—Keegan.
—No, Pancho Pistola.—Respondió y emití un sonido de frustración.
El silencio nos envolvió nuevamente. Jugué con mis dedos y miré la fuerte lluvia azotar la tierra. Por suerte (aún cuando estábamos totalmente empapados), encontramos un techo para refugiarnos hasta que el clima se calmara. Todo era de matices lúgubres, de ambiente gris. Era normal que la tormenta produzca esta anomalía.
—Keegan.—Repetí y me apresuré en seguir ya que comenzó a abrir la boca para contestar sarcástico—. ¿Por qué no te agrada Damien?
Keegan selló sus labios y me observó con su ceja levantada. No pude dejar pasar el hecho de que siempre actuara con él de esa forma.
—Sam, Damien Wood no me puede importar menos.—Dijo impasible y yo lo miré atenta—. Así que disculpa sino me junto con él a jugar a las muñecas y a tomar el té.
—Damien es un gran chico.—Repliqué molesta por alguna razón que no comprendí.
Keegan se encogió de hombros y removió algunas gotas de agua que recorrían su frente. Como pude apreciar ese día en mi casa—con el puré de papa—cada vez que el cabello dorado de Keegan se humedecía se oscurecía al instante. Quedando un fuerte castaño, el cual contrastaba con sus ojos.
—Tal vez demasiado.—Argumentó y fruncí mi entrecejo al no comprender.
—¿Qué se supone que significa eso?—Me exalté, él solo me dirigió una mirada vaga.
—Solo digo que nadie puede ser tan perfecto, Jenkins.—Rodó sus ojos y suspiró queriendo zanjar el tema—. Pero si te gusta, bien por ti.
—No, Keegan.—Negué. No quería terminar con esta conversación. ¿Qué es lo que él quería decir?—. Por favor, explícame. ¿Acaso Claire no es perfecta también?
Keegan me fulminó con la mirada tratando de decirme algo como "no los compares".
—Sam.—Musitó—. Te gusta Damien. Está bien, déjalo. Ya está, no volveré a decir nada.—Volvió su vista al frente y el silencio comenzó otra vez.
Al pasar un minuto, solo con el ruido de las gotas golpeando las hojas y el techo, decidí tratar de entablar otra conversación. Me di cuenta que no sabía mucho sobre Keegan, solo esa horrible situación familiar y Claire.
—Háblame sobre ti, Keegan.—Susurré y el no me miró, pareció ignorarme pero luego contestó:
—No me interesa, Sam.
—¡Vamos, Keegan!—Insistí tocando su hombro—. Me aburro mucho.—Exclamé en tono de súplica.
—¿Qué quieres que te diga? No soy muy interesante.—Dijo cortante y ladeando su labio.
Es tan terco.
—Lo que sea.—Me encogí de hombros—. Cualquier cosa.
—La curiosidad mató al gato.
—¿Eso es una amenaza de muerte?—Pregunté divertida.
—Tal vez.
—Eres un amargado.
—Te faltó agregar "sin remedio".—Se burló y me enfurruñé.
—No me sorprende que todos te llamen raro.
—Ajá.—Contestó como si no le afectara para nada.
Otra vez, silencio absoluto. Me crucé de brazos, solo un segundo para Keegan Wayne me haga enfadar. Lo estudié y el solo seguía allí, con la mirada perdida en el barro mojado. Dejé de observarlo y suspiré del enfado que tenía.
¿Este chico no podía hablar como alguien normal por una vez en su vida? ¿Era tanto trabajo? Una ira ciega me invadió y me levanté de ese sucio suelo. Apreté mis dientes y di algunos pasos para calmarme pero al tercero—como si el karma hubiese venido a castigarme—me caí en la suciedad.
Por qué así era yo, el ser más inteligente del planeta que no puede enfadarse dignamente.
—Mierda, Sam.—Murmuró—. ¿Estás bien?
Keegan se acercó y me tendió su mano. Fui demasiado orgullosa y no la acepté, traté de levantarme sosteniéndome por mis pies y me caí de culo. Escuché la risa de Keegan, le hice notar que no me agradaba que se riera de mi miseria y él se calló con una sonrisa fantasma en sus labios. Esta vez no me ofreció su mano.
Keegan me agarró y me cargó.
—¿Qué haces?—Gruñí—. ¡Suéltame, Keegan!
Para mi sorpresa, él aceptó sin rechistar. Me dejó con cuidado en suelo y lo señalé.
—No vuelvas a hacer eso.
—Lo siento, Rapunzel.—Pude ver en su rostro que, en realidad, no lo sentía—. Era la única forma de que dejes de humillarte a ti misma.
—¡Yo me humillo si quiero!—Grité y al instante noté que eso no sonó tan bien como esperaba. Keegan soltó una carcajada—. Y Rapunzel tu madre, Keegan.—Farfullé tratando de recuperar mi dignidad
Ser ruda no era lo mío. En absoluto. ¿Lo peor? Keegan estaba completamente consciente de ello.
—Yo no fui el que te golpeó con una sartén.
Oh, genial.
—¡Ya hablamos de eso!—Di zancadas hasta llegar a él—. Dijiste que ya lo habías superado.
—Aléjate.—Me advirtió—. O te demandaré por trastorno de estrés postraumático, Bambi.
Emití un pequeño chillido de frustración. Me harté de su broma. ¡Solo fue un pequeño golpe con esa sartén! Ni que le hubiera ocasionado un derrame cerebral. O tal vez, era por eso que exactamente estaba actuando de esa forma tan inmadura.
¿Y quién se cree que es para llamarme Bambi? Oh, esperen...
¿Bambi?
—¡¿Bambi?!—Exclamé alzando mis brazos y enarcando mis cejas. El desgraciado ladeo su labio de manera divertida—. ¿Qué significa eso?
—Lo que tú quieras que signifique, Chica V.—Respondió con sorna.
¿Acaso... acaso él estaba jugando con mi virginidad? A la mierda el alma zen y el yo nunca me enojo. ¡A la mierda todo! ¡Keegan Wayne, tú estás muerto!
—Sería divertido verlo.—Se encogió de hombros.
¿Hablé en voz alta mis pensamientos? Doble mierda. Agh, ya pronuncié esa palabra más veces en dos minutos que en toda mi vida.
—Tú... tú...—Tartamudeé.
De inmediato me acordé de la película Encantada. Ese momento en la que la chica se enojó por primera vez en toda su vida, todo gracias a ese hombre.
Petulante, necio, testarudo.
—Te detesto, Keegan Wayne.—Solté por fin y un alivio invadió mi cuerpo. Me reí como una lunática y volví a repetir—. ¡Te detesto!
—Bienvenida al club.—Respondió con una gran sonrisa surcando sus labios.
N/A Hola :) Ante que nada... ¡MUCHAS GRACIAS A TODOS, LLEGAMOS A LAS MIL VISITAS! Y en taan poco tiempo. Me encanta leer sus comentarios así que no se olviden de opinar. ¿Qué les digo sobre el capítulo? Sam explotó. EXPLOTÓ. Ay, Keegan Wayne, nadie puede soportarte. Nos vemos ❤️❤️❤️
Mitch
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Sonrisas Amargas
Novela JuvenilKeegan Wayne era el raro de la escuela. Una persona altamente desagradable y con una gran capacidad para fastidiar. Con un cigarrillo en su boca y un extenso vocabulario de malas palabras, digamos que no era el chico ideal para nadie. Y eso lo sabía...