Capitulo 4

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Bolivia resultó estar mucho más lejos aún de lo que pensaba. No sé cuánto tiempo pasamos en aviones y aeropuertos. Parecía que las azafatas pretendían hacernos perder la noción del tiempo, venga a darnos de desayunar, comer y cenar a las horas más insospechadas.

Padre ya conocía Bolivia. Me hablaba entusiasmado de lo que encontraría al llegar, no sé si por entretenerme, por animarme, o por ese gustito que da hablar de lo que uno conoce al que todavía no lo ha visto.

- Bolivia es el doble de grande que España. Y tiene de todo. Tiene una parte tropical llena de selvas, casi al nivel del mar - Padre agarró un panecillo de nuestro segundo desayuno y lo paseó por su bandeja -. Tiene una parte de valles, muy fértil, a unos dos mil metros sobre el mar - Padre alzó el panecillo a la altura de su nariz -. Y tiene una parte de Altiplano, toda pelada, entre los mil quinientos y los cuatro mil metros. ¿Tú sabes lo que son cuatro mil metros? - Padre alzó el panecillo sobre su cabeza con el brazo muy estirado, como si eso me fuera a dar idea de lo que eran cuatro mil metros -. ¡Ni el pico más alto de España llega a los cuatro mil metros!

Padre seguía ondeando el panecillo por encima de su cabeza y los pasajeros vecinos empezaban a mirarle con curiosidad.

- Nosotros viviremos en la zona del Altiplano, en La Paz. ¡La ciudad más alta del mundo! ¡Tres mil seiscientos metros! ¿Qué te parece, María?

- Bien, bien, pero baja ya ese pan - susurré mirando de reojo a mi alrededor. Los padres son únicos poniéndola a una en situaciones embarazosas.

Padre bajó "La Paz" y se la comió con mantequilla.

¡No, si estaba claro que tenía las de perder! Resulta que había una Bolivia de sol y palmeras: eso sonaba bastante bien. Y otra Bolivia de valles verdes: tampoco debía de estar mal. Pero a la menda le había tocado precisamente la tercera Bolivia, la peor: el Altiplano triste y pelado.

Caminaba por el Altiplano, tan cerca del cielo que me empiné un poco y lo rasqué con los dedos. Seguí caminando. El cielo estaba cada vez más cerca. Me rozaba la cabeza. Ahora me aplastaba los hombros. Me agaché. Me puse en cuclillas. Me arrastré. Y el cielo bajando y bajando, como queriendo aplastarme...

"Señores pasajeros, estamos sobrevolando la cordillera de los Andes. Dentro de unos minutos aterrizaremos en el aeropuerto de El Alto de la ciudad de La Paz..."

Di un respingo, abrí los ojos y vi debajo del avión un montón de montañas peladas que subían y bajaban.

Daba miedo. Más que montañas parecían esqueletos de animales gigantescos semienterrados. No había nada vivo sobre ellas: ni gente, ni animales, ni plantas. Seguro que nadie había pisado jamás por allí. Me dio por pensar que los hombres éramos muy poca cosa y la Tierra enorme. Y por lo visto La Paz estaba precisamente en el centro de toda esa enormidad, rodeada de esas montañas-dinosaurios que me daban tan mala espina.

Nos acercamos a una montaña nevada mucho más alta que las demás. Estaba tan cerca que la nieve parecía poderse tocar estirando los dedos. Me dio un vuelco el estómago.

- ¡Padre! ¡Vamos a chocar contra ese pico! - le agarré frenética de la mano.

- ¡María! ¡Que me rompes un dedo!

Abrí los ojos y dejé en paz el dedo de Padre. Habíamos sobrevolado la montaña. Padre me miraba sonriente. Los otros pasajeros también sonreían, bonachones, ante el grito de la pobre niña que seguro que nunca antes había viajado en avión. ¡Qué ridículo!

Por eso llegué rabiosa a la ciudad de La Paz.

Pero a la menda: pero a la susodicha (en referencia a uno mismo)

La Tierra de las Papas - TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora