Capitulo 7

9.1K 66 11
                                    


Los primeros días en La Paz no estuvieron mal, después de todo. Padre no tenía que trabajar todavía. Dábamos paseos por la ciudad. Comíamos huevos a la boliviana. Veíamos el belén. Así bauticé yo al atardecer sobre las laderas de La Paz. Siempre me ha gustado inventar palabras para que Padre y yo llamemos a las cosas. Así tenemos algo en común que nadie más conoce, aunque solo sean palabras. A tía Leonor esto le daba mucha rabia:

- ¿Cómo que vas al trono? ¿Qué trono?

Padre se llevaba el periódico y desaparecía con una sonrisa cómplice en el cuarto de baño.
Claro que aquí no hacía falta vocabulario secreto. Estábamos Padre y yo. Era una sensación extraña, pero que me gustaba: Padre, yo y nada entre medias, ni colegio, ni trabajo, ni televisión, ni tía Leonor, ni llamadas telefónicas...

La ciudad me empezó a gustar solo porque la recorría con Padre. Al principio me chocaba tanto el contraste de lo feo con lo bonito, de lo rico con lo pobre, de lo viejo con lo moderno, que no me di cuenta de que existía también Lo Normal. Resulta que allí también había edificios que no eran ni muy viejo ni muy nuevos, y coches que no eran ni muy destartalados ni muy lujosos, y personas que no eran ni muy oscuras ni muy blancas, y familias que no eran ni muy ricas ni muy pobres. Fue un alivio descubrir Lo Normal. Pero no tuve tiempo para disfrutarlo, porque enseguida Tijeras empezó a trabajar. Y poco después encontró una nueva Cosa Con Mayúscula que antes no le había preocupado: La Cuestión Indígena en Bolivia.
Se acabaron los paseos. Y la ciudad volvió a parecerme tan desagradable como el primer día. Empecé a quedarme horas y horas sola en casa. Y cuando no estaba sola, era como si lo estuviera: Padre volvía del trabajo con cara cansada y se ponía a leer libros y libros con títulos como: Indígenas en Bolivia, La reforma agraria y los indígenas, La usurpación de la tierra a los pueblos originarios, Cultura aimara, etcétera, etcétera, etcétera. A menudo se quedaba dormido entre dos páginas o, peor, se atrevía a dormitar durante nuestro cuarto de hora sagrado, el cuarto de hora de belén.

Mientras tanto, llegaron la suciedad y el polvo. La cocina estaba llena de grasa. Había un cerco amarillento en la bañera. Nuestros estómagos empezaban a protestar por la dieta de huevos a la boliviana. Eran ese tipo de cosas con minúscula en las que Padre nunca se fija. Pero llegaron a ser tantas minúsculas juntas que hasta Tijeras acabó por darse cuenta.

- Habría que contratar una cholita para que limpie y cocine - comentó un día.
- ¡Ni hablar! - dije yo.
Pero ya se ha visto en lo que va de historia que mis opiniones por entonces no eran muy tenidas en cuenta.
De modo que entró en escena Casilda.




La Tierra de las Papas - TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora