Capitulo 16

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Yo también quería jugar al "¿cómo será?", pero haciendo las preguntas, no dando las respuestas. Me intrigaba Casilda. ¿Dónde había nacido? ¿Dónde estaban sus padres? ¿Cuántos años tenía? ¿Cuántas 'polleras llevaba? ¿Se haría esas trenzas larguísimas cada mañana? Pero Casilda, que cada día era más charlatana conmigo, se volvía muy tímida cuando trataba de hablar de ella misma.

Solo de vez en cuando, mientras pelaba una patata o machacaba un diente de ajo, dejaba caer algún comentario, con la mirada concentrada en su tarea, como hablando consigo misma:

- Malas han salido estas papas. Así sabían ser en la chacra* de mis papás.

O:

- En un día como hoy nació mi hermano el menorcito, con tormenta y hartos rayos. El curandero dijo que era un buen augurio, pero igual se murió la criatura.

Yo intentaba continuar la conversación, pero en algún momento Casilda terminaba lo que tenía entre las manos, me miraba y callaba, como si se acabara de dar cuenta de que yo estaba allí.

Aquel día, por el momento, la cosa iba bien: Casilda había empezado a hablar por si sola y, lo que era mejor, había empezado por el principio.

- Yo nací en un pueblo del Altiplano -Dijo mientras pelaba una patata- De muy chiquita me enviaban ya al campo a pastear las ovejas y las llamas. Como de cinco o seis años seria. Salía bien temprano, cuando aún había estrellas en el cielo, con mis habitas secas o mi chuno para almorzar. Y no volvía hasta que se hacía de noche.

- ¿Y estabas sola todo el día?

- Casi siempre, sí. Jugaba yo sola, o me cantaba canciones, y metía en mi aguayo una piedra alargada y me lo echaba a la espalda, como si cargara una wawa.

- ¿Wawa?

- Wawa es un bebe -aclaro, mientas lavaba la papa pelada al grifo. Y supe que me había dado por terminada la conversación.

Le tendí otra papa sin pensar, como quien echa combustible en una máquina que se ha parado. Funciono. Casilda se concentro en pelarla y siguió hablando donde lo había dejado, sin mirarme. Parecía que fuera leyendo su propia historia bajo la piel de la papa.

- Sí, yo jugaba a que llevaba un wawa a la espalda. Pero pronto la cargue de verdad, y eso ya no tuvo tanto chiste. Me hacían llevar a mi hermanito Moisés, ¡y bien pesado que era! Mi mama no lo podía cuidar porque tenía harta faena: ayudaba a mi papa en el campo, se ocupaba del resto del ganado, lavaba, cocinaba, tejía, cuidaba a los demás hermanos... Más que el papa trabajaba...

Casilda había acabado con otra papa y de nuevo me miraba sin hablar. Inmediatamente le tendí otro puñado más. El método volvió a funcionar.

- Pastear el ganado como yo hacía no era pues cansador. A mí me gustaban las ovejas y las llamas, y a todas las conocía por sus nombres y sabía cuándo estaban contentas y cuando estaban tristes, y ellas también sabían todo de mí porque son como personas humanas y cuando te miran parece que te conversan, que solo hablar les falta. Solo era feo cuando llegaba el zorro y quería comer a las ovejas. Me recuerdo de la primera vez que vino. Todas las ovejas balaban, y el Moisés lloraba, y yo lloraba también, pero parada nomas como estatua, que no sabía qué hacer, viendo como el zorro se llevaba a, cordero más chiquito, uno que le decíamos Huyphi Hankko*. ¡Uuuuu! ¡Cómo me sonaron al llegar a casa!

- ¿Sonaron? ¿Qué es lo que sonó?

- ¡Me sonaron a mí! ¡Me pegaron pues!

Casilda suspiro entre dos papas y luego volvió a trabajo.

- Aun ahora hay días que echo en falta el campo y el ganado y todo, aunque a veces sabíamos pasar harta hambre, pues se helaban las papas, o el zorro se comía las ovejas, o nos pagaban mal la cosecha..., o ¿Qué cosita seria? En el campo siempre sabio ocurrir alguna calamidad. Y luego cada ano llegaba un hermanito nuevo, y mi mama renegaba: "¡Ay, otro más a comer! Yo quisiera que el Tata Dios se lo llevara nomas".

- ¿Cómo? -casi grité, escandalizada- ¿Tu mama quería que se muriese tú bebé?

Casilda enrojecido, como hacia siempre que decía algo que no parecía gustarme.

- Lavare, pues, las papas -dijo cambiando de tema.

- No, no, mejor pelaremos algunas mas -tendí apresuradamente otras tres papas a Casilda- Entonces, erais muchos hermanos y no había comida para todos... ¿Y qué paso?

- Pues un día mi mamá me dijo: "Casilda, te has de ir a La Paz donde tu tía. La ayudaras en la casa y con tus primos chicos". Y mis hermanos se quedaron en el campo ayudando a mis papás y a mí me trajeron a La Paz. Va a hacer tres años.

Sonó la puerta de la calle y, como siempre, poco después asomo la cabeza de Padre en la cocina.

- ¿Qué demonios es eso? ¿Es que esperamos al Séptimo de Caballería para comer?

- Huy...Huyuyuyyyyy... -Casilda se tapó la cara con el delantal y parecía tan paralizada como la primera vez que vio al zorro.

Cuando la señorita María quería saber cosas de mi vida me hacía pelar muchas papas, no sé por qué, como si las papas sirviesen para jalarle a uno de la lengua. A lo mejor es que en España las usan para eso. Yo, por no decepcionarla, pelaba y hablaba, pelaba y hablaba. Y me empezó a gustar contarle de mi vida a la señorita, porque todo parecía que le interesaba y no se burlaba. Eso sí, a veces me miraba como a un bicho raro y como que se enfadaba. Por eso habían cosas que no le contaba porque sabía que no le iban a gustar. Por ejemplo, seguro que se enfadaba si le cuento que mi hermano el menorcito al final se murió y que ninguno de nosotros lloró ni nada, que casi un alivio fue.


La Tierra de las Papas - TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora