Rebusqué en los innumerables estantes. No lograba encontrar ninguno de Oasis, eso era muy extraño debido a la fama de la banda, la cual era la favorita de Douglas. Él estaba unos pasos alejados, también en búsqueda del CD.
—Gracias, Samy.—Soltó de repente. Lo miré sin entender y él aclaró—: Gracias por apoyarme, no creo que nadie lo entienda.
—Estoy segura que sí, Doug. Tú familia te ama, y tus verdaderos amigos siempre te querrán no importa qué.—Dije con seguridad. Me acerqué al él y apoyé mi mano en su hombro y lo apreté en señal de apoyo.
Eso es lo que esperaba creer. ¿Por qué habría gente que te denigraba y aborrecía solo por no compartir la misma orientación sexual? Cuando son tus amigos y familia, que se ríen contigo y te aman para luego, después de un hecho que no cambia nada, se cierren ante ti. No lo sé, algunas personas no están de acuerdo pero eso no quiere decir que tengan el derecho de hacerte sentir inferior o discriminado. Y más cuando se trataba de alguien como Doug, él es el chico más lindo y tierno que pueda haber.
Douglas me sonrió en gratitud y yo le correspondí con una gran sonrisa mostrando mis dientes.
—¿Eleanor lo entenderá?—Me preguntó un poco desesperanzado. Desvié mi mirada, con mi amiga nunca se sabía pero ella amaba a Douglas.
—Eleanor te adora, Douglas. Tú tranquilo, estaré junto a ti cuando le digas, ¿sí?—Dije tratando de sonar despreocupada.
Él asintió y al parecer decidió cambiar de tema por qué preguntó:
—¿Así que las historias de hadas son verdaderas al final, eh?—Dijo con sorna—. El príncipe encantador sale contigo.
—Sí...—Mi mente se nubló y pude apreciar esa sonrisa perfecta con hoyuelos. Y los ojos verde mar...
—¿Son novios ahora?
—No oficialmente pero...–Me sonrojé sin poder evitarlo y me encogí de hombros.
—Damien y Sam, sentados en un árbol...—Canturreó Douglas en broma y yo rodé mis ojos para después abrirlos totalmente.
—¡Mira! Lo encontré.—Exclamé sosteniendo el disco de Oasis frente a Doug con una gran sonrisa.
***
Llegué temprano, eso es debido a mi arrepentimiento a todas las veces que no asistí antes. Me senté en una de las bancas de la heladería Pourt Icer y esperé. Faltaban veinte minutos para la hora fijada. No me pude contener y pedí un helado de vainilla, después de indignarme al oír el precio escandaloso, volví a sentarme en la banca disfrutando de mi postre, al perecer, importado y hecho de oro.
Ladrones.
—Supuse que eras una chica vainilla.—Keegan se sentó a mi lado.
Lo recorrí con la mirada. No vestía como él usualmente lo hacía. Llevaba una camiseta de color rojo, ¡oigan todos, Keegan Wayne descubrió que existe colores más allá del blanco y negro! Y la verdad, no le asentaba nada mal. Para nada.
—¿Eso tiene alguna clase de doble sentido, señor Grey?—Bromeé y el miró con sorpresa.
—Por favor dime que no leíste eso.—Exclamó como si fuese la peor cosa que pudiese hacer.
¡Tenía curiosidad!
—No.—Respondí cortante, mirando de un lado al otro.
Nadie lo sabría.
—Sí, como digas, princesa.—Keegan soltó un bufido y miró hacia el cielo—. Mejor nos apuramos, parece que va a llover.
Levanté mi vista al igual que él. El cielo no estaba completamente nublado pero las pocas nubes que había eran de un color grisáceo poco confiable, pero no lo suficiente para llover. Y si fuera así, solo se trataría de unas gotas insignificantes.
—De acuerdo.—Carraspeé y alisé con mis manos los vaqueros que llevaba puestos—. Entonces, yo seré Claire...
Keegan me interrumpió con una risa burlona y unos ojos con mirada socarrona. Está bien, sabía que no me podía comparar con la mismísima Claire, después todo, hablábamos de ella como si fuera la reina de Inglaterra. Pero en fin, Keegan necesitaba practicar.
—...y tú, bueno, tú serás tú.—Continúe estudiándolo con la mirada para luego apretar mis labios en una fina línea—. Solo que agradable.
—¿Me estás tratando como si no fuera un panecillo de Navidad horneados por los ángeles del santísimo Cielo?—Exclamó con fingida indignación.
Era definitivo, Keegan era un dramático sin remedio.
—Tú solo actúa como si estuvieras con ella, ¿sí?—Enderecé mi espalda y corrí un mechón de mi frente—. Muy bien... ¡Hey! ¿Keegan, verdad? ¿El raro y sociópata chico de la biblioteca?—Hablé como hueca mientras lo señalaba. No me burlaba de Claire, solo se me salió por instinto de molestar a Keegan.
—Ja ja.—Rió sin gracia mientras volteaba los ojos—. ¿Puedes hacerlo en serio?
—Bien, gruñón, bien.—Tomé aire y volví a empezar—. Hola, Keegan. ¿Qué te trae por aquí, compinche?—Traté de imitar el acento sureño de Claire y al parecer lo logré sin éxito ya que Keegan me fulminó con la mirada.
—Claire, yo...¿podemos saltarnos la parte de la charla previa, ¿verdad? Soy bueno en eso pero después...—Keegan susurró como si su tono bajo de voz nos excluyera de la conversación de inmediato. Yo asentí y lo alenté a continuar—. Claire, yo quería pedirte... Claire, ¿quieres ir, tal vez, a tomar algo?
—Tienes diecisiete, Keegan, no te venderán alcohol a ti. Y no creo que quieras una cita con alguien que tomará whiskey mientras tú bebes chocolate caliente.—Señalé. Keegan resopló y nuevamente comenzó.
—Esta bien, Einstein.—Frunció su entrecejo—. Claire, ¿quieres...¡Mierda! ¿Por qué es tan malditamente difícil, Sam?—Gruñó molesto.
Oh, no. No de nuevo.
—Keegan...—Hablé como una madre a su hijo que se encontraba en problemas—, ya habíamos solucionado lo de las palabrotas, ¿quieres volver atrás después de todo este progreso?—Alcé mis manos para enfatizar mis palabras. Pareció que Keegan recapacitó y de nuevo se serenó.
—Solo di las cosas que te gustan de ella, lo que sientes, así podrás organizar tus ideas, lo que quieres decir. Lo que sientes, Keegan.—Repetí y él asintió lentamente y relajó su cuerpo.
Me miró a los ojos. Profundizó su mirada. Esos ojos celeste cielo se convirtieron en azul mar tormentoso. Sus facciones se suavizaron, unas pequeñas arrugas se formaron al rededor de sus ojos intensos. De manera leve sus comisuras se elevaron. Su mirada se perdió en mí. Mis mejillas se sonrojaron levemente por la intensidad.
—Me gustas. Es imposible no adorar a alguien más de lo que yo lo hago.—Se detuvo un segundo para luego continuar—. Yo... no se me da bien estas cosas, odio admitirlo a alguien como tú. Te mereces todo, eres la persona más gentil, amable, divertida que haya conocido.
»Desde ese día en la biblioteca, cuando hablabas con tanta pasión sobre ese libro, tus ojos brillaban y...—Keegan relamió sus labios ante de proseguir—ahí lo supe, eras distinta. Vales totalmente la pena, mucho más que eso... Sam, no sirvo para las palabras. Soy un asco.
—No, no, no.—Negué con la cabeza. Tuve que aclarar y despejar mi mente un segundo por qué estaba totalmente embalsamada con las palabras dulces de Keegan. Su forma de decirlas fue arrastrándolas y fueron un poco trabadas pero... vi la sinceridad en su mirada—. Fue perfecto, Keegan. Tal vez... solo necesites decirlas en voz alta más a menudo.
—¿Tú crees?—Dijo un poco inseguro.
¡Keegan Wayne indefenso! Pasó de ser un jaguar de la selva a un panda bebe del zoológico.
Asentí y enfoqué mis ojos en mi nariz. Una gota. Y de pronto, otra y otra. Y al minuto mi cara estaba empapada. Mi ropa comenzó a mojarse. La lluvia picaba, era muy fina y rápida, dolía un poco. El aire retumbó con el estruendo de los truenos:
—Mierda.—Musitó Keegan. No me enojé con él por qué yo, si no se tratara de mí, diría lo mismo.
No lo pensó dos veces. Agarró mi mano y me llevó de rastras de allí.
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Sonrisas Amargas
Ficção AdolescenteKeegan Wayne era el raro de la escuela. Una persona altamente desagradable y con una gran capacidad para fastidiar. Con un cigarrillo en su boca y un extenso vocabulario de malas palabras, digamos que no era el chico ideal para nadie. Y eso lo sabía...