Capítulo 22

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Soñé que me clavaban agujas en la cabeza, y cuando desperté me las seguían clavando. Estuve un rato con los ojos cerrados, oyendo cómo Padre y Eliana preparaban las cosas para el viaje, cuchicheando entre sí y soltando risitas. Las risitas me dolían como unas cuantas agujas.

- María –susurró ahora a mi lado la voz de Padre- María, tenemos que salir ya.

Abrí los ojos y todas las agujas se hundieron de pronto un poco más en mi cabeza. Me incorporé en el saco y la habitación empezó a girar en torno mío. Volví a tumbarme otra vez, asustada.

- ¿Qué tiene, María?

- No sé... La cabeza me duele... Y estoy un poco mareada...

Eliana se acercó y me tocó la frente.

- Tiene algo de fiebre... Yo creo que ha sido el sol de ayer, que le ha hecho mal. Lo mejor es que se quede descansando.

Padre y Eliana se alejaron unos pasos de mí y me llegaron ráfagas de su conversación a media voz:

- ...Pero hay que llegar a Caja... Caja... ¡puñetas!, como sea. No hay más días... -era la voz preocupada de Padre.

- ...Nada, yo me quedo con la niña... -"la niña", esa era yo para Eliana. Odié esa palabra y me dio otra punzada en la cabeza.

- ...Será lo mejor... -una pausa- Oye ¿y cómo llego yo solo a ese maldito lugar? Porque anda que el desvío por el que vinimos ayer se las traía, ¿eh?

- ...Que alguien del pueblo te acompañe... El mismo don Melchor...

La "niña" interrumpió la conversación:

- No estoy tan mal. Puedo quedarme yo sola –dije con firmeza, un poco de rencor y un poco de ganas de hacer de mártir. Casi prefería que Eliana y Padre se pasaran un día solos soltando risitas a sus anchas a que Eliana adoptase conmigo el papel de madre.

Se fueron después de media hora de dudas y titubeos de Padre.

- Ponte bien, Marucha. Como a las cuatro estamos aquí –me susurró en el oído.

Luego, se oyó el ronroneo de un motor y el canto de un gallo. Me quedé amodorrada.

Desperté con escalofríos y punzadas por todo el cuerpo. Algo me estaba taladrando la cabeza. De vez en cuando se contraían los músculos sin yo quererlo. Una mano rasposa me tocó la frente y solo su contacto me dolió.

- Estas enferma, palomitay –dijo don Melchor mirándome con sus ojitos tan vivos.

Me encontraba realmente mal. Tuve miedo y una sensación muy grande de abandono, como aquel día, hacía ya siglos, en que Padre se olvidó de irme a buscar a la guardería y pensé que no vendría por mi jamás.

- No estés asustada. Melchor te va a curar. Sopla aquí tres veces.

Obedecí automáticamente. Me incorporé un poco y di tres soplidos ridículos sobre un trapo que don Melchor tenía en las manos. La habitación dio siete vueltas en torno a mi cabeza.

- A ver qué dice la coca sobre tu enfermedad... -murmuró don Melchor.

Mientras el yatiri hacía sus manejos con las hojas de coca, apreté los ojos y llamé con la mente a Padre, tan fuerte que permaneció que me pareció casi imposible que no me oyera.

- La Tierra te ha cogido, m'hijita, y no quiere soltarte –dijo al cabo don Melchor- La Tierra se ha enojado contigo y ha agarrado tu espíritu, seguramente cuando venías hacia aquí. Hay que hacerla apaciguar para que te lo devuelva.

La Tierra de las Papas - TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora