Capitulo 8

9.3K 70 70
                                    

Casilda llamó a nuestra puerta una mañana con un timbrazo que pensé que había sonado solo en mi imaginación. Por si acaso fui a abrir la puerta, y allí estaba: un autentico ejemplar de cholita, pero en pequeño. Sería un poco mayor que yo: catorce años, quince como mucho. Tenía sus correspondientes trenzas negras y larguísimas y su cara redonda con los mofletes rojos y lustrosos, como las manzanas de fruterías de lujo. Tenía su pollera de color rosa vivo y su bombín tan ladeado sobre la cabeza que daban ganas de tirarlo de un soplido. Se retorcía las manos y clavaba la vista en el suelo, avergonzada, mientras murmuraba unas palabras que no comprendí.

Creí que se había equivocado de puerta hasta que llego Padre a medio afeitar.

- Tú debes der Casilda – dijo

Y Casilda bajó aún más los ojos, se puso todavía más colorada y murmuro algo así como:

- Soy, sí señor.

Desde aquel día tuvimos un ratoncito en la casa. Así la bauticé yo con bastante mala idea: el Ratoncito, y por una vez Padre no me siguió la corriente. El Ratoncito limpiaba, lavaba, hacia la compra, cocinaba. Se movía por las habitaciones sigilosa y a trote ligero. Y cada vez que nos veía a Padre o a mí, daba un respingo, se sonrojaba y huía corriendo a la cocina. Claro que yo también daba un respingo cuando aparecía ella. Nunca la oía llegar, su presencia me inquietaba, como si fuera de una especie distinta que yo.

Yo estaba muy enfadada con Tijeras por haber metido a Casilda en casa, contra mi voluntad y sin avisar. Pero era inútil enfadarse con Tijeras, que ni siquiera parecía darse cuenta de mi cara larga. Así que traspasé mi enfado a Casilda, y la odié por estar allí, y por ser tan tímida y sumisa, y por lo de la sopa.

Nunca me ha gustado la sopa. Me parece poco seria una comida que ni siquiera se mastica. Pues bien, con Casilda, nuestro régimen de huevos a la boliviana cambio a régimen de sopa. Lunes: sopa. Martes: sopa. Miércoles: sopa...Y así hasta el infinito.

- Qué te apuestas a que hoy el Ratoncito nos ha hecho sopa – gruñí aquel día a Padre mientras esperábamos a que Casilda sirviera el almuerzo.

Casilda apareció trayendo la sopa nuestra de cada día y se retiró.

- ¿Lo ves? – exclamé entre furiosa y triunfante - ¡Estoy hasta la narices de sopa!

- Si quieres que haga otra sopa, ¿por qué no le enseñas?

Padre sabía perfectamente que mi única especialidad en la cocina era recalentar comida en el microondas. Y aquí no teníamos microondas. Enfurruñada, ataque por otro flanco:

- ¡Mira! ¡Un pelo! – grité mirando mi plato -- ¡Qué asco! Y esto no es lo peor. Nunca se lava las manos. ¿Le has mirado las uñas? Y con esas manos toca nuestra comida... ¡Cualquier día nos cogemos una enfermedad! Desde que llego, todo me sabe raro, todo me huele raro. Me huele como huele Casilda. Así como a sudor, a animal, a...No sé. Nunca antes había olido nada así.

Ninguno se había dado cuenta de que el Ratoncito estaba junto a la mesa, esperando para retirar los platos de sopa. Quien sabe que parte de nuestra conversación habría escuchado. Nos callamos. Yo, avergonzada; Padre, avergonzado y furioso.

- Ya está bien, María – dijo en cuanto Casilda desapareció en la cocina. Y me lanzo una mirada fulminante que usa solo cuando me desprecia mucho – Estas fuera de tu país y, como es natural, las cosas son distintas. Y como comprenderás, las cholitas no van a cambiar sus costumbres solo porque hayas llegado tú. Más bien eres tú la que debes adaptarte al país.

- ¿Dejar de ducharme? ¿Oler a perro? ¿Comer sopa con pelos? ¿Eso es lo que tengo que hacer? – grite fuera de mi, pero con la voz de falsete del que sospecha que no tiene razón.

- Tú sabrás lo que tienes que hacer – Padre se levantó de la mesa sin terminar de comer – Y ahora disculpa, pero se me hace tarde. Tengo una reunión.

¡Demonios! ¡Qué ataque de rabia! Tuve que ir a la ventana de mi cuarto a mirar al abuelo Illimani para tranquilizarme un poco.

¡Una reunión! Claro. Así era fácil estar en Bolivia. Trabajando. Teniendo reuniones en oficinas que son iguales en cualquier parte del mundo. Lo difícil era quedarse en la casa hora tras hora, papando moscas o jugando al escondite con Casilda.

Si, las dos jugábamos al escondite. Ella intentaba no estar donde estaba yo, y yo, no estar donde estaba ella. Si yo entraba en la cocina y la sorprendía comiendo a su manera, sin cubiertos, las dos dábamos un respingo de vergüenza. Si ella entraba a arreglar mi habitación y me encontraba tumbada en la cama pensando en musarañas,  mas respingos. Eso de que me viera perdiendo el tiempo mientras ella, una chica poco mayor que yo, limpiaba, planchaba y cocinaba, me hacía sentir mal. Lo arreglaba sintiendo un poquito más de rabia contra ella.

Yo me olía y no sentía nada. Pero pensaba en lo que había dicho la señorita gringa de mi olor y me ardía la cara. Asín que más luego fui al baño, que estaba lleno de frascos, y me puse uno para oler como la señorita. El perfume ese me hizo doler mi cabeza todo el día y hasta me maree en el trufi cuando volvía a casa. A la mañana siguiente el señor olía a lo mismo porque resulta que el perfume había sido de él. Yo no sabía que los hombres se ponían perfume, pero.

La cosa es que yo soy limpia pues, solo que mudarme de ropa mucho no puedo porque no me alcanza, no como la señorita gringa que ella tenía todo un armario lleno de ropa y pantalones más de cinco. Y de un "redepente" me entraron ganas de gastar pantalones yo también y dejar de ser cholita de pollera, porque de enaí viene todo lo malo, que solo por ser chola hay muchos que te creen sucia y zonza y se hacen la burla. Por eso de mis amigas ya casi ninguna gasta pollera. Esa misma noche me soñé que llevaba pantalón y me sentía como pollo sin plumas y llegaba al pueblo y al verme mi mama se avergonzaba de mí y me golpeaba. Por eso fue que en la mañana pensé en seguir con mi pollera, que además mi tía dice que hay que estar orgullosa de ser chola y que una chola bien trajeada es mil veces más elegante que una señora de vestido.



La Tierra de las Papas - TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora