Caminé en silencio, unos pasos más adelantada que el cretino que me seguía. Bueno, debo admitir, esta caminata me relajó y me hizo una persona de mente abierta y razonable una vez más. Y tal vez, he de confesar que yo incité su mal humor, solo eso, por qué su estupidez ya la tenía de antes. Volví a suspirar, de acuerdo, Keegan no era un idiota solo me hacía sentir rabia, era propenso a accionar ese botón: y simplemente perdía la cordura que controlaba tan bien.
Ya no llovía, solo se podía sentir las habituales gotas de agua que caían de los árboles. Quité una que corría a lo largo de mi nariz y exhalé fuertemente. Habíamos llegado a la puerta de mi casa.
—No era necesario que me acompañaras.—Dije un poco incómoda mirando esos ojos celestes.
Keegan se encogió de hombros y bufó como si no fuera la gran cosa.
—Puedo ser amable a veces.—Respondió—. Solo tienes que decir gracias, la gente normal dice eso.
Enmudecí y me quedé parada, estática, frente a Keegan Wayne. Carraspeé y cerré mis ojos por un segundo.
—Lo siento, Keegan.—Solté al fin. Él me observó indescifrable y no contestó—. Yo... lo siento. ¿Podemos seguir siendo amigos?
—¿Éramos amigos?—Preguntó alzando sus cejas, como si estuviese sorprendido.
La respuesta era más que obvia. Un rotundo y seco no. Keegan Wayne y Samantha Jenkins no eran amigos, eso sonaba más que improbable y surrealista. Hasta un poco aterrador. No teníamos nada en común, a decir verdad, en absoluto. Pero Keegan no era malo. A veces era insoportable, molesto, intolerante, descaradamente sarcástico y desmedidamente asocial. Pero no era malo. No nos podía ver un sábado compartiendo opiniones de una película sobre Audrey Hepburn y sobre cuán lindo Leonardo DiCaprio era. Pero no nos llevábamos tan mal, ¿o sí? No, no lo creía. Además, he pasado estas semanas más tiempo con él que con cualquier otra persona. Eso no excluía la salidas habituales con Eleanor y a veces, Douglas. Normalmente jugaba a videojuegos con él los martes a la tarde. Pero con Keegan, lo único que teníamos era Claire, ¿y si ese tema se terminaba? Ya no teníamos nada, nada que conociese que compartamos, al menos. Pero podría hacerlo, ¿no?
—¿Tú quieres que seamos amigos?—Dije un poco tímida.
Keegan frunció su entrecejo y me observó cauteloso. Ladeo su boca y alzó su vista. Pensó unos segundos y clavó sus ojos en mí.
—Nunca tuve una amiga chica.—Confesó.
Asentí comprensiva. Sé que las relaciones con las chicas y Keegan no eran habituales. Él no era un mujeriego pero eso no quiere decir que no ha salido informalmente con una chica de la escuela.
—Bueno...—Murmuré—. Yo nunca fui amiga de alguien como el famoso Keegan Wayne, ¿qué dices?
Keegan soltó una risilla y miró al suelo mientras negaba con la cabeza divertido.
—Buenas noches, Sam.—Sonrió. Me gustaba verlo sonreír, este chico en definitiva debía sonreír más. Su sonrisa era preciosa pero por mi propio bien, nunca diría eso.
—Buenas noches.—Repliqué y luego añadí—: Y por cierto, te detesto aún.
—Yo te detesto más, dolores de cabeza.—Respondió y mis comisuras vacilaron mínimamente.
Al entrar a mi casa, golpeé la cabeza de dos enanos invasores. Charles y Ashton tocaron sus frentes y me fulminaron con sus miradas de ojos verdes. ¡Hobbits chismosos!
—¿Te dio un beso?—Indagó el petiso de la derecha, Charles. Parecía molesto.
Un completo desconocido no los podría distinguir. Eran iguales, ninguna diferencia. Pero yo era su hermana mayor, ya incluso sabía de sus pensamientos maquiavélico antes de que los pudiesen formular en esas pequeñas cabezas diabólicas. Lamentablemente, lo del tinte rojo no me lo veía venir.
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Sonrisas Amargas
Novela JuvenilKeegan Wayne era el raro de la escuela. Una persona altamente desagradable y con una gran capacidad para fastidiar. Con un cigarrillo en su boca y un extenso vocabulario de malas palabras, digamos que no era el chico ideal para nadie. Y eso lo sabía...