—¿Piensas decirme por qué ese psicópata te estuvo observando todo el día?—Eleanor me pregunto antes de dirigir su mirada a la derecha. Donde a unos metros, se encontraba Keegan Wayne, observándome.
Al descubrir que lo atrapamos, el chico rubio apartó su mirada rápidamente. Fingiendo leer un cartel que resultó ser publicidad de píldoras para el dolor menstrual.
—Te juro que no lo sé.—Susurré por lo bajo.
Mis dos amigos, Eleanor y Douglas, intercambiaron una mirada entre ellos. Después de comunicarse, seguramente telepáticamente, volvieron a estudiar mi rostro. Suspiraron al mismo tiempo. Douglas negó con su cabeza y Eleanor enarcó su ceja.
Me hundí más en mi lugar, cohibida. Que Keegan me haya seguido disimuladamente—no tanto, claro está—a cualquier lugar al que vaya, y se quedara unos pasos alejados, observando mis movimientos, me ponía nerviosa. Mucho.
¿Qué quería ese chico de mí? ¿Qué cosa podríamos tener en común para que él tenga algún interés en acosarme? Él no era nada parecido a mí. Keegan maldecía todo el día y parecía una máquina que emanaba humo de tabaco constantemente.
En cambio, ¿yo? A penas le he hablado a ese chico en toda mi vida.
Una vez fue cuando chocamos accidentalmente. Le dije que lo sentía pero él solo pronunció un vago "Ajá", y se marchó.
La otra, él estaba fumando uno de sus cigarrillos—me siento mal al solo imaginar sus pulmones—el cual casi me quema al pasar por mi lado.
Oí que lo suspendieron un mes por fumar en la escuela y activar la alarma de incendios.
Él era un chico malo. ¿Yo? Tenía buenas notas, promedias. Era buena hija. Yo veía Breakfast At Tiffany's todos los sábados, con mis mejores amigos. Aunque, por supuesto, Douglas siempre trataba de escapar, inventando las excusas más tontas del mundo. Que tenía que ayudar a su abuela a cruzar la calle, que tenía una reunión importante con la NASA ya que un meteorito había estrellado en su patio trasero, o, que tenía que hacer sus tareas de matemáticas.
Todas eran posibles, menos la última. Eso, eso no pasaría ni en un millón de años.
Pero no podía quitar de mi mente la sensación de escalofríos que sufría mi espalda. Me preocupé. Bebí, nerviosamente, de mi taza de café. Estábamos sentados en una cafetería, en la parte del exterior. Y él estaba allí, solo una mesas alejado.
—Tierra llamando a Sam.—Douglas exclamó chasqueando sus dedos frente mi rostro. Di un respingo, no escuché ni una palabra de lo que dijeron.
—¿Qué?—Pregunté confusa. Corroboré con mi mirada si mi acosador seguía allí, y en efecto, lo estaba.
—Necesitas ir y decirle algo.—Eleanor me alentó. Negué repetidas veces con mi cabeza. No pensaba hablarle a Keegan Wayne.
—Estoy de acuerdo con Eleanor, Samy, tienes que ir...—Douglas dobló su cuello para mirar unos segundos al chico detrás de su espalda para luego volver a observarme—. Cambio de opinión, ve a tu casa y empaca tus cosas. Nos vemos en el aeropuerto JFK en media hora, saldrás del país.—Mi mejor amigo me miró estupefacto. Eleanor hizo una mueca y lo golpeó en su hombro. Douglas emitió un pequeño chillido de dolor mientras se sobaba en el lugar atacado.
—Solo...—Exhalé tratando de eliminar mi malestar—, hay que ignorarlo. Se cansará y se irá.
Volví a beber de mi café, observando la taza. No quería cerciorarme de su presencia, tal vez, así se iría. Cerré mis ojos por unos segundos, ¿qué motivo habría en el universo para que Keegan me siguiera todo el día, sin descanso? Si hubiera querido decirme algo, créanme que ya lo hubiera hecho. Él no era de las personas que se callaban y se reservaban cosas. Keegan hacía las cosas a su manera, no importaba qué, no importaba quién.
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Sonrisas Amargas
Teen FictionKeegan Wayne era el raro de la escuela. Una persona altamente desagradable y con una gran capacidad para fastidiar. Con un cigarrillo en su boca y un extenso vocabulario de malas palabras, digamos que no era el chico ideal para nadie. Y eso lo sabía...