Capitulo 17

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Las papas no son lo que parecen. Que va. Las papas son tremendas.

Ahí donde las ves, terrosas, mal hechas, llenas de chichones, ombligos y verrugas, ellas solitas sacaron a flote a generaciones y generaciones de indios del Altiplano. Cuando las demás plantas se negaban a crecer, hartas del calor de día y las heladas de la noche, del suelo pobre y de la poca agua, el campesino hurgaba en su tierra y ahí abajo aparecían las papas, con cara de poquita cosa, diciendo "cómeme". Y los indios se las comían, claro, pero con mucho respeto y agradecimiento. Tanto, que un jefe inca incluso prohibió pelarlas para "para no hacerlas llorar".

Los españoles, después de la conquista, las llevaron a Europa. Allí no las conocían. ¡Que alucinante! ¡Pensar que los pobres europeos tuvieron que esperar casi hasta el siglo XVI para poder llevarse una patata frita a la boca! Es lo malo de nacer antes de tiempo.

Pero las papas no sirven solo para comer. Sirven para más cosas. Por ejemplo, si te duele un pie te las metes en el bolsillo (remedio de Casilda), y si quieres charla, las pelas.

Desde el día en que las papas hicieron hablar a Casilda, empezó a funcionar entre nosotras la contraseña: un puñado de papas sin pelar sobre la mesa de la cocina significaba que era un dia para contar historias, Casilda hablaba. Si Casilda colocaba las papas, hablaba yo.

Las papas me hicieron hablar a Casilda de mi vida antes de llegar a Bolivia. Llego a saber que cenábamos en casa en Nochebuena, la cara que ponía tia Leonor cuando Padre usaba su camiseta de Michael Jackson, quien era Michael Jackson, lo que recordaba de mi madre, como se remetia Tijeras los pantalones bajo los calcetines cuando iba por Madrid en bicicleta, que en la Puerta del Sol había un oso y un madroño*...y hasta como era el bigotillo que le empezaba a crecer a Quien-tu-ya-sabes.

Y yo, a base de papas, fui sabiendo cómo vive una niña campesina aimara, que los pájaros dan noticias con sus trinos al que quiere oírlas, que el granizo se ahuyenta con dinamita, y que no hay nada más horrible para una niña recién llegada del campo que subir un ascensor.

Solo mientras pelaba papas se atrevía Casilda a llevarme un poquito la contraria y a llamarme María en lugar de "señorita". Pero cuando las papas estaban peladas, todo volvía a la normalidad. Yo volvía a ser la señorita y me sentaba a la mesa. Casilda era la empleada y me servía una montaña de puré de papas. Y Padre miraba el puré y protestaba débilmente:

- ¿Más papas?

Si, la verdad es que en nuestra casa empezaron a comerse demasiadas papas.

La Tierra de las Papas - TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora