—¿Estás bien?—Pregunté desde el otro lado de la puerta.
Al parecer, mis dos queridos hermanos sí tenían un plan maligno para este día.
Rociarnos con puré de papa.
Salieron de detrás del sillón, al grito de "¡Ataque!" Para luego rociarnos con puré de papas. Nuestra ropa, cabello, piel.
TODO.
Me gustaría ser Homero Simpson para estrangularlos mientras diría "Pequeños Demonios". Pero no, al parecer, en ojos de la ley, eso sería maltrato infantil. Y aunque detestaba a esos dos mocosos, los quería muchísimo, no importara qué.
Pero eso no los salvó de que los persiguiera por toda la casa tratando de agarrarlos—quién sabe—matarlos.
Después de una intensa lucha con ese par, caí en cuenta de que mis orificios tenían puré y Keegan también había sufrido la maldad de los enanos. Por eso, lo invité a que se asee en el baño. También le tuve que prestar una camisa y un viejo jersey de mi padre, los cual encontré por casualidad en las cosas viejas, ya que mi padre no vivía con nosotros.
Casi me caí de bruces a causa de que Keegan abrió la puerta del baño. Su cabello rubio ahora estaba más oscuro y por supuesto, mojado. Miré sus prendas y casi me largué a llorar de la risa.
—Te ves ridículo.—Solté y él me fulminó con la mirada.
Normalmente no me burlaba de nadie pero había olvidado de que mi padre es muy, muy alto y grande. Su ropa le quedaba enorme, dándole un aspecto de rapero callejero, muy mal vestido. A mi suerte, yo vivía aquí y tuve mi propia ropa para cambiarme.
—Ja-Ja, que graciosa.—Exclamó con sarcasmos y desdén—. Tú tampoco te veías hermosa con esa cosa asquerosa.
—¿Se supone que tú sí?—Pregunté y Keegan sonrió con suficiencia.
—Por supuesto, preciosa.—Me guiñó un ojo en broma y yo sonreí—. La próxima vez que venga dime si necesito traer ropa de repuesto.
Me sentí apenada por Keegan. Él no debería haber sufrido la rebeldía y descaro de Ashton y Charles.
—Será mejor que me vaya. Tengo que tomar el bus.—Se encogió de hombros y me tendió la toalla que le presté unos minutos atrás—. Mi auto está roto.
¿Había venido en bus hasta aquí? Mordí mi labio inferior, pensativa. Tal vez lo podría llevar a su casa con el auto viejo, si lograra que arranque. Observé a Keegan y me aclaré la garganta.
—Quieres...—Dije vacilando—, quieres que te lleve?
—¿Lo harías?—Preguntó aliviado de que no tendría que usar el bus. Yo asentí—. Gracias, Sam.—Keegan me sonrió agradecido y me gustó ver ese tipo de sonrisa, a diferencia de la arrogante.
Nunca creí que diría esto pero Keegan Wayne tiene potencial para ser un buen chico.
***
—¡Mierda, mierda, mierda!—Keegan gritaba mientras se agarraba de su cinturón de seguridad.
Estaba muy tieso en el asiento del copiloto y con sus ojos que saldrían corriendo en algún momento.
—¿Puedes dejar de gritar?—Lo reprendí, desviando mis ojos del camino—. ¡Harás que choque!
Keegan soltó una risa seca y me observó cómo si estuviera loca.
—¿Yo haré que choques?—Exclamó mientras miraba al techo—. ¡Es un milagro que no estemos muertos ahora! ¡Conduces horrible!
Ugh, ¿lo tenía que mencionar? Está bien, tal vez no saqué un perfecto puntaje en mis lecciones de conducir pero no estaba tan mal.
—¡CUIDADO!
Enfoqué la vista en la carretera alejando mis pensamientos y desvíe inmediatamente el auto a la izquierda.
¡CASI MATO A UNA ANCIANITA!
El auto se subió a una zona barrosa y con césped e hice lo posible para controlar el volante. Miré a Keegan mordiéndome el labio cohibida pero él solo se apresuró en desabrochar el cinturón y abrir la puerta.
—Puedo caminar desde aquí, S—Frunció su boca y agregó antes de cerrar la puerta—. Te recomiendo que llames un taxi.
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Sonrisas Amargas
Genç KurguKeegan Wayne era el raro de la escuela. Una persona altamente desagradable y con una gran capacidad para fastidiar. Con un cigarrillo en su boca y un extenso vocabulario de malas palabras, digamos que no era el chico ideal para nadie. Y eso lo sabía...