Ya era mediodía y no lograba ocultar mis ojeras y mucho menos el malhumor y decepción que llevaba adentro. Uno pensaría que con todo el tiempo que me pasé llorando, desde la tarde hasta la entrada de la madrugada, ya estaría vacía por dentro. Pero era todo lo contrario, solo quería derrumbare y largarme a lagrimear hasta cansarme. Abrí el grifo y enjuagué mi rosto por quinta vez, sequé mi cara y miré don detenimiento mi patético reflejo. Lo único bueno que logré fue el fantasma de una sonrisa al recordar los brazos cálidos de Keegan rodeándome, sin decir ni una palabra ni preguntarme nada, era todo lo que necesitaba y quería. Ese chico estaba en mis mejores y peores momentos y no podría estar más segura que lo que siente es muy real y quería apoyarme y sostenerme en todo. Salí del pequeño cuarto de baño. Keegan no se encontraba allí y tardé menos de un segundo en recordar que avisaría en administración que nos marcharíamos hoy. Mi pecho se estrujó. Mi cuerpo se sobresaltó un poco al escuchar la puerta, alguien estaba golpeando y definitivamente no era Keegan, él contaba con la llave. Mi padre no podría ser, ahora estaba más que segura. Aún así me puse nerviosa y reí como tonta al notar que era probable que sería la chica que repartía las toallas a las habitaciones. Me acerqué y abrí la puerta esperando a una persona del servicio. Pero no, frente a mí se encontraba un chico de cabello castaño y ojos grisáceos. Yo sabía exactamente quién era. Él me dio una sonrisa corta y abrió sus labios para hablar hasta que apareció Keegan.
—¿Sam?—Él me miró cuestionándome quién demonios era el sujeto frente a mí. Yo solo pude observarlo y responder.
—Él es Adam.—carraspeé—. Mi hermano.
***
Me senté en la silla de la cafetería del hotel. Delante mío tomaba asiento mi hermano mayor. No podía dejar de mirarlo, parecía una ilusión. Tal vez estaba completamente loca. Un día iba a conocer a mi papá y al siguiente mi misterioso y desconocido hermano aparecía en mi puerta. Lo reconocí al instante, no solo tenía un gran parecido con mi padre, ya que lo he visto en fotografías y vagos recuerdos, algo en él se me hacía familiar, válgase la redundancia. Sabía que en algún momento de mi vida lo conocí, solo no recordaba cuándo. Mi sistema nervioso colapsaría, desvié mi mirada para encontrarme con la celeste de Keegan, él estaba en otra mesa viéndome, Adam solo había dicho que quería hablar conmigo en privado, ninguna otra palabra había salido de su boca.
—¿Samantha?—Adam me hablaba, me concentré en él. Arqueó sus cejas—. ¿Te encuentras bien?
—Digamos que simplemente no entiendo nada de lo que esta pasando y lo detesto.
Él rió por lo bajo y brevemente para después asentir.
—Lo entiendo. Sé que te esperabas a tu padre y no a Agatha.—En un segundo me di cuenta de que Adam sabía todo—. Y sobre todo sé que es una mujer desagradable de por sí, así que me imagino como te dio la noticia.
—"La noticia"—me reí un poco sin humor. Los ojos de Adam solo reflejaban entendimiento—. No lo entiendo, tú le pasaste la dirección a mi madre, ¿por qué no me dijiste nada?
Él suspiró con pesadez y estancó su mirada en la mesa por un segundo. Había cierta tensión en sus hombros, tal vez no era fácil hablar de esto para él tampoco.
—Yo... lo siento. Sabes que no tengo una relación con Julia, me llegó su mensaje y le respondí. No quería decir nada por teléfono y sinceramente tampoco iba a venir a verte pero...
—¿Qué cambió?—inquirí curiosa. Adam levantó su mirada y se reflejaba cierto dolor allí dentro.
—Eres mi hermana.
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Sonrisas Amargas
Ficção AdolescenteKeegan Wayne era el raro de la escuela. Una persona altamente desagradable y con una gran capacidad para fastidiar. Con un cigarrillo en su boca y un extenso vocabulario de malas palabras, digamos que no era el chico ideal para nadie. Y eso lo sabía...