Capítulo 16: Tú, Sam

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Las palomitas calientes me incitaron un hambre feroz. Solo que esta vez no era en el cine, me encontraba tomando agua en la casa de Damien. Por poco no pude ingresar a la sala sin desmayarme. ¡Y estaba tomando agua directo de su nevera! ¿Qué más podría una chica querer?

Por suerte, la incómoda situación de la tienda quedó en el olvido.

Damien se sentó a mi lado, en su cama. Me pondría nerviosa y lo estuve—no me sentía lista para esas cosas—pero su madre se encontraba abajo y entonces, para mi alivio, entendí que nada pasaría. De todas formas, hubiese sido muy, muy apresurado. Pero vamos, es Damien Wood, hipotéticamente me entregaría en una bandeja de plata a él. Pero no era el momento.

—Estoy pensando que podría vivir de palomitas.—Dije con la boca llena. Sí, definitivamente Damien sacaba mi otra personalidad. La personalidad retardada, nerviosa, sudada y maleducada de mí.

¿Por qué con Keegan era todo lo contrario? Quise golpearme al invocarlo en mis pensamientos.

Damien rió, también masticado pero no lo hizo con la boca abierta. Hubiera preferido que lo hubiese hecho, sería mucho más cómodo para mí. A pesar de que nada pecaminoso pasaría, yo seguía sudando y no estando por completo segura.

—Eres linda, Sam.—Sus hoyuelos se marcaron y yo me ruboricé—. El rojo te sienta de maravilla.

—G-gracias.—Respondí entrecortada mirando mi gran suéter de ese color.

Los dedos de Damien sostuvieron mi barbilla y la elevaron. Obligándome a conectar sus ojos con los míos. De marrón a verde. En serio, ¿por qué yo no podía tenerlos así, tan especiales como los de él o tan intensos como los de Keegan? Oh, genial. Otra vez Keegan interrumpiendo este momento. Traté de empujarlo de mi cabeza, tal vez se mataría con la caída.

Las comisuras de Damien se elevaron dulcemente, miró mis labios y después a mis ojos de nuevo. Con su otra mano acarició mi mejilla y perfiló mi contorno. Acercó nuestras frentes, apoyándose entre sí. Contuve mi respiración, este chico trataba de asesinarme, no podía con esto.

—Eres hermosa, Sam.—Susurró en nuestra nula distancia. Este chico me derretía.

Unió nuestros labios. Muy lentamente nos besamos. Pude sentir el sabor a café y palomitas de maíz, era irresistible. Él era una dulce tentación, él era la manzana prohibida pero para mí suerte, estaba permitida. Damien tomó mi cuello y presionó todavía más nuestros labios. A los segundos nos alejamos en busca de oxígeno. Una sonrisa tonta se dibujó en mi cara.

—¿Lista para ir, preciosa?

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Cada mes de abril, las caravanas se detienen en nuestra ciudad y eso quiere decir una cosa: la feria llegó. Solía ir con mi padre, Ashton y Charles. A mamá siempre le resultó abrumador, adema que no soportaba que comamos tanta comida chatarra.

Con Damien caminamos a través de filas para los múltiples puestos de comida: griega, mexicana, china y muchísimas más. El carrusel no se detenía con los niños gritando de felicidad mientras sus padres trataban de sacarles una foto. Me sobresalté pero de inmediato me relajé al ver que solo se trataba de la mano de Damien sosteniendo la mía. Sonreí inevitablemente.

—¿A dónde quieres ir, Sam?—Preguntó sobre el ruido de la multitud—. ¿Montaña rusa? ¿Esos juegos donde te quitan tu dinero y nunca ganas premios? Tú eliges.

Las montañas rusas me provocaban el vómito y no me entusiasmó la idea que Damien vea eso. También estaba ese plato girador pero, al igual que la montaña rusa, me hacía sentir náuseas.

—¿Qué tal la casa del terror?—Dije señalando la tienda frente a nosotros. Se levantaba imponente, de un violeta oscuro con grandes dibujos a escala sobre maniáticos, asesinos, brujas, calaveras y un montón de cosas horripilante.

—Vamos.—Damien asintió y formamos la interminable fila.

Por fin al ingresar nos sentamos en esa plataforma que nos trasladaría por toda la casa. Las luces se oscurecieron, no pasó nada durante cinco segundos... hasta que un grito muy agudo se escuchó con un ruido estruendoso mientras una calavera cayó sobre nuestras cabezas. Estaba hecha de aluminio y papel pero no le quitaba su real apariencia.

—Oh, santísimo Dios que estás en el cielo...—Murmuré. No se me daba muy bien lo de rezar pero ya comenzaba a hiperventilarme. Esto era horroroso.

—¡AAAAH!—Grité cuando el mismísimo Diablo apareció a mi lado mientras una risa enajenada se burlaba.

—Shhh, tranquila, todo está bien, linda...—Damien acarició mi cabello y apoyó sus labios en mi cien para darme un casto beso.

Con la adrenalina en mi sistema y el terror que estaba sufriendo en este momento, no noté que lo estaba ahorcando. Deslacé mis brazos de su cuello, cohibida por mi abrazo embarazoso, pero no me alejé. Recosté mi cabeza sobre su hombro y me preparé al ser maligno que aparecería en cualquier momento...

—Eso fue horrible.—Negué con mi cabeza mientras llevé un nacho con queso a mi boca—. Horrible.—Repetí.

Después de terminar la casa del terror, pedimos unos nachos en esos puestos de dudosa credibilidad y buscamos una mesa. Todavía seguía perturbada.

—Esta bien, Sam.—Damien tocó mi mano son sus dedos—. Si te soy sincero yo también me asusté un poco.

—No parecía.—Lo miré admirada—. Para nada.

—Alguien tenía que ser tu muñeco de pánico, ¿no?—Sonrió. Sí, lo ahorqué más de una vez.

Ah, él era mi príncipe azul.

—Sam, quiero... quiero preguntarte algo.—Damien rascó su cabeza y apartó su mirada—. No quiero que creas que soy celoso o algo así... seguramente sonaré como un tonto pero...

Damien resopló. Se detuvo para organizar sus ideas y prosiguió:

—¿Tienes algo con Keegan? Sé que no... no somos algo oficial pero me gustaría... Lo que quiero decir es que los vi juntos en la fiesta de Nick, solo hablando, claro, pero en la escuela dicen que han estado pasando tiempo y ayer...

—Dam.—Lo interrumpí para llamar su atención. Él clavó sus ojos perdidos en mí y me enfocó relamiendo sus labios—. Cuando dije que éramos amigos no mentía. Nada pasó, pasa, ni pasará con Keegan Wayne, ¿sí?

Damien asintió.

—Lo siento... solo necesitaba saberlo para seguir con esto.—Damien suspiró y acercó su rostro al mío—. De verdad me gustas, Sam. Mucho.

No podría haber palabras que me hagan más feliz. En este momento estaba en las nubes bailando el limbo con un kilo de helado sabor chocolate.

—Bien por ti. Por qué también me gustas mucho.—Uní nuestras labios, esta vez, por mi iniciativa. No me gustaba Damien, estaba enamorada de él pero no me podía permitir tal adelanto de esta prematura relación. Suspiré, ojalá se convirtiera en una relación.

Sonrisas AmargasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora