algún hospital, mi teléfono había caído sobre la cama, me dirigí al departamento en donde actualmente vivía junto con Joan, al llegar me apresuré a subir las escaleras que me conducían a donde ellos estaban. Di unos golpes a su puesta y enseguida Joan abrió, sus ojos rojizos, su voz quebrada, su corazón acelerado. Lo abracé tan fuerte que no pudo evitar soltarse a llorar sobre mi hombro.

-¿Dónde está?- pregunté.

-En el baño, no quiere abrirme- lo tomé de la mano y juntos fuimos a donde se encontraba Ashley.

-¡No saldré Joan!- gritaba una y otra vez, mientras tragaba sus lágrimas y la desesperación aumentaba.

-Ashley soy Sam- añadí.

Pareciera que esas hubiesen sido las palabras mágicas, algo tan simple al parecer. Ashley no tenía otra amiga a pesar de que en la universidad siempre se convive con mujeres u hombres, ella me tenía a mi y yo a ella, el poco tiempo que llevábamos conociéndonos había forjado algo especial, ni mis más íntimas amigas habían logrado lo que ella hizo en mi.

Ahí estaba ella, con la boca llena de manchas de sangre y el vestido sucio, su cabello desarreglado y ojos hinchados de tanto llorar. Estaba débil, se lanzó a mis brazos y sentía como si la fuese a romper de lo frágil que se encontraba. La ayudé a cambiarse y limpiar las manchas de sangre, había vomitado durante horas, su corazón se encontraba débil al igual que su cuerpo, pero ella seguía fuerte, quería seguir demostrando que podía ser independiente y que lograría salir de ello sola.

Ashley estaba equivocada, no siempre se puede hacer las cosas sin ayuda de alguien más, es necesario tener un apoyo, aquellas personas que llegan a nuestras vidas para enseñarnos algo, para ser ese escalón que nos impulse a subir, pero ella no lo comprendía, el orgullo, el rencor eran fuertes demonios que impedían una respuesta positiva a la ayuda que Joan le ofrecía.

Caminando junto a tíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora