2 - El Baile.

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Nos encontrábamos en nuestro dormitorio, preparándonos para el baile que se celebraría en nuestro honor en el salón principal de los dioses. Hoy era el catorce aniversario de nuestro nacimiento.

Eitxi se veía preciosa en su vestido violeta suave, con bordados dorados en la zona del pecho y a eso le sumamos el espectacular peinado con trenzas y cintas. Estaba hermosa... Mientras yo llevaba un simple pero elegante vestido azul celeste, a juego con mis ojos. En la cabeza lucia un recogido sencillo, el cual se componía por una trenza entrelazada en una cinta y esta finalmente era aprisionada en un moño alto.

―Eres una vergüenza. ¿Te has visto? No entiendo como madre no te deja encerrada en el templo. ―Se burló Eitxi de mi apariencia.

Agaché la cabeza con pesar, ya estaba acostumbrada a los desaires de mi melliza. No era nada nuevo que en un día como este, en el que las dos seriamos el centro de atención, quiera hacerme sentir fea y sin valor. Pero no lo iba a permitir, quería disfrutar de mi día tanto como ella.

Entonces llego Zephía, la mejor amiga de madre y Diosa de la Naturaleza y la Vida. Ella nos iba a acompañar hasta el salón principal, mientras madre nos esperaba allí. Este no era un baile cualquiera, ni un celebramiento sin más. El día en que se cumplen los catorce años, se te presenta en la sociedad de los dioses y pasas a formar parte del grupo. Hasta ese momento solo eres visto como un niño, hijo de un dios, no un dios como tal. A partir de hoy, me convertiría en la Diosa Dríane, mi poder aun está por ver. Eitxi por el contrario ya había encontrado el suyo... Diosa del Discordia. Efectivamente es un poder que le va como anillo al dedo.

―Niñas, vamos. ¿No querréis llegar tarde, no? ―Dijo Zephía paciente.

Cuando llegamos al lugar y las puertas se abrieron ante nosotras, pudimos comprobar como todos los dioses y diosas estaban contemplándonos curiosos. Nadie nos había visto jamás, aparte de madre, padre, las damas de madre, Zephía y Drix... Todos sentían curiosidad por las hijas de la Diosa de la Guerra y la Lucha.

Zephía nos llevó hasta un pequeño escenario, de menos de medio metro. Nos subimos y nos colocamos cada una a un lado de madre. Yo estaba a su izquierda, ya que era la pequeña por unos minutos. Comenzó a hablar para todos los allí presentes.

―Me alegra anunciar que hoy es un día muy especial para mí y mis hijas. Hoy es el día de su catorce aniversario. ―Hizo una breve pausa. ―Estoy muy orgullosa de presentar a mis hijas: Eitxi, Diosa de la Discordia y la Diosa Dríane, que aun está buscando su Don.

Los aplausos hicieron eco en el salón, mientras bajábamos del escenario para abrir el baile. La tradición dicta que un Dios iniciado debe bailar un Dios Esencial, del sexo opuesto. Estos dioses son los primeros que existieron, los más importantes y mi madre es una de ellos, como también lo son Zephía y Drix. Este último es el encargado de sacarme a mí a bailar, mientras que a Eitxi la sacará Baix, Dios del Odio y la Miseria, le pegaba a mi hermana.

Observé como ambos dioses se acercaban a nosotras a paso lento. Drix era muy atractivo, nunca me había fijado en estos años, pero hoy lo veía con otros ojos. Su cabello le llegaba hasta el cuello, era de color negro azabache y este hacía que el verde de sus ojos resaltase como dos brillantes esmeraldas. Iba vestido con una túnica larga, a juego con el color de sus ojos, con bordados en plata.

―Joven Dríane, permíteme decirte lo hermosa que estáis esta noche.

Le sonreí en respuesta mientras le agarraba la mano que me había tendido y este besaba el dorso de la misma. Nos guió hacía la pista de baile y allí, junto a Eitxi y su pareja, comenzamos a llevarnos por los acordes provenientes de la orquesta. La mano de Drix se encontraba en mi cintura, su contacto me resultaba perturbador para mis sentidos. La otra estaba situada en alto, junto a la mía, pero sin llegar a tocarnos. La música se fue haciendo más intensa con el paso de los minutos, Drix me agarró con ambas manos de la cintura y me elevó en el aire como a una ligera pluma. Algunas hebras rebeldes de mi cabello se soltaron, mas no me importaba, me encontraba en las nubes. Para el final del baile, me dejó suspendida del aire con su brazo como apoyo en la parte baja de mi espalda.

Mi corazón iba tan acelerado que me dirigí a sentarme a una silla del lateral del salón. Estaba emocionada por el baile, había sido tan perfecto...

―Eres una fulana desvergonzada.

La voz de Eitxi me pilló desprevenida, estaba delante de mí, pero como hasta hace unos instantes estaba absorta en mis pensamientos no me había dado ni cuenta de que estaba aquí. ¿Por qué me decía aquello? No he hecho nada, como siempre será que tiene ganas de hacerme daño.

―No entiendo a que te refieres, hermana.

―A que se te caía la baba, y otras cosas, mientras bailabas con Drix. Nos avergüenzas, a madre y a mí. Todos aquí presentes lo hemos podido ver con nuestros propios ojos. Seguro que te entregas a él.

Abrí los ojos sorprendida por estas mentiras que Eitxi podría hacer que a los ojos de madre, fuesen verdad. ¿Por qué me odia tanto? Sentía ganas de llorar.

― ¡Eso es mentira! Yo jamás he hecho nada semejante.

Me levanté del sitio dispuesta a irme de allí lo antes posible, pero Eitxi me agarró con fuerza del brazo. Se acercó a mí y comenzó a hablarme en susurros.

―Se lo diré a madre, ¿A quién piensas que creerá? ―Se burló mi melliza.

La rabia comenzó a subir por mi pecho, aflorando en mi interior. Empujé a Eitxi, que seguía agarrada a mí, clavándome sus uñas. Un duelo de miradas surgió entre nosotras, pero mi melliza cambió su expresión con pasmosa rapidez. Paso de perra rabiosa a dulce corderito en cuestión de milésimas de segundo.

―Bellas damas. ―Drix inclinó la cabeza como saludo y se giró hacía Eitxi. ― ¿Me concedéis este baile?

―Encantada. ―Sonrió la arpía. ―Luego seguimos conversando querida hermana.

Posó su mano en el brazo que él le ofrecía y se dirigieron a la pista de baile con las demás parejas. Necesitaba beber algo para calmar estos sentimientos tan contradictorios que sentía ahora mismo. Por un lado quería asesinar a esa perra, pero por el otro recordaba que se trata de mi melliza y me asusto de los malos pensamientos que tengo sobre ella. Por muy mal que se porte conmigo nunca podría hacer algo como aquello.

***

Zephía me tendió una gasa para que la herida en mi muñeca cesase de sangrar, puesto que no le permitía que me curase con su magia. La diosa se encontraba tumbada en el diván, mientras yo estaba sentada en un lateral de este. Se incorporó para quedar a mi altura, tenía mala cara.

―Ese día... lo recuerdo. ―Me miró a los ojos. ―Pero no así. No puedo creer que haya estado tan ciega tanto tiempo...

―Los dioses os creéis con derecho a juzgar sin pruebas.

Me levanté para dirigirme al baño, necesitaba una ducha fría para aclarar la mente. Tantos recuerdos del pasado no pueden hacer bien a nadie. Antes de poder alejarme me choqué contra una pared invisible. Diosa Perra. Giré echando humo por las orejas. Ella se limitó a encogerse de hombros.

―Me has dejado claro que no te toque. ―Sonrió.

― ¿Qué quieres? ―Pregunté con brusquedad.

―En ese momento todavía no concebías la idea de asesinar a tu hermana.

― ¿Lo preguntas o lo afirmas?

―Lo afirmo.

― ¡Din! ¡Din! ¡Din! ¡Tenemos un ganador! ―Dije con sorna e irritación. ― ¿Qué más da? El caso es que era una cría estúpida, punto.

Esta vez, cuando me volví para irme no encontré ningún obstáculo en el camino y pude relajarme y escapar del pasado por unos instantes. Solo llevo aquí menos de 72 horas y ya quiero salir corriendo, pero yo soy fuerte y puedo superar estas semanas recordando mis torturas pasadas. No se puede escapar del pasado, porque por más que intentes huir de él, siempre te encontrará y te llevará del vuelta a la mierda donde no podías ni respirar.

La Diosa Maldita. (Dioses Y Guardianas 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora