A veces me pregunto tantas cosas. Pero las respuestas se me van de las manos como el mismo polvo contra el viento. Vuelan al rededor, y a veces, ese polvo es tan pequeño. Tanto como para no verlo, estando presente, pero no consciente. Ese polvo, a veces aparece, y parte por parte, revelan una de las muchas respuestas que yo misma he tenido que comprobar. Me da miedo comprobarlo.
Porque no estoy segura de ello, y sé que duele, duele de manera leve y a veces se agranda conforma como yo creo controlarlo.
Pero la mayor respuesta de todas, es que no puedo pararlo en cuanto comienza. Debo recurrir, al roce, al tacto de lo que sea que me rodee, a las palabras, como hago normalmente, pero no puedo decir nada. Abrazar lo que esté a mi alcance con fuerza, para apaciguar lo que ocurre. Todo, se retiene sin quererlo, como si tuviese un autómata que me acordara que nadie tiene que sentir dolor por mi. Que yo lo puedo resolver. Ése autómata, que normalmente sé que está tanto bien como mal, se construyó con mi consciencia. Cuando alguien más está delante de mi, soy muy cuidadosa. Pero cuando se me va de las manos el cuidado, la culpa, igual que un martillo, así sea poco lo que pude haber hecho o no, me toquetea. Imagina un clavo, imagina que con toda la delicadeza, la punta se sostiene. Apenas roza la pared, cuando las cosas van bien, cuando el ahora brilla y se siente igual que una nube. Tranquila. A salvo. Segura. Pero, cuando algo sale mal, principalmente por mi parte, ése clavo, que antes rozaba, se hunde, poco a poco, hasta que el martillo consigue su objetivo, y el hueco que se siente hondo, vacío, yace y duele. Duele en silencio, y se queda allí. Las manos intentan sacarlo, pero están tan húmedas por las lagrimas que se acumulan, temblorosas por las dudas, por los recuerdos. Recuerdos. Mas recuerdos. Uno tras otro se aprisionan y, el clavo que intentaba sacar, se me escapa entre los dedos. Hasta que, al final sale, y respiro de nuevo. Puedo notar la diferencia. Puedo sentir el hueco aún, pero, también puedo ignorarlo. Porque el clavo ha salido, y no puedo permitir que entre donde ya fue. Se posiciona con suma delicadeza en otro sitio del muro. Con temor, me pregunto si volverá el martillo, pero no doy cuenta de ello hasta que sucede.
Cuántos huecos he de tener.
Para ya saber el grosor del clavo.
Para ya saber que aunque lo roce con los dedos, se me resbala.Para necesitar pedir ayuda para que no vuelva.
El miedo, actúa como un gran martillo. Pero no sufro. Porque son momentos que uno vive y, aunque es triste, pronto se recuperan. Se olvidan. Y vuelven.
Tengo mucho temor, de mi. Porque ya ha pasado, porque lo he visto con mis propios ojos y no sé bien si es por mi culpa, que si es un accidente, o han sido otros. Y es que, cuando algo parece un deja vú, temo más.Quizás, me preocupo tanto por el cuidado ajeno, que cuando yo ocasiono así sea el mínimo rasguño, no lo soporto.
Quizás, por eso me cuesta tanto sostener un recién nacido en mis brazos, no quiero herirle. Y no soporto no tener la fuerza suficiente para mantenerlo mas de 2 minutos en mi pecho por ello.
Tal vez por ello abrazo un oso con tu nombre mientras duermo. Me siento a salvo cuando es así.Es parte de mi, este temor. A lo mejor ya lo conocías, pero yo a veces lo olvido. Y escribir me hace bien y creo que es un bien mutuo.
Lamento mucho tener esto en mi, no es seguido, no es preocupante, pero está allí. Y espero algún día desaparezca.Porque tu me haces tanto bien y, eres tan hermosa.
Que no quiero provocar el mínimo rasguño. Nunca.Gracias, por confiar tanto en mi.