Capítulo 21

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Al día siguiente, hasta los niños salieron de la escuela para despedirnos. Vi al maestro agitar su gorra de Dallas Cowboys hasta que se lo tragó el polvo que levantaba nuestro coche.

Padre estaba de mal humor. No logró abrir bien los ojos en todo el viaje. Solo se le veían dos rayitas que de vez en cuando se arrugaban mientras se quejaba de punzadas en la cabeza y maldecía la chicha entre dientes.

- Tiene chaki*, pues –reían los técnicos.

Y Padre se enfadaba más todavía.


chaki* resaca


Yo también tenía mi chaki, pero no de chicha, sino por el sol. La cara me ardía y me dolía la cabeza, pero no me quejé porque no estaba el horno para bollos.

A media mañana llegamos a otro pueblo donde había que instalar un panel solar. Pero esta vez, nada más terminar la instalación, salimos pirando sin dar tiempo a que trajeran la chicha y a la chica robusta del pueblo para que bailara con Padre. Creo que eso a los del pueblo no les hizo mucha gracia, porque a aquella gente le gusta ser hospitalaria y agradecida aunque uno no quiera. Solo los técnicos se quedaron a festejar. Padre se despidió de ellos con el coche en marcha:

- Nos vemos mañana en Caja... Catapa...

- Cajuatapata.

- Eso.

Eliana miró el reloj.

- Perfecto. Tenemos tiempo para llegar a dormir a Choquehuanca.

- ¿Choquehuanca? –Padre se extrañó- ¿Qué se nos ha perdido allí? Nuestro próximo panel solar es un Caja... Capua...

- No importa –interrumpió Eliana- Es solo un pequeño desvío. Podemos pasar allí la noche. Les tengo preparada una sorpresa.

El "pequeño desvío" de Eliana fueron cuatro horas. Y su sorpresa era don Melchor. Don Melchor era viejo, se movía despacio y lo miraba todo con mucha intensidad, como si pudiera ver por dentro de las cosas. Y según Eliana, veía realmente dentro de las cosas, porque era yatiri, o sea, medio sacerdote, medio curandero. Podía sanar enfermedades, conocer el destino de la gente, leen en la naturaleza mensajes que a los demás se nos escapan y hablar con el más allá.

El curandero nos invitó a pasar a su casa y nos sentó en torno a una mesa. Afuera estaba atardeciendo, pero allí dentro estaba ya muy oscuro. Hasta que don Melchor nos alumbró poniendo sobre la mesa una lámpara de aceite de lo más curioso: antes que lámpara había sido un bote de aerosol matacucarachas. Se ve que por allí no había llegado la energía solar de Padre.

- Don Melchor y yo somos viejos amigos –dijo Eliana- Cuando viaja a La Paz, siempre pasa a verme y venderme ungüentos medicinales.

- Pero vamos a ver, Eliana –susurró Padre, aprovechando que don Melchor se había levantado para encender el bracero- ¿Cómo toda una señora doctora puede creer en ungüentos milagrosos, amuletos y rezos?

Además de ver lo que los demás no veían, aquel hombre oía lo que no debía, porque fue él quien contestó a Padre con palabras suaves y firmes a la vez.

- Cada enfermedad necesita su remedio, ingeniero. Hay enfermedades que solo los médicos pueden curar. Hay otras que deben curarlas los yatiris. Y hay otras que no las cura nadie. Antes de atender a un enfermo, consulto en las hojas de coca si soy yo quien debe sanarlo... -miró a Padre con ojos que me parecieron algo maliciosos- Y como lo suyo no es realmente una enfermedad, permítame que le ofrezca un remedio sin necesidad de leer la coca –tendió a Padre una taza humeante que olía a Dios sabe qué- Bébase esto, para su chaki.

- ¿Qué chaki?

Don Melchor no contestó. Padre alzó las cejas miradno a Eliana, como diciendo: "¿Lo tomo? Dímelo tú que eres médico". Eliana respondió moviendo un pulgar hacia su boca, como respondiendo "¡Adentro!".

No sé si sería el efecto de aquella bebida, pero a partir de entonces a Padre se le fueron abriendo poco a poco los ojos, y al final de aquella velada los tendría abiertos como platos. Claro que a mí me pasó lo mismo sin tener que beber ningún brebaje.

Para empezar, don Melchor nos convidó a acullicar. Dicho en cristiano: a mascar hojas de coca. Eran unas hojas verdes, más bien pequeñas, de aspecto normalito. Había que ponérselas de un lado de la boca e irlas amasando para sacarles el jugo. Despacito, sin prisa. Seguro que nos veíamos muy graciosos los tres en torno a la mesa, con un moflete hinchado como si tuviésemos un flemón. Pero nadie se reía, y nadie hablaba siquiera. Era todo muy solemne, como si estuviéramos en misa. Pero al mismo tiempo se estaba a gusto. No hacía falta decir nada.

Luego supe que los indios bolivianos llevan siglos mascando coca. Por lo visto la coca quita el cansancio y la sensación de hambre. Teniendo en cuenta que deben pasarse el día cansados y hambrientos, el invento no me pareció ninguna tontería. También usaban la coca y la siguen usando, en sus ceremonias religiosas, y la toman en infusión, y se la ponen en la frente cuando tienen dolor de cabeza, y hasta hacen con ella pasta de dientes. Vaya, que los indios y la coca son como Padre y la energía solar: piensan que sirve lo mismo para un roto que para un descosido.

Pero bueno: antes de este intermedio, nos habíamos quedado todos acullicando. Y así seguimos hasta que Eliana rompió el silencio diciendo:

- Don Melchor, ¿querría usted leer la coca aquí a mi amigo el ingeniero?

- No... -empezó Padre- Yo no cr...

Y ahí se detuvo. Juraría que iba a decir: "Yo no creo en esas cosas", pero lo debió pensar mejor. Quizá porque empezaba a sentir respeto por don Melchor y no quería ofenderlo, o quizá porque estaba hasta un poco dispuesto a creer en "esas cosas".

Don Melchor se levantó y su sombra inmensa bailoteó por las paredes. Volvió con una tela de aguayo que extendió sobre la mesa. Eligió unas cuantas hojas de coca y las estuvo manoseando un rato antes de dejarlas caer sobre el aguayo como una lluvia. Parecía muy concentrado. La mitad de la cara le brillaba de sudor a la luz del bote de matacucarachas y la otra mitad quedaba toda a oscuras. Daba un poco de miedo. A ratos echaba tragos de una botella de aguardiente, hacía buches con el alcohol, y lo esparcía como un surtidor sobre la tela. Luego fruncía la nariz, gruñía y escupía las palabras como si le dolieran.

- Mmmm... dos mujeres...

Eliana y yo nos miramos inmediatamente y bajamos la vista, como los vecinos cuando jugaban a espiarse en el ascensor de casa. Pasó un largo rato antes de que don Melchor volviera a hablar.

- Envidia. Guárdese de la envidia... Alguien le quiere mal.

Nuevos murmullos y rociadas de alcohol.

- Un viaje... un viaje largo... quizá sin retorno.

Parecía que había un par de hojas que no le gustaban a don Melchor. No hacía más que escupir y resoplar sobre ellas, como si quisiera separarlas. Finalmente arrugó tanto el entrecejo que le desaparecieron los ojos.

- Hay algo que no veo claro y por eso prefiero no hablar de ello. Quizá otro día... Les demostraré ahora dónde pueden dormir.

Al levantarme, noté que tenía todo el cuerpo agarrotado por la tensión. Y las horas se me habían ido volando escuchando a don Melchor.

Antes de dormirme estuve pensando en sus predicciones. Y de pronto sonreí por dentro. Seguro que lo que el yatiri no veía con claridad en la coca eran las Cosas Con Mayúscula que le interesaban a Padre. Apuesto a que aquellas hojas que no supo leer decían: Energías Alternativas, Pacifismo, Ecología, Cuestión Indígena...

Y esas cosas a un campesino del Altiplano le debían sonar a chino, por más adivino que fuese.

La Tierra de las Papas - TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora