SAN FRANCISCO

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2 Meses después

Salgo de la oficina con ganas de llegar a casa y sumergirme en la bañera. El viento gélido, me hace esconder la cara buscando el calor de la bufanda de lana que llevo alrededor del cuello. El cielo está gris y encapotado, talmente parece que vaya a nevar de un momento a otro. Definitivamente, el invierno ha llegado antes de tiempo y, viene para quedarse una temporadita. A pesar del frío que hace, recorro la distancia de la oficina al apartamento andando. Desde que llegué, lo hago cada día. Algo así como una rutina impuesta para poder esparcer la mente antes de llegar a casa y dejar los agobios del trabajo por el camino. Aunque pocas veces lo consigo. El trabajo aquí es agotador, un caos continuo que por momentos consigue que mi moral esté por los suelos. Me fastidia reconocerlo, pero egoistamente echo mucho de menos trabajar codo con codo con Daniel. Todas las responsabilidades recaían sobre sus hombros y no sobre los míos y la mayoría de los días al salir del despacho me sentía liberada, no como ahora que toda la mierda y el estrés me acompañan constantemente.

Llego a casa y dejo todos los bártulos en la habitación del despacho, para a continuación ir al baño y poner a cargar la bañera. Echo sales en el agua y, unas pelotitas de gel efervescente que según pone en la etiqueta, son relajantes. Mentira cochina, porque cuando salgo del baño, no me siento relajada para nada. Aún así las uso porque me dejan la piel muy suave y tiene un olor a coco que me encanta. Pongo música y saco de la nevera una botella de vino para servirme una copa y llevármela conmigo al baño. Si, otro ritual más. Dejo la copa en el suelo, junto a la bañera, me quito la ropa y me sumerjo en el agua caliente y perfumada. Dios, que bien sienta, lástima que este bienestar, solo dure una hora como mucho. Justo el tiempo que tarda en empezar a enfriarse el agua.

Ya han pasado dos meses desde que me mudé. Dos meses en los que solo hablo con Daniel por motivos profesionales. Dos meses en los que cada noche, cuando cierro los ojos para entregarme a morfeo, lo tengo presente en mi mente. Ni una sola noche se ha movido de ahí, lo tengo tatuado en mi cerebro y, también en mi corazón. Que conste que tampoco he intentado olvidarme de él. Si, soy masoquista y me encanta regodearme en el dolor que siento al volver a recrear en mi mente una y otra vez los buenos momentos vividos junto a él. Dos meses en los que apenas tengo vida social. Más que nada, porque todavía no tengo la confianza suficiente para salir con nadie, además, creo que solo me ven como la jefa y, no como una compañera más. Y eso que he cambiado el chip y mi actitud, para nada tiene que ver con la que por norma general tengo. Esa en la que yo misma me obligaba a no relacionarme con mis compañeros porque iba a lo mío y punto. Pues esa actitud, se ha quedado en Manhattan con la Olivia mojigata y virginal. Dos meses en los que Rebeca ha venido a verme un par de fines de semana y, nos lo hemos pasado bestial. Puede que esos dos fines de semana, sean los únicos en los que realmente, he disfrutado de estar aquí en San Francisco. Es que Rebeca es mucha Rebeca y hasta el momento es la única que consigue hacerme reír a mandíbula batiente con los jugosos cotilleos que me trae. Mi radio patio particular, cuanto la echo de menos... Dos meses en los que la única noticia que tuve del "Lust", fue una carta en la que se nos comunicaba a todos los miembros que el club, se establecería de forma permanente en Nueva York. Y que mientras se llevaran a cabo las obras de adecuación del local, quedaban suspendidas las reuniones hasta nuevo aviso. Y según mi amiga, el nuevo aviso había llegado hoy. El "Lust", abriría sus puertas la noche de fin de año, con una fiesta espectacular con motivo de su inauguración. Quedaban exactamente dos semanas para dicho evento, y yo, ya estaba cardíaca perdida por dos razones.

La primera, que dentro de una semana, viajaría a Manhattan para asistir a la fiesta que Daniel daba con motivo de la celebración navideña. Lo que implicaba tener que verle y estar con él sin aún haber salido de dudas respecto a su doble identidad. Y la segunda, no tener más cojones que ir a la fiesta de fin de año del club si por fin quería esclarecer esas dudas de una maldita vez. Así que si, estoy que me llevaban los demonios por lo que se me viene encima. Lo único que realmente me satisface de mi próximo viaje a Manhattan, es volver a ver a todos mis compañeros, a los que por cierto, y por raro que pueda parecer, también echo de menos.

LUSTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora