"Mira las estrellas, míralas de cerca"
Le decía con suma paciencia, al igual que la ternura que se podía sentir en cada palabra con sutileza, sus hombros estaban calmados y las manos tibias se mantenían leves en aquellos brazos. Sosteniendo el futuro, podría ser que aquel momento fuese corto, pero el tiempo no se media. Sus ojos color miel se movían con lentitud, como si quedar al borde del sueño se tratase. Pero aunque sus párpados se encontraban a cuestas, ella solo miraba su creación, su adoración, su única compañía la cual no rugía. Suspiró, casi pidiendo al viento que apareciese. "Ellas se quedan allí definidas, ellas son infinitas. Son copos de nieve reflejados en un oscuro y basto parque. Arte en la noche que no puede apreciarse en el día, arte en que no todos se fijan. Eso son, eso serás". Sus manos caían para relajarse, y sólo para dar pasos atrás y dejarle su espacio. Espacio. Su propio mundo compartido con el ajeno. No tenía estrellas, pero podían verlas. Conocerlas. Su adoración sonrió. Los cabellos color acero se movían al subir la cabeza de aquel artefacto grato en aumento. El telescopio nunca fue más importante para ellos. Se acarició los ojos y de ellos se vieron el reflejo de lo que pudo ser el anhelo. Eran grises, tan grises como las nubes cargadas de lluvia paciente, lluvia pesada. Grises como los mechones que poseía. Sonreía."Son hermosas". Su murmuro no pudo ser más suave, el terciopelo sentía celos. La voz hacía eco, y de allí, la sonrisa fue compartida. Ella abrió los brazos, brazos de porcelana que resplandecían bajo la luna. Y su adoración fue, sin petición alguna, caminó por el suelo hecho de tierra húmeda, había llorado el cielo esa noche. Las manos de ella se juntaron al apresar su cabeza contra su pecho, acariciaba ese acero hecho de fibra, ese acero que se juntaba con sus ojos y hacían que todo tuviera orden. Bajó la barbilla y besó su cabeza, silenciosa promesa.
"Son eternas. Como nosotras" Respondió y sintió esos brazos aferrarla, suplicando cercanía. Brazos que siempre estaban dispuestos a no soltarse. Y no se soltaron. La noche avanzó, pero ahí se mantuvo. El día amenazaba por crecer y hacerse ver, y ella tuvo miedo. Ocultó su preocupación al respirar hondo, y separó aquel gesto. Le miró con sus ojos, ojos oscuros como la noche que se terminaba. "Volveré si así quieres, pero ahora tendrás que estar sola" Y así se esfumó, al brote del sol que interrumpió la calma y dulzura, ahora todo era claro, y las estrellas se habían esfumado con ella. Suspiró, con pesar, con nostalgia, se había ilusionado de que esa noche seria tan eterna como las luces sobre su cabeza, era fuerte, lo suficiente para no llorar siquiera. Alzó la cabeza quitando sus cabellos de su vista, y las nubes fueron su bienvenida. Eran blancas como aquellos brazos, y suaves como su voz. La nube era su recuerdo, y ella era su noción. "Volverá esta noche, si así lo quiero. Pero quiero que no me deje, aun así las estrellas no regresen." Y como fue la dulzura de aquel deseo, su vida siguió siendo la que siempre era sin ella. Era joven, eran jóvenes, pero después de esa noche, su cuerpo hecho de huesos se fueron de la tierra. Polvo hecho de suave acero se admiraba en el viento, bailando en la vida que otros tuvieron, subieron arriba, donde el techo existe, y allí encontró lo que pedía. Después de esa noche, después de ese día, dos estrellas se crearon y estando así, unidas, se mantuvieron constantes, aferrándose al parque en el cual veían la vida pasar por ellas. Sonreían, aunque nadie les verían, como las dos se mantenían en silencio, formando el cielo, resplandeciendo.