Capitulo 14

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Un favorcito quería pedirte, mamita...
Casilda bajó la cabeza y se retoció las manos.

- ...que le hables a tu papá a ver si puede adelantarme de mi paga... La semana que viene es día de los muertos y en casa de mi tía no nos alcanza la plata...

Todavía había veces en que sentía que Casilda y yo hablábamos idiomas diferentes.

- ¿Que no os alcanza para qué? ¿Qué tiene que ver el día de los muertos?

- Mi primo el menorcito hace año y medio que murió. El día miércoles es Todo Santos. Hay que ponerle altar y hacerle rezar, pues.

Ni jota.

- En Todo Santos, los ajayus vuelven a sus casas... -explicó Casilda.

- Los ¿qué?

- Los ajayus, las almas de los muertos. Ellos saben volver a sus casas cada año el día 1 de noviembre a mediodía, y se van un día después. Eso hasta que llevan tres años de muertos. Luego ya no vuelven más. Pero esos tres primeros años la familia los debe recibir muy bien, y darles de comer y de beber cosas que le gusten y hacer que los resiris recen por ellos... Y bueno, por eso es lo de la plata, pues...

A Padre, aquello de que el fantasma del primo muerto de Casilda fuera a casa un par de días a festejar con su familia le pareció estupendo. Esa misma tarde se compró un libro que se llamaba Todos Santos en Bolivia, y a Casilda le dio el dinero que pedía y un poco más, no fuera a quedarse el pobre fantasma con hambre.
Casilda guardó muy contenta los billetes en algún misterioso lugar entre su ropa mientras hacía planes en voz alta para la fiesta:

- ¡De todo hemos de hacer! He de comprar harina para hacer maicillos y rosquetas. Y muñecas de pan, tantawawas que les dicen. También haremos arroz con leche. A Omar le sabía gustar mucho el arroz con leche... Y tú, señorita, lo probarás todo. ¡En Todos Santos has de venir a la casa!

Dejamos la parte de La Paz que conocía, la del asfalto y los edificios altos. El trufi empezó a trepar resoplando por las calles adoquinadas con casas pobres. Continuó resoplando más aún, por calles de tierra aún más empinadas con casas aún más pobres. Y se paró al final de una cuesta, con un resoplido definitivo, quizá porque ya no podía más, o quizá porque de ahí en adelante no había nada que se pareciera a una calle.
Casilda y yo seguimos de pie. Cruzamos un basurero donde se paseaban varios cerdos. Cruzamos un grupo de niños que jugaban al fútbol con una pelota de trapo. Cruzamos un charco marrón donde unas cuantas cholitas lavaban ropa. Cruzamos entre varias casuchas de ladrillo y adobe, cada una rodeada por un patio desde el que nos ladraba un chucho sarnoso. Y por fin llegamos a la casa de los tíos de Casilda, donde ladraba Winston, el chucho sarnoso de la familia.
Era una construcción pequeña, hecha con ladrillo y adobe, con la fachada un poco inclinada -"Mi tío andaba medio tomado* cuando construyó este muro", explicó Casilda-. Las ventanas, con más bien pocos cristales, encajaban de mala manera en las paredes. El techo era de planchas de metal afianzadas con piedras.

- La casa es humilde, pues -Casilda parecía avergonzada- ¡Pero mira qué vista, señorita!

Me di la vuelta y allí abajo, a nuestros pies, estaba la ciudad de La Paz, pequeña como un juguete.

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En Bolivia no se bebe, se "toma". Estar "tomado" es estar borracho.
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- Allasito está tu casa -Casilda señaló un edificio que brillaba a la luz del sol.
Solo entonces me di cuenta de que estábamos en una de las laderas que se veían desde nuestro piso. Así que la casa de Casilda era una de las luces de nuestro belén. Si es que tenían luz...

- Luz tenemos, si señorita -Dijo Casilda con orgullo.
- ¿Y cuántos vivís aquí?

Así, a ojo de buen cubero, yo diría que la casa cabía en nuestro salón.

La Tierra de las Papas - TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora