TIRA Y AFLOJA PARTE I

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Salgo del edificio con los dedos tocando mis labios que aún arden por el contacto de los suyos. Ese beso ha sido... ¡Uau, ha sido la hostia! Sonrío. Madre mía, si con ese beso ha conseguido dejarme en este estado de excitación, no quiero ni imaginar que pasaría si la cosa hubiera ido a más. «¡Maldito ascensor que ha tenido que abrir sus puertas en el momento más inoportuno!» -Me quejo.

Camino como una autómata, dejando que la fina lluvia que ha empezado a caer sobre Manhattan me empape. No me importa mojarme, todo lo contrario si de esta manera mis hormonas vuelven a la normalidad merecerá la pena la mojadura.

Una vez en casa, me doy cuenta de que me he olvidado de pasar a recoger las putas bambas del señor Dempsey, no me extraña, diez minutos más encerrada con él allí dentro y, me hubiera olvidado hasta de mi propio nombre. Me siento algo avergonzada, tanto erre que erre con que no me gusta, con que no siento nada por él y a la mínima oportunidad, si me descuido hasta le regalo mis bragas. ¡Dios que patética soy! Si al menos hubiera mostrado un poco de resistencia... pero que va, si hasta casi le hago una ola y todo. Uff, ahora que se me está pasando el calentón, empiezo a arrepentirme. ¡Seré idiota! Ha conseguido demostrarme a mi, y así mismo, que no soy tan inmune a él como aparento. «Menuda metedura de pata Olivia -me regaño- ahora no va a dejarte en paz hasta que consiga llevarte a la cama». A pesar de que me estoy regañando a mi misma por mi falta de dominio, el cosquilleo que siento en las paredes de mi estómago cuando pienso en el señor "soy un ogro", en la cama, y una servidora, me sudan hasta las orejas, por no decir algo que en mi cabeza suena mucho más soez y mucho más guarro. ¡Madre mía, madre mía, como se me va la pinza! Necesito con urgencia una de esas invitaciones a las reuniones del club para desfogarme o acabaré cometiendo una locura.

Ya en la cama, sigo dándole vueltas a lo mismo. Ahora lo que me preocupa es cómo voy a actuar mañana en cuanto lo vea. Supongo que actuaré como si nada, como si ese beso, no hubiera significado nada para mi. «Si claro, eso no te lo crees ni tu-me digo-, si al menos no hubieras gemido de satisfacción tonta del culo...». ¡Basta ya, se acabó, ni un pensamiento más! Soy una mujer adulta por el amor de Dios, ¿qué coño me está pasando? Sé de sobra lo que tengo que hacer, solo espero que él, no se empeñe en ponerme las cosas más difíciles ahora que ya tiene claro que no me es indiferente.

A la mañana siguiente, me visto como de costumbre. Traje gris marengo, camisa blanca y zapatos planos. Vamos, un golpe bajo a toda la libido de cualquiera, especialmente a la del señor Dempsey. Llego a mi despacho puntual como cada mañana, con mi capuccino con canela en una mano y mi maletín en la otra. En la cara ni una mueca, soy como un emoticono pero sin emociones ¿me entendéis? Como siempre se dice que la cara es el espejo del alma, pues no quiero que vean que hoy mi alma está agitada por culpa de cierto hombre que ayer se tomó la libertad de darme un beso de película en el ascensor, y yo de corresponderle claro.

Paso buena parte de la mañana enclaustrada en mi despacho, ni siquiera me atrevo a ir al baño por miedo a encontrarme con él, más que nada porque temo mi reacción, y para que mentir, me acojona la suya por supuesto. Conociéndolo, seguramente no dudará en burlarse de mi y, entonces yo tendré que ponerme a la defensiva y, ya sabéis como terminará la historia ¿verdad?

Total que cuando yo ya me creía que iba a superar la mañana sin verle, llegan a mis manos unos papeles muy importantes y que necesitan urgentemente la firma del señor Dempsey, y como Rebeca no ha venido a trabajar esta mañana por no se que movidas de la facultad, pues no me queda más remedio que llevárselos yo misma. Así que me armo de valor y, con la carpeta en las manos, me dirijo a su despacho. Antes de que me de tiempo a golpear la puerta, esta se abre de golpe y aparece mi jefe, que se queda sorprendido de verme en la puerta y con la mano en alto. Sin decir nada, se hace a un lado para dejarme pasar y cierra la puerta. Mete las manos en los bolsillos y lentamente se acerca a mi. Reculo hasta que el borde de la mesa queda pegado a mi espalda, sujeto la carpeta que lleva en las manos con fuerza contra mi pecho, utilizándola como escudo protector, como si sirviera de algo. En realidad, no creo que haya nada que pueda protegerme de él. Ya no.

LUSTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora