Capítulo 4: Segundas Chances

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—Cariño.—Mi madre llamó mi atención. Dejé mi celular a un lado y la escuché—. Tengo que ir a cubrir un turno, ¿sí?

Oh, no. Mientras mi madre luchaba para ponerse su zapato con tacón sin perder el equilibrio, yo pensaba en mi muy mala suerte.

Ella chasqueó su lengua, dando a entender que casi se olvidaba algo. Y no era necesario que lo diga, yo ya estaba lamentando su petición.

—¿Puedes cuidar a tus hermanos por unas dos horas?—Hizo un pequeño puchero.

¡Por supuesto! Mis hermanos, esos pequeños demonios, amaban a mi mamá. Eran unos angelitos recién horneados de Navidad cuando estaban con ella. Pero yo conocía sus verdaderas esencias. ¡Eran unos enanos venidos del infierno! ¡Pequeños demonios!

—Sí.—Respondí de mala gana. Las dos sabíamos que no había otra opción disponible.

Julia, mi mamá, se acercó hacia mí y plantó un beso en mi mejilla. Sonreí forzadamente y luego de despedirse, abandonó la casa.

Me volteé lentamente, como esperaba, Ashton y Charles, estaban ahí. Sentados en la escalera, sonriendo maliciosamente.

—Se les ocurre hacer cosas como la otra vez, y los sepultaré dos metros bajo tierra.—Los amenacé. Ellos, como gemelos que eran, se encogieron de hombros al mismo tiempo, fingiendo que no tenían idea de lo que hablaba. Pero lo hacían.

Todavía tengo pesadillas con esa tarántula peluda.

Los observé fijamente para que entendieran que no pensaba despegar mis ojos de esas dos copias.

Empezó a sonar una canción de Coldplay, proveniente de mi celular y atendí. Ya estaba preparada para rechazar cualquier propuesta que tenga Eleanor.

—¿Sam?—Abrí mis ojos como platos. Esto no lo esperaba. Me quedé en silencio—. Como sea, sé que estás ahí, puedo escuchar tu respiración.

—¿Qué quieres?—Pregunté de una vez. Keegan resopló a través de la línea y empezó a hablar.

—Mira, lo siento, ¿sí? Te dije que necesito ser bueno por una razón, ¿ahora entiendes por qué necesito tu ayuda? ¡Soy un desastre!—Exclamó.

¿Keegan Wayne se acaba de disculpar conmigo? No. Lo. Creía.

—No lo sé, Keegan. Fuiste horrible.—Suspiré y miré de soslayo a los hobbits demoníacos, seguían allí, susurrando entre ellos. Eso no me gustó.

—Vamos, S. Dame otra oportunidad, no lo arruinaré.—No sonó demasiado convencido pero mi corazón bondadoso lo escuchó.

—Esta bien.—Accedí luego de dudar varios segundos.

—¿Podemos juntarnos? Cada segundo es una posibilidad de que algún chico este conquistando a Claire.—Dijo entre dientes.

—Estoy en mi casa pero...

—¿Tú casa? Te busco ahí.—Dijo y colgó. Antes de que le avisé que tendría que ser otro día por qué estaba ocupada con dos seres maquiavélicos.

¿Cómo sabría cuál era mi casa? Eso me asustaba.

Esperé diez minutos enteros antes de que alguien tocase el timbre. Ashton y Charles habían subido a su cuarto (más bien los obligué). Caminé hasta la puerta principal y la abrí.

Un Keegan sonriente estaba allí, apoyado en una de las columnas de mi casa. Asintió con la cabeza y pasó antes de que lo invitara.

—¿Quieres pasar?—Dije con palpable sarcasmo, ya que él ya estaba adentro.

Keegan recorrió con la mirada su entorno y asintió aprobándolo.

¿O sea, qué?

Traté de ignorar eso, y sujeté su mano para llevarlo a la sala de estar.

—¿Acaso vives sola, Samy-Sah?—Preguntó y me perdí con sus ojos celestes. ¿Por qué yo no podía tenerlos así? Genética apestosa.

Arrugué mi nariz ante el apodo pero no dije nada al respecto. Me senté en el sillón verde musgo y lo alenté a que me acompañara.

—Mi mamá está trabajando y mis hermanos están arriba.—Contesté.

Al menos eso esperaba, esos gemelos eran una caja de sorpresas.

—Muy bien, ¿qué tienes en mente para convertir este ser hermoso y deseado en un monje?—Bromeó. Rodé mis ojos.

Si tan solo supiera que las personas no se le acercaban por qué él era extraño y con un carácter nada agradable.

Se podía decir que tenía suerte de ser bonito. Pero eso no bastaba.

—Estuve pensando, antes de que me trataras como lo hiciste.—Comenté indirectamente, mientras desviaba mis ojos a la izquierda—. Y conseguí pasos útiles.

—Ilumíname, preciosa.—Keegan frotó sus manos. Me miró expectante y ansioso por mis ideas.

—Como ya lo dije, dejaras de fumar.—Le informé. Aunque eso sería un favor para mí, me dolía de solo pensarlo. ¡Pobre órgano!

Keegan se sacó su chaqueta oscura y la aventó a la mesa de café y frunció sus labios, pensativo. Midiendo las posibilidades.

—¿Cómo quieres que haga eso? Nunca pude dejarlo.—Me confesó. Sentí a Keegan como un pequeño niño que necesitaba ayuda.

—Te compraremos un parche o uno de esos chicle de nicotina.—Se me ocurrió—. Cada vez que me siento ansiosa, tomo agua. Muchísima, no importa que no quiera, o que hasta me duela. Bebo hasta que se me quita la ansiedad.—Le expliqué. Keegan enarcó su castaña ceja y miró un punto indefinido.

—No sabía que Samantha Jenkins tendría problemas con eso.—Soltó. Yo me encogí de hombros, todo teníamos secretos, ¿no? Cualquiera se puede poner nervioso a veces.

—Segundo paso.—Le enseñé dos de mis dedos y él esperó a que continuara—. No maldigas.—Entorné mis ojos hacia él.

—He trabajado en eso.—Keegan me sonrió orgulloso y yo alcé mis cejas sorprendida. La verdad, desde que entró, no he escuchado decir nada malo. Bien por él.

—Muy bien, entonces...—Quedé pensativa un momento—, tendrás que frecuentar sus mismos lugares. Casualmente, mostrando que eres una buena persona y que no fumas crack detrás de un callejón.

Las comisuras de Keegan temblaron ante mi comentario y soltó una estruendosa carcajada. Yo sonreí un poco también. Él se recostó más en el sofá y apoyó sus botas en la pequeña mesa y llevó sus brazo a su cabeza.

—¿Eres motociclista?—La voz de Charles nos interrumpió. Keegan observó curioso al par de niños. Él negó con su cabeza.

—Conduzco un Honda a decir verdad.—Respondió a mis hermanos. Ellos se quedaron parados al lado de la puerta. Expectantes.

—¿Eres el novio de mi hermana?—Esta vez fue Ashton quien preguntó. Volteé mis ojos, mientras mis mejillas se ruborizaban, y Keegan rió.

—No, no soy su novio.—Comentó divertido. Ashton asintió una vez con su cabeza.

—Ella nunca trae novios a casa.–El pequeño rubio de ojos verdes prosiguió—. Mamá dice que tendría que presentarle un novio. Jamás lo ha hecho.

—Muy bien.—Lo corté. Me levanté y con mis manos señalé las escaleras—. Vayan a su habitación o le diré a mamá que haga verduras para cenar.

Ante la mención del monstruo vegetal, los dos rubios hicieron una mueca y escaparon de la habitación.

Me volteé hacia Keegan, quién me miraba expectante.

—Mírate nada más, S, toda una dictadora.—Se carcajeó—. ¿A los chicos les gusta eso en la cama?—Se atrevió a preguntar—. Oh, cierto, nunca tuviste novio.

Agarré el primer cojín que vi y se lo arrojé a su rostro. Eso no era de su incumbencia.

¿Acaso una chica de diecisiete no puede ser feliz siendo virgen?

¡¿Por qué, Dios?! ¡¿Por qué?!

Sonrisas AmargasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora