Un presente.

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Fue lindo volver a dormir en una cama cobijada por sábanas frescas. Fue fea la sensación que no me abandonó en toda esa noche de primavera. No cesé en darle vueltas a sus palabras; estaba comprometido con alguien, con alguien afuera; hermosa y libre seguramente, una mujer a su altura y no era sorpresa, ¡quien no querría estar al lado de un hombre como él!

Y lo sé, sé que fui una reverenda tonta al ilusionarme, pero no lo planee fue, inevitable.

Cuando la madrugada me alcanzó aun despierta hice algo de lo que no me siento particularmente orgullosa, se lo pedí a la dueña de su corazón por un ratito. Y es que, la pena y la soledad menguaban cuando dejaba volar mi imaginación hacia escenarios imposibles, quimeras románticas en las cuales él era mío, en la que yo era otra, una Annika más afortunada y sonriente, una Annia que no estaba rota.

Con esas fantasías en la cabeza al fin me dormí. La mañana con sus movimientos exteriores y su luz solar cálida y esperanzadora me despertó no mucho después. Sin nada que hacer me quedé en la cama encontrándole formas a las manchas de humedad en el techo. Un suave golpe se oyó en la puerta. Estaba segura que era él; el que podía simplemente entrar, pero que era demasiado respetuoso para hacerlo.

—¿Puedo pasar, Annia?

Ojalá los sentimientos preguntaran lo mismo antes de entrar al corazón. Muchos no ahorraríamos una cantidad de tristeza.

—Si, claro—respondí mientras me levantaba—Llevo despierta un buen rato.

Cuando ingresó en mi habitación noté que el uniforme que vestía esta mañana era distinto. En vez del verde que acostumbraba usar tenia una negro que completaba con unos guantes de cuero.

Estaba bellísimo, como un personaje de novela. El capitán Nicholls le daba un significado mayor a la palabra perfecto.

—¿Dormiste bien, Annia?

Juguetee con la idea de decirle " ¿No lo recuerdas? Estuviste conmigo toda la noche" pero obviamente no fue lo que le respondí.

—Si, gracias—Una respuesta correcta—, la cama es muy cómoda

—Que bien—dijo él mientras yo tomaba asiento en la silla—Bueno yo, venía a despedirme.

Despedida, ¿quien fue el inventor de esa palabra tan dañiña? No le bastaba acaso con un " Luego nos veremos " o un " Te veré pronto"

—Despedirte—repetí como si no conociera el significado—Entonces, ¿ya te marchas?

—Me temo que si—dijo él—Marcharemos al frente. Llegaremos en unos dos días.

Desde mi posición para mirarlo tenía que alzar mucho mi cabeza, aun de pie tenia que hacerlo por su altura. Aquella distancia se me hizo similar a la que había entre nosotros, un cisma, dos vidas que por voluntad del azar no solo se hallaron sino que también simpatizaron, y que ahora debían volver a su ruta; muy lejos una de la otra. 

—Supongo que ya no estaré cuando regreses, así que espero que te cuides mucho y... hasta siempre.

—¿Hasta siempre?—William frunció el ceño ante mi saludo.

Tomé aire y me puse de pie. Cuando lo hice noté su cercanía. Su aliento acariciaba mis cabellos.

—Si—dije con resolución—No pienso decirte adiós.

Podría jurar que el reloj de la vida se detuvo por unas milésimas de segundo en ese momento. Solo lo miré, muy adentro, mucho más profundo que a sus iris cristalinas; escarbé dentro de su ser un poco en busca de respuestas que sé no obtendría. Él me contempló de manera similar, como en busca de razones o de explicaciones. Nos perdimos un minuto y un siglo en nuestro mutuo mirar. Debo reconocer que fue doloroso.

—Pues, entonces yo tampoco lo haré—sentenció William—Fue un placer conocerte y...¡lo olvidé! te tengo un presente.

Un presente, ¿un obsequio de despedida? No me esperaba eso.

William metió una de sus manos en un bolsillo de su pantalón y sacó de el una medalla dorada con detalles en relieve en rojo. Me la extendió.

—Es para que me recuerdes—agregó, ¿Cómo si fuera posible olvidarle?

Yo estaba muda. Solía sucederme con él. De nuevo estaba emocionada.

—Quiero que la conserves, es mi medalla al valor. Te la doy porque eso es lo que vi en ti, valor, en todo este tiempo.

Una lágrima rodó por mi mejilla derecha.

—Es...es tan hermosa, William, no sé que decir...

El sonrió y cerró la distancia que nos separaba. Depositó en mi mejilla mojada un beso suave y tierno.

—Ni tú ni yo sabemos que decir. Entonces tomaré prestadas tus palabras y solo diré...hasta siempre.





CAPITÁN NICHOLLS: ENAMORADA DE MI ENEMIGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora