CAPÍTULO 4: ATACADOS

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—Debéis de estar hablando en broma...

—Faye. Solo estamos diciendo lo que hay, no significa...—intenta explicar Cassie, interrumpida bruscamente.

—¡No! —niega con la mano y la cabeza, dando un paso hacia atrás—. No me jodáis. Me ha costado volver a hacerme a la magia individual y nosotros, al contrario que vosotras, no tenemos una «dosis» extra compuesta de magia oscura —exclama entrecomillando en el aire y humedeciéndose nerviosa los labios.

—Eso es injusto —responde Diana con el semblante serio, dando un paso hacia ella.

—No podéis aparecer después de tanto tiempo y hacer como si nada hubiese cambiado. Todo ha cambiado, ¿no os dais cuenta? —Hace aspavientos y a continuación deja caer los brazos a ambos lados.

—Sí, somos conscientes ¿o debo recordarte lo que hemos perdido, lo que he perdido? —arguye Cassie, con los ojos empañados en lágrimas.

—Por favor, no peleéis —suplica Melissa, cansada de tanta discusión. Se acerca a su amiga y la ase del brazo, pero ella la rechaza—. ¡Basta ya! —exclama mientras utiliza su don para elevar a Faye del suelo y lanzarla contra uno de los sillones, desde el que la observa perpleja y algo asustada.

—Gracias —Diana esboza una sonrisa de satisfacción. A la rebelde del grupo no le va mal un escarmiento de vez en cuando.

—No podéis obligarme  a participar en esta mierda —reclama al tiempo que se levanta otra vez con fuerzas renovadas y provoca que la tormenta se intensifique, aunque no con la fiereza que lo hacía cuando el círculo estaba cerrado. No quiere reconocerlo, pero una parte de ella lo extraña, pero no puede dejar pasar el hecho de que tanto Diana como Cassie se largaran después de lo sucedido, volviendo ahora con la voz cantante.

—Faye, reflexiona, por favor.

—No. Si queréis que participe, tendréis que...

Un temblor corta su respuesta. Los seis se aferran a lo que tienen más a mano. El suelo vibra bajo sus pies y algunos frascos caen haciéndose añicos. Escuchan la madera gruñir al límite. Es como si la casona fuese a derrumbarse de un momento a otro.

De pronto, un fuerte impacto los proyecta contra la pared, en la contraria se ha abierto un boquete de aproximadamente un metro ochenta de diámetro. Un espeso humo les inunda las fosas nasales, haciéndoles toser.

Los seis se incorporan, colocándose formando un círculo, costumbre que no han perdido.

—¿Ves por qué es necesario? —Cassie se hace escuchar sobre los restallidos de la tormenta, que ha aumentado de intensidad. Gira la cabeza hacia Faye, cuya melena azabache es zarandeada por el viento que se cuela en la habitación.

Una figura se perfila en la obertura.

—¿Quién eres? —pregunta Cassie mientras se adelanta. Separa los pies y eleva la barbilla, preparada para la lucha si esta fuese necesaria.

Por toda respuesta obtiene un gesto. El desconocido se quita un grueso guante de piel alzando la palma de la mano y dejando al descubierto una marca igual que la que ella y Diana tienen grabadas.

—Sabía que vendríais, pero no es un buen momento —añade con un deje de ironía, chasquea la lengua, levantan ambas manos y logra que las gotas del agua que han irrumpido en el interior se junten. Los charcos se unen en una masa líquida que se eleva por encima de sus cabezas, formando una barrera ondulante.

—Increíble —murmura Melissa, que contempla la escena boquiabierta.

Al otro lado, la figura envuelta en niebla y vestida de negro, articula lo que parece un hechizo y de las puntas de sus dedos empiezan a emerger unas chispas que pronto dan paso a un fuego que brilla anaranjado.

—Agua siempre vence a fuego —le desafía Cassie, que engrosa el muro ante ellos con un torrente que atrae del exterior, donde la lluvia cae cada vez con mayor ímpetu.

El misterioso agresor ladea la cabeza como diciendo «¿Estás segura?» y dirige las crepitantes llamas, que adquieren una tonalidad índigo, contra el escudo erigido por Cassie, que se esfuerza en no bajar la guardia.

Cuando adquiere consciencia del poder de su rival, se concentra para repeler el ataque, pero es imposible. La bola de fuego se incrusta en la barrera de agua, abriéndose camino.

—Observa lo que podríamos hacer juntos —dice el extraño con una voz ligeramente metálica. Esta debe de llevar vinculada un hechizo de ocultación, para que no puedan reconocerla.

«Eso puede significar que te conocemos ¡claro! Distorsionas tu voz porque podemos ponerle un rostro», piensa para sus adentros, sufriendo repentinamente una fuerte jaqueca.

«O estás a punto de conocerme. Piénsalo, hermana. Hermanas».  La réplica reverbera directamente en su cabeza.

Mira de soslayo a Diana, que asiente y confirma sus sospechas: ella también le escucha.

«Uníos a nosotros. Creemos el círculo para el que fuimos concebidos».

«Ni lo sueñes», responde tajante Diana, entrelazando los dedos con Cassie y concentrando su poder en el oponente, que parece recular. Ambas repiten ahora en alto  un hechizo para alejar lo indeseado.

—Volveremos a vernos —sentencia el desconocido antes de saltar a la mullida hierba, rociada de agua y alejarse en el bosque.

El muro que Cassie ha levantado se desmorona, arrastrando algunos objetos con él y salpicando a Diana y los demás, que respiran entrecortadamente.

Pasan unos segundos antes de que ninguno abra la boca, hasta que finalmente Jake se decide:

—¿Un viejo amigo? —bromea para quitar hierro al asunto.

—No. Me temo que hay reunión familiar y no aceptan un no por respuesta. —Cassie  echa hacia atrás su melena completamente empapada.

El Círculo Secreto: Legado (The Secret Circle - Temporada 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora