Un dolor y unos ojos celestes.

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1915 Francia. I Guerra Mundial.

Mis pies me duelen, mis muñecas también. Las ataduras que me mantienen inmovilizada están muy apretadas.

El Comandante Mills me vino a interrogar en persona nuevamente, y yo una vez más con mi fluido ingles le dije que no sabía nada. Él me amenazó, me dio una bofetada muy fuerte, tanto que dejó mi labio sangrando. Le temo, ese hombre es muy malvado.

Un único pensamiento se levanta dentro de mí y es que quisiera estar muerta. Muerta como mis padres y mi hermana. Dejar de llorar y de sufrir, que es casi todo lo que me ha obsequiado esta vida.

El olor de mi propia suciedad llega hasta mi nariz y me avergüenza. Hace ya diez días que me tienen aquí y claro esta, no me he bañado. Mi pelo rubio oscuro lo mantengo en mi cabeza trenzado, pero esta tan sucio y grasiento que me asquea; mi cuerpo apesta a mugre y a sudor, esto me apena grandemente.

Mis ojos recorren la pequeña habitación de paredes grises en donde estoy. Solo hay una vacinilla donde hago mis necesidades y un sucio colchón tirado en el frío suelo. Dos veces al día me traen un poco de pan duro, un pedazo de carne seca y algo de agua. Con esa dieta, siendo delgada normalmente, solo he logrado perder más peso.

Mi mente se pierde en ese momento en lo que era mi vida hace tan solo unos meses, cuando el sufrimiento y horror de la guerra aun no me habían alcanzado, ni tampoco a los míos.

Mi nombre es Annika, aunque casi todos me dicen Annia. Cumplí dieciocho años hace menos de un mes. Hasta hace poco vivía con mis padres en una pequeña ciudad llamada Bonn, en Alemania. En esta nací y me crié junto a mi hermana mayor. La vida allí no era buena, mi padre de su trabajo solo traía monedas; mi madre, mi hermana y yo surcíamos ropa para contribuir en el hogar, pero igualmente el dinero era muy poco y apenas nos alcanzaba para comer. Mi relación con mi familia tampoco era lo que yo hubiera querido. Mis padres nos habían cuidado bien, pero nunca nos habían demostrado el amor que sabía que nos tenían; todo en mi hogar era frío y distante.

Mi mente volvió a la realidad cuando un ruido en la puerta me mostró que alguien estaba por entrar.

—Ella es la espía, la mujer que se infiltró en esas tiendas de campaña y robó información para su país—decía  Mills señalándome con un dedo. Le hablaba a otro oficial que estaba a su lado.

—Así que es ella...¿y que es lo que ha dicho hasta ahora?—pregunto el corpulento y serio desconocido.

—Nada hasta hoy, pero, no se preocupe Coronel, yo tengo métodos para hacerla hablar—le aseguró el comandante.

Escucharlos me hizo estremecer. Ya le había dicho al Comandante una y otra vez que se habían equivocado, que yo era solamente una joven alemana escapando de Alemania. Pero él no me quería creer, no sé si no lo hacía en verdad o si yo era un chivo expiatorio para cubrir su error por la información que les habían robado.

Uno de ellos, el Coronel, se acercó a mí y tomó con fuerza mi rostro en sus manos.

—¿Estás segura pequeña que no hay nada que nos quieras decir?—me preguntó apretándome tan fuerte que me hizo daño.

Yo comencé a llorar sin poder contenerme, no podía soportar más esos maltratos.

—Yo no soy la que buscan, yo no sé ni hice nada—murmuré y ellos me miraron con gesto enfadado.

Ambos hombres cruzaron miradas y el de mayor rango entre ellos negó con la cabeza antes de caminar hasta la puerta.

El Comandante Mills hizo una ligera inclinación de cabeza a modo de saludo a su superior, el cual se marchó de la habitación sin decir más nada.

—Te di muchas oportunidades, ahora ya no voy a ser tan compasivo.

Su amenaza se sintió tan palpable y real como el mugroso colchón en el que estaba sentada. Me hizo estremecer de pies a cabeza. Trataba de no dejarme llevar por el pánico cuando detrás de la puerta se escuchó una voz grave.

—Perdone que lo interrumpa, Señor, pero ha llegado un mensaje de la base.

El dueño de esa voz abrió la puerta pero solo un poco. Lo miré por un instante y en el mismo momento él fijó brevemente sus ojos en mí. En ese tris que transcurrió tan rápido como una exhalación pude ver en su mirada celeste pena e incomodidad.

—Iré ya mismo, Capitán—le respondió el Comandante. Luego se giró para dirigirse a mí—Vendré más tarde y continuaremos donde nos quedamos.

Tragué saliva...había llegado a temerle tanto a sus "visitas"

El Comandante se dirigió a la puerta que aun seguía entreabierta. El Capitán le hizo un saludo formal al dejarlo pasar, luego volvió a mirarme antes de cerrar. Esta vez sus ojos claros confirmaron lo que antes creí ver... mi lamentable estado lo había afectado.

Por alguna razón desconocida esto me dio fe.





CAPITÁN NICHOLLS: ENAMORADA DE MI ENEMIGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora