6 - Nuevas amistades.

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Las ramas entorpecían a mis pies, me hacían tropezar y dar con mi cuerpo en el fango. Las rodillas me escocían debido a las heridas que se habían formado al caerme. Me daba igual, porque la única persona que una vez creí que me quería, en la que confiaba, me ha traicionado. Drix me ha traicionado.

Volví a caer al suelo embarrado, pero esta vez debido a que no lograba ver nada por las lágrimas. Estas no paraban de caer por mi rostro. Mi hermana me ha robado lo único que me quedaba, lo único que me daba esperanzas... la odio.

Restregué con fuerza mis ojos, intentando parar el torrente de lágrimas que caían sin cesar. Podía oír el susurro del agua, una cascada. Me levanté para ir hacía el lugar de donde provenía el sonido relajante del líquido transparente. La dimensión mortal poseía lugares realmente bellos y este era uno de ellos.

Fui desvistiéndome, me quería lavar el barro del cuerpo y quitarme esta sensación de tristeza y rabia que me poseía.

El agua estaba un poco fría, mas no me importaba. Froté con fuerza los restos de fango que no se iban del cuerpo y una vez satisfecha con el resultado y dispuesta ya a salir de bajo de la cascada, oí un ruido. Parecía el crujir de unas ramas.

Me desvanecí para aparecer tras la persona que me había estado espiando. También había aprovechado para colocar una túnica azul oscura sobre mi cuerpo y cubrir mi desnudez.

­ ―Mi señora, yo... ―Dijo el muchacho asustado.

―Callaos. ―Le ordené colocándole una mano sobre la boca. Me coloqué a su lado, agachada. ―No hagas ningún ruido. ―Dije apartándome un poco de él.

Miré en donde había dejado tiradas mis ropas embarradas, allí de pie se encontraba Drix con mi túnica en la mano. Se la acercó al rostro y aspiró, en ese mismo instante sus ojos se focalizaron en mi dirección. No lo pensé ni un segundo antes de agarrar la mano del muchacho y desvanecernos a otro lugar.

La cálida arena y el relajante sonido de las olas chocando contra la costa nos dieron la bienvenida a ambos.

― ¿Qué acaba de ocurrir? ―Preguntó el chico asustado.

―Tranquilízate, aquí estas a salvo.

―Esto es una locura, ¿Dónde estamos?

―A hora y media caminando de la aldea. ―Contesté divertida.

El muchacho se levantó aterrado y se fue corriendo en dirección contraria a mí. Cuando me aparecí frente a él y este se chocó con una barrera que había creado frente a mi cuerpo, cayó al suelo. Comenzó a gatear hacía atrás.

― ¿Qué eres? ―Atrevió a preguntar. ― ¿Una Guardiana del Bosque? Porque yo no estaba en el Bosque Prohibido y...

―Soy una diosa. ―Le corté antes de que siguiese hablando.

― ¿Una diosa? Solo existe un Dios.

Me agaché hasta quedar por encima de él, lo obligué a que se tumbase en la arena. Nuestros rostros estaban a escasos centímetros de distancia y podía sentir su agitado corazón, palpitando acelerado. El mortal tenía unos ojos muy parecidos a los míos, de un azul muy pálido y el cabello castaño oscuro y corto. Era atractivo, podía notar los músculos bajo la ropa que llevaba.

― ¿Crees en las Guardianas del Bosque, pero no crees en los dioses?

―Eso es diferente. Las Guardianas son un hecho que existen, pero los Dioses de la Antigua Religión, no.

―Pues ahora ya tienes uno de ellos frente a ti, yo soy un hecho.

Con agilidad me levanté de encima de él y me senté en la arena. El mortal siguió mi ejemplo y se irguió para poder estar cara a cara.

― ¿Y cómo os llamáis, oh Grandiosa Divinidad? ―Me preguntó irónico mientras se reía.

Reí yo también sin poder evitarlo, nunca nadie me habían tratado como a una igual y parecía que a este muchacho mortal no le importaba que yo fuese una diosa... o tal vez solo se burlaba de mí.

―Mi nombre es Dríane, Diosa de no se sabe el que. ―Seguí riéndome. ― ¿Y tú?

―Yo soy Jem, mi graciosa divinidad de no se sabe el que.

Le di un ligero empujón en el hombro y los dos nos echamos a reír y caímos por la arena. Una vez nos tranquilizamos, nos volvimos a colocar como antes.

― ¿No me temes?

―Si te soy sincero, no sé porque me rió y estoy así de relajado. Eres una diosa de la Antigua Religión, al principio tuve miedo... pero he comprendido que sería estúpido tener miedo a alguien que puede acabar contigo con un pestañeo.

―No temas, no te haré ningún daño, te lo prometo.

― ¿Cuántos años tienes? ―Iba a responder pero Jem me cortó. ―Espera, espera, no me lo digas. Mmm... ¿Unos cuantos de cientos, de miles tal vez?

―No, Jem. Tan solo tengo catorce años.

―Ah... yo tengo dieciséis. Puedo decir que soy mayor que una diosa.

Le volví a golpear en el hombro pero esta vez me atrapó la muñeca antes de que impactase contra él. Nos miramos a los ojos, los dos de un azul gélido. Sentí su respiración muy cerca de la mía y una de sus manos en mi mejilla.

― ¿Quieres ser mi mejor amigo? ―Pregunté con miedo a su respuesta.

―Claro... ―Contestó al tiempo que se separaba de mí.

―Eres el primero. ―Agarré su mano izquierda y la llevé a mi corazón.

―Me gusta serlo. Tú también eres la primera. ―Esta vez fue él el que se llevo mi mano izquierda a su corazón.

***

Jem. Ese nombre que había intentado evitar recordar por tantos siglos... que fácil había vuelto a mi mente para atormentarme. No pude contener a la solitaria lágrima que caía por mi mejilla. «Te echo de menos Jem, lo siento por fallarte. No pude cumplir mi promesa.»

La Diosa Maldita. (Dioses Y Guardianas 2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora