Apenas doblé la esquina en pasillo que me llevaría a física, noté que Keegan se dirigía hacia mí. Los últimos días lo estuve evitando inconscientemente, no lo podría enfrentar. No después de todo lo que su padre me dijo... no después de que incluso consideré su oferta. Mis pies se invirtieron y comencé a caminar en dirección contraria. Incluso aceleré mi paso. Pensé en ir donde se encontraba mi casillero pero ahí me encontraría. Seguí apresurada e ingresé a los baños apenas los había divisado. Mi temor era tal que hasta decidí ingresar a un cubículo y sentarme a esperar un buen rato. Tonteé con mi celular algunos minutos, y no lo negaré, temerosa de que Keegan me llamara pidiendo explicaciones de por qué lo estuve evitando este tiempo. Me focalicé en la tarea de pensar y procesar todo bien, detalle por detalle. Estaba perdida, no sabía si ir con Keegan y decirle la verdad o solo mentirle a su padre y...
Un sonido llamó mi atención, me encontraba muy a la defensiva. Calmé mi respiración o al menos eso trataba de hacer hasta que unos nudillos tocaron suavemente la puerta de madera de mi cubículo. Mi cuerpo se tensó y mi sangre comenzó a correr rápidamente.
—Sam.—una voz bastante familiar llamó por mi nombre—. Aunque sea solo hablemos, ¿sí?
No musité palabra.
—Me estoy muriendo de miedo.—confesó y esas palabras estrujaron mi pecho.
Con un gran esfuerzo de voluntad, abrí la puerta y me enfrenté a él. Sus hombros estaban caídos, y ni siquiera su sonrisa sarcástica colgaba de su boca. Solo una tensa línea. Esperamos unos segundos, esperando a que el otro hable. Debería ser yo, yo fui la que huí. Él simplemente vino por mí, yo debía empezar.
—¿Ya no me quieres? ¿Es eso?—preguntó acercándose lentamente hacia mí. Ganándome. Levantó sus brazos como para tomar mi rostro entre sus manos pero lo pensó mejor y las dejos caer—. Perdón, perdón. A veces yo me alejo de la gente, a veces obligo a la gente que se aleje de mí...
Miré sus ojos buscando una explicación en los míos. Luego dirigí mi mirada a sus labios y pensé en cuánto me gustaban sus labios y en cuánto me encantaba besarlos. Y en cómo quería que él me besase. Y caí, caí estrepitosamente y sin escrúpulo alguno de sensatez ilógica, que por mas raro y tonto que suene, totalmente real: yo estaba enamorada de Keegan. Lo sentía en mi pecho, en mis venas, en mi mente. Lo sabía y mis terminaciones nerviosas me lo gritaban. ¿Cómo podía pensar en dejarlo? O peor: ¿cómo podía pensar en quedarme junto a él y arruinar su futuro? Un nudo se formó en mi garganta.
—Keegan, quiero hablar contigo de algo que necesitas saber....—sus ojos destellaron ansiedad ante mi comentario, me acerqué y coloqué una mano en su mejilla y contorneé su barbilla.
***
En las pocas palabras que pudimos intercambiar, acordamos reunirnos en su casa luego de la escuela. Y por eso estaba ahora mismo golpeando su puerta, el timbre parecía sin seguir funcionar. Un Ethan somnoliento y despeinado apareció y al reconocerme ensanchó una gran sonrisa.
—Mhm, mira nada más.—comentó—. Si vienes a extirpar mis testículos, solo tenía una vaga idea del plan de Keegan de enamorarte. Solo me lo dijo para que no le quebrara los dientes por si escuchaba que salía con mi hermana el muy cabrón. Así que estoy muy feliz de que seas tú.
—Oh.—no sabía muy bien que decir. La verdad que ya había dejado de pensar en quién sabía el plan y quién no. Así que Ethan estaba al tanto—. ¿Entonces cada vez que me veías sabías que Keegan, eh, estaba enamorado de mí?
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Sonrisas Amargas
Roman pour AdolescentsKeegan Wayne era el raro de la escuela. Una persona altamente desagradable y con una gran capacidad para fastidiar. Con un cigarrillo en su boca y un extenso vocabulario de malas palabras, digamos que no era el chico ideal para nadie. Y eso lo sabía...