Capitulo 12

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No, señor. Yo no era como la Cacatúa del Doce. Y además, ¡que porras!, estaba harta de pasar la mañana sin hablar con nadie. Tenía que empezar cuanto antes mi campaña de conquista de la cocina. Avancé pasillo adelante con paso marcial, empuje la puerta de la cocina y di mi grito de guerra:

- Esto..., Casilda... - murmuré

Casilda, que estaba picando una cebolla con los ojos enrojecidos, dio su clásico respingo al verme. ¡Ja! Había pillado por sorpresa al enemigo, y eso era como ganas media batalla.

- Casilda...Quería decirte que...

¿Qué? ¿Qué estaba avergonzada? ¿Y cómo explicarle de qué estaba avergonzada?

- Esto...que... ¿Qué te parece si hoy, en vez de sopa, hiciéramos una tortilla de patatas?

- Como tú digas, señorita – musito Casilda.

- ¿Tú la sabes hacer?

Casilda bajó la cabeza, como si no saber hacer tortilla fuese pecado.

- Ay...No sé, no, señorita.

- ¿Quieres que yo te enseñe?

- Quiero, si, señorita – Casilda me miro con ojos risueños, y entonces me di cuenta de que era la primera vez que me miraba a la cara al hablarme.

Lo complicado es enseñar a alguien a hacer una tortilla de patatas cuando una misma no la ha hecho jamás. Claro que de eso Casilda no tenía que darse cuenta. ¡Mi orgullo estaba en juego! Poco después mi orgullo se quedo pegado al fondo de la sartén junto con el huevo y las patatas. ¡Parecía tan fácil cuando veía hacerlo a tía Leonor!

Mire de reojo a Casilda esperando una sonrisita burlona. Pero qué va. Los ojos le seguían riendo, pero de alegría. Parecía encantada de que cocináramos juntas. Todo le interesaba, todo le hacía gracia.

- ¡Si son papas! – rio aliviada, al darse cuenta de que esas misteriosas patatas de que yo hablaba no eran más que simples papas, como las llamas en Bolivia.

- ¡Ahorasito! ¿Cómo haiga salido? – susurró conteniendo la respiración mientras yo daba vuelta a la tortilla.

Por suerte, la segunda cara de la tortilla salió con un aspecto casi decente. Hasta Padre supo reconocerlo cuando llegó a la mesa.

- ¡Tortilla! – exclamó.

- La hizo la señorita – aclaró Casilda.

Y "la señorita" puso cara de "no ha sido nada", como si hiciera tortilla de patatas un día sí, y otro también.

La campaña Conquista de la cocina fue coser y cantar. Un día fue la tortilla. Otro día fui a hacerme un té, aunque no me gusta el té. Un tercero quise aprender a hacer sajta* de pollo. Casilda y yo acabamos por tener interesantes diálogos de besugos* todas las mañanas en la cocina.

Al principio me costaba entenderla. Hablaba muy bajito y colocaba las palabras en las frases en un orden muy raro para mí, el que se utiliza en aimara.

Por fin la señorita gringa se canso de pasársela encerrada en su cuarto y empezó a venir todas las mañanas a la cocina haciéndose la que había perdido algo. A lo primero no la entendía bien cuando hablaba y me daba miedo porque casi gritaba, como si estaría enojada. Pero luego no era que estaba enojada, sino que ellos los gringos hablan así nomas. Además, algunas palabras las pronunciaba como si tenía la boca llena, que me daba risa de oírla.

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Sajta: es un plato boliviano, que pica que da gusto.

Besugos: diálogos incoherentes

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Los bolivianos pronuncian la zeta como ese. Cuando yo decía algo con zeta, Casilda se tapaba la mano con la boca y se reía flojito. Hasta que un día se atrevió a preguntar:

- ¿Por qué los españoles saben decir, por ejemplo, sabana y no saben decir sapato?

Pase un buen rato intentando explicarle que teníamos toda la razón del mundo al decir zapato y no sapato.

- ¿Entiendes ahora?

- Si – afirmó, con cara de decir "no".

Pero es que Casilda nunca decía "no", ni me llevaba la contraria en nada. Cuando no quería hacer algo que le pedía, decía simplemente:

- Ahorita.

Y ese "ahorita" no llegaba jamás.

Yo me enfadaba.

- ¿Por qué dice que si cuando es que no? Y si no piensa hacer una cosa, ¿Por qué no me lo dice en vez de tenerme esperando con el dichoso "ahorita"?

Padre se reía

- Eso es lo que se llama "resistencia pasiva". Los indios han sido sometidos durante años – ¡zas! , ya le había sacado al asunto su enfoque indigenista – A los que se rebelaban abiertamente, los aniquilaban. De modo que optaron por la resistencia pasiva. Parecían ser dóciles y obedientes en todo y llevaban por dentro el rencor y la rebeldía. Los indios de hoy en día siguen oprimidos y todavía utilizan esa táctica. Dicen si a todo y luego hacen lo que mejor les parece. Ponen buena cara al poderoso, aunque en realidad lo odien.

Estas palabras de Padre me dejaron bastante perpleja. Yo era blanca. ¿Era yo El Poderoso? Cuando Casilda me sonreía... ¿me estaba odiando por dentro? El viejecito aimara que nos traía el periódico, tan amable él, ¿tendría ganas de escupirnos en la cara? ¡Menuda semanita me pase, tratando de leer la verdad detrás de la cara de cada indígena! Me quede embobada mirando a una vendedora de fruta. Me olvidaba de bajar del taxi, concentrada en la cara del taxista.

Padre me daba un codazo.

- ¿Qué pasa? ¿Es que tienen monos en la cara?

Pero yo no sabía encontrar en sus caras ni monos, ni resentimiento, ni rencor..., ni un tanto así de odio. Eran caras más bien amables, o resignadas, quizá un poco cansadas. Además, vivir pensando que más de la mitad de la población del país sentía rencor hacia una no tenía mucha gracia, de modo que arrinconé en mi cerebro la teoría de la resistencia pasiva. Tengo un sitio especial en mi cabeza para cosas molestas como esa. Lo llamo "mi trastero".


La Tierra de las Papas - TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora