RESACÓN EN MANHATTAN

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La intensa luz del sol, entra a través de las cortinas descorridas de la ventana. Abro los ojos y, desorientada miro a mi alrededor. Estoy acostada en mi cama en ropa interior. Asustada me incorporo, ¡mierda, la cabeza me va a estallar! Me duele tanto que parece que dentro de ésta hay un millón de pájaros carpinteros taladrándome el cerebro. Vuelvo a recostarme. ¡Joder, joder, joder, menuda cogarza me pille ayer más a lo tonto, malditos chupitos de aguarrás!

No recuerdo cómo llegué a casa y eso me inquieta. Por mi cabeza pasan imágenes de la noche anterior. Yo hablando con Katty, el señor "soy un ogro" tocándome las pelotas, bebiendo chupitos con todos en la barra, muchas miradas entre mi jefe y yo, Rebeca hablándome de esas miradas en el baño, y por último... ¡Ay señor, no, no puede ser que esto me haya pasado a mi! La imagen de mi vomitando a mi jefe, pasa una y otra vez a cámara lenta por mi mente. Madre mía que vergüenza, no me lo puedo creer, pero... ¿qué paso después? Porque a partir de ahí, estoy totalmente en blanco.

La angustia se apodera de mi al imaginarme la reacción del señor Dempsey al ver sus bambas de CK vomitadas, conociéndolo, me habrá puesto a caer de un burro.

Me levanto de la cama despacio, creo que aún sigo pedo, porque todavía estoy mareada. Me encierro en el baño y me doy una larga ducha que me sienta de maravilla. Después, me cepillo los dientes y la lengua. Esta última parece un estropajo de alambre, cada vez que la muevo me raspa el paladar, la sensación es asquerosa. Duchada y con la boca fresca aunque rasposa, me siento más humana.

Voy a la cocina y me preparo una taza de café bien cargado, a ver si con ello consigo despejarme del todo. Mientras me lo tomo le echo un vistazo al móvil que está junto a mi bolso encima de la meseta de la cocina. Tengo dos llamadas perdidas de Rebeca y un mensaje de voz de él en el contestador. Me da miedo escucharlo, pero mi vena curiosa me supera.

«Hola Olivia, si estás escuchando este mensaje, es porque has visto encima de la encimera tus cosas. Me pareció que ahí no tardarías en verlas. Espero que tengas una resaca de mil demonios por haber jodido mis bambas. El lunes hablaremos sobre ello en la oficina».

Tras escuchar la voz del gilimemo de mi jefe, me quedo como un pasmarote mirando el teléfono. Se acaban de confirmar mis sospechas. Él fue quien me trajo a casa. Ha estado aquí, en mi santuario particular. Pero eso no es lo peor, para mi lo pero es que me haya visto desnuda. Está claro que también fue él quien me quito la ropa y me metió en la cama. No sabéis lo mal que me siento en estos momentos al saber que la persona que más odio por tratarme como a una mierda, me ha visto en una situación tan, tan, bochornosa. Y lo que más me joroba es que no me acuerdo de nada. ¿Cómo cojones voy a ir a trabajar el lunes? ¿Con cara voy presentarme en su despacho cuando mi presencia sea requerida? ¡Si es que tenía que haberme quedado en mi casa leches! No sé por qué dejé que Rebeca me convenciera para salir... «Por que tenías ganas de pasar un rato en compañía como las personas normales -me digo». Y ahora, tendré que pagar las consecuencias de ello.

Llamo a Rebeca con la intención de ver si ella puede arrojar algo de luz a mis tinieblas mentales. Hay una mínima posibilidad de que los tres nos hubiéramos ido juntos, si, ya sé que la posibilidad es minúscula, pero si estuvierais en mi situación, ¿no os gustaría salir de dudas?

Al quinto tono, oigo la voz de camionero resacoso de mi amiga.

-¿Olivia?

- ¿Estabas dormida?

- ¡No que va, no estaba dormida, estaba inconsciente! ¿Qué hora es?

- Es la una de la tarde -contesto mirando el reloj.

- ¡Oh joder, solo llevo durmiendo cinco horas! ¡Más te vale que lo que sea que te ha llevado a despertarme sea importante! -Refunfuña- Desembucha.

LUSTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora