Capítulo 20

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Formidable. Padre y yo viajando por el Altiplano. Bueno. Y Eliana, la médica. Que viniera Eliana estropeaba un poco las cosas. Y que ocupara el asiento del copiloto, y se riera muy fuerte y llamara a Padre "Tijeritas". Pero aun así, era bastante formidable.

El Altiplano es una cosa tan impresionante que no sabría siquiera decir si es bonito o feo. Es una llanura inmensa sin nada, y sobre ella, un cielo azul rabioso. Y nuestro coche todo terreno perdido ahí en el medio, dando brincos por un camino de tierra y baches. En las cercanías de La Paz todavía había algo de tráfico, gente, casas, ganado... Pero hacía horas que parecíamos ir por la nada. Solo de vez en cuando interrumpían nuestro camino unas cuantas llamas, que cruzaban con parsimonia la carretera meneando el trasero. O aparecía detrás de un montículo un niño harapiento tendiéndonos su sombrero. O adelantábamos a un campesino en bicicleta que al oír el claxon del coche se echaba a la cuneta despavorido, como si oyera las trompetas del juicio final. Yo miraba a lo lejos tratando de adivinar d donde salía aquella gente, pero la línea del horizonte no se cortaba ni con casas, ni con árboles, ni con nada que indicara vida. A lo mejor la gente que encontrábamos, e incluso llamas, no eran más que fantasmas, ajayus, como decía Casilda. Era como esos sueños donde de vemos con mucha claridad cosas sin sentido, que nos inquietan solo porque son absurdas.

- ¿De dónde sale esa gente? ¿Dónde están sus casas? –pregunté señalando a una mujer que acababa de surgir de quién-sabe-dónde e iba hacia vaya-usted-a-saber.

- Sus casas estarán por ahí –dijo Eliana indicando vagamente el infinito- Probablemente, a media jornada o más de aquí. Por eso no las vemos.

- Pero ¿no hay pueblos junto a la carretera?

- Por otros sitios del Altiplano sí, pero por aquí hay pocos. Y muchas familias no viven en pueblos, sino aisladas, a días de distancia de sus vecinos más próximos.

¡Miércoles! ¡Pues no se debía de sentir uno pequeño ni nada viviendo aislado en medio de aquella llanura...! ¿Y qué sentirían en la noche cuando el viento helado del Altiplano empezara a ulular y a lanzar cuchilladas por las grietas de su choza? Aunque casi peor sería con el viento en calma. Entonces no se oiría absolutamente nada, porque allí no había nada para oír: ni pájaros, ni gente, ni animales –las llamas parecían más bien calladas-, ni campanas, ni siquiera el pitido del trufi en busca de pasajeros. Quizá tendrían que pellizcarse para comprobar que al menos ellos seguían vivos. Pero no. Enseguida supe que no necesitaban pellizcarse. Con el frio de sus huesos y el agujero de sus estómagos sería bastante para notar que estaban bien vivos. Porque resulta que lo de la comida y la calefacción tampoco andaba muy allá en el Altiplano.

- Comen papas, si no se congela la cosecha –me explico Eliana. Habas, algún cereal... Y de vez en cuando, charque, carne de llama en salazón. Como no hay apenas leña para el fuego, lo prenden con bosta de llama.

- Bosta es caca –aclaró Padre desde el volante, y a una chica de ciudad como yo le vino muy bien la explicación.

¡La madre del cordero! Crucé los dedos para que el pachakuti, el vuelo de la Tierra, no nos pillara por ahí.

En el Altiplano, el tiempo y las distancias parecían estirarse como chicle. Estaba medio amodorrada cuando llegamos a nuestro primer destino: unas cuantas casas torcidas de piedra con tejados de paja. Allí debía instalar Padre uno de sus paneles solares.

La camioneta donde iba el material para instalación y los técnicos que se ocupaban de hacerla habían llegado un rato antes que nosotros. En el Altiplano los coches no viajan por parejas porque el de detrás se tendría que ir tragando el polvo que levanta el de delante.

La Tierra de las Papas - TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora