Un día salí temprano con Padre, antes de que llegara Casilda, y le dejé una nota en la cocina: Casilda, no venimos a comer.
Cuando volví por la tarde, encontré la mesa puesta y la sopa fría en el puchero.
- ¿No has leído mi nota, Casilda?
- No la vi pues, señorita.
Una noche se estropeó el despertador de Padre y dejé en la cocina un cartel gigantesco para Casilda: CASILDA, DESPIERTA A PADRE EN CUANTO LLEGUES.
Padre durmió de un tirón hasta las nueve y media sin que nadie lo molestase.
- ¡Casilda! ¿No me dirás que no has visto el cartel? -Me enfadé.
Casilda no respondió. Y de pronto tuve una sospecha.
- Casilda, ¿tú sabes leer?
- Y... según -Casilda retorció su delantal con las manos- Algunas letras se leer y otras no.}
- Pero... ¿nunca has ido a la escuela?
- Y pues... fui un ratito...
Casilda parecía muy avergonzada y poco dispuesta a hablar sobre el tema. Allí estaban haciendo falta unas cuantas papas. Las puse sobre la mesa, me cruce de brazos e insistí:
- Entonces, ¿nunca has ido a la escuela?
Casilda rompió a hablar:
- ¿Cómo había de ir, pues? La escuela estaba lejos, dos horas caminando, y yo tenía que ocuparme del ganado. Además mi papá decía: "Es hembrita, ¿para qué la hemos de mandar a estudiar? ¿Acaso su madre necesitó estudiar?"
"Cuando llegué acá donde mi tía, tampoco no tenía tiempo. Mi tía salida a trabajar y yo había de limpiar y preparar el almuerzo para las wawas. Tenía una vecinita que me enseñaba las letras, pero allá por la hache su familia se mudó. Yo quería leer, pues. Porque allí en el campo es diferente, que nada no está escrito. Pero en la ciudad por todas partes hay letras y números y carteles que dicen cosas que una tiene que saber. Pues, ¿y cuando fui a trabajar en mi primera casa? Era en un dificio alto como este, piso diez, ya nunca no me olvido. Entre en el alcensor y había un tablero lleno de botones con números escritos y se cerró la puerta y yo no sabía cuál era el diez. Le di a uno cualquiera, y llamé a una puerta, pero no era. Y subí, y bajé, y llamé a todas las puertas, que nunca pensé que pudiera vivir tanta gente en tan poco espacio. Al final, tuve que bajar hasta el portal y volver a subir por las escaleras contando los pisos, porque contar sí que sabía lo menos hasta el cien.
"El diez lo aprendí enseguida, porque el matrimonio para el que empecé a trabajar era igualito al número diez: él, delgadito como el palito del uno, y ella, gorda como el cero. Y cada vez que entraba en el alcensor y apretaba el botón del diez, me reía yo sola porque era como que apretaba la barriga a la señora. Claro que ese era el único rato que me reía en todo el día, porque aquella señora muy mala gente sabia ser y por todo me reñía y me castigaba sin comer y hasta pescozones me daba. Y todo porque yo era bien ignorante entonces de las cosas de la casa. '¡Pon la mesa, Casilda!', me decía. Y yo iba al salón y veía allí la mesa bien puesta sobre sus cuatro patas. 'Ya está puesta, señora Cuchita'. '¡Cómo que está puesta, imillia tonta! ¿Acaso se ha puesto sola?'. Y es que yo no sabía lo que era poner la mesa porque en casa siempre comíamos en cuclillas sujetando los platos y no sabíamos de manteles, ni de cubiertos ni nada.
"También se enfadaba la señora porque yo no sabía cocinar la carne y el pescado. ¿Y cómo había de saber si en casa no comíamos más que papa, arroz y sopitas? Ni las camas al principio sabía hacer porque no había visto antes sábanas, y el señor se enfadaba porque en la noche se le salían los pies por debajo y dizque se acatarraba.
"La señora aquella del cero solo comida y cama me daba. Y decía que aun debía dar gracias por todo lo que me estaba enseñando. Y yo no sabía bien si me engañaba o a lo mejor tenía razón.
"Casi dos años estuve en la casa, y cuando salí había aprendido harto: sabía hacer todas las cosas de la casa y también sabía leer los números que ya nunca tuve que sentir vergüenza al subir al alcensor.
La señorita María empezó a enseñarme un rato cada tarde las letras a partir de la "hache", y a leer y a escribir algo. Yo me sentía bien zonza, que todo me lo tenía que repetir muchas veces, hasta que se ponía a dar golpecitos con el pie en la silla y yo me volvía más zonza todavía. Claro que ella tampoco era muy buena hablando aimara. De todo lo que le enseñé solo se quedó con la palabra "achachi", que quiere decir "viejo" en aimara. Llamaba a su papá "Achachitijeras" y se doblaba de la risa.
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Lamento no poder actualizar antes, estaba muy ocupada con los estudios. Y había dejado en el olvido esto.
Intentaré poner los capítulos que faltan, que son como 7. Estos días escribiré el resto, espero terminar antes porque me aburro fácilmente.
Lamento no contestar ninguno de sus mensajes, soy algo tímida y no sabia muy bien que responder.
En la tierra de las papas hay 25 capítulos.
Al libro lo escribo desde una fotocopia del colegio a la computadora, es todo escrito, por lo que no tengo ningún archivo o pdf en donde tenga el libro completo.
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La Tierra de las Papas - TERMINADA
RandomA María que ha nacido y vivido siempre en Madrid, se le cae el mundo encima cuando su padre le dice que se van a vivir a Bolivia. Lo primero que hace es declararle la guerra fría; lo segundo, consultar en un atlas: ¿dónde queda Bolivia? Lo tercero e...