Capítulo treinta y siete

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No puedo moverme. No puedo casi ni respirar. Mis manos, mis pies, todo tiembla. La acera empieza a mancharse de sangre. De la sangre de la mujer que me ha salvado. Ha vuelto. La persona que quiere matarme lo ha vuelto a intentar. Dios...

Si no fuera por la señora... Me fijo en sus rasgos: una mata de pelo castaño, un rostro sin arrugas, horrorizado. Su cuerpo manchado de sangre.

Los llantos de Amanda y Ricci me hacen volver al presente. Si me hubiera atravesado la cabeza con una bala, ¿habría matado también a los niños? ¡Dios no! Esta mujer ha salvado tres vidas.

Me levanto tambaleándome. Tengo que apoyarme en el coche para no caerme. Doy tres pasos, temblando, y me asomo a la parte trasera.

-Tranquilos-digo, conteniendo las lágrimas. Tengo que mantener la calma-. No lloren, por favor.

Entro en el BMW y me siento entre las sillas. Los saco con torpeza de las sillas. Dios, no paran de llorar. Los abrazo, intentando no llorar yo. Tengo que avisar a alguien. Esa mujer...

Amanda levanta la cabeza y me mira, balbuceando algo que no logro entender. Que asustada está.

-Escuchad-murmuro con voz titilante. Los levanto de mi pecho y me acerco más a ellos. Ricci está rojísimo, y con la cara empapada de lágrimas. Le doy un besito en el lugar entre sus cejas negras-. Estamos bien... Esa mujer me ha ayudado.

-¿Está muerta?-pregunta Amanda, girando la cabeza para mirar por la ventana.

Evito que llegue a mirar y los agarro bien.

-Venga, vamos...-les susurro, saliendo del coche. Mis piernas parecen de gelatina, joder...

No hay nadie en el aparcamiento del hospital. Nadie. Ningún testigo.

Subo las escaleras a trompicones y atravieso las puertas dobles del hospital.

No hay nadie en la recepción. Empiezo a frustrarme. Camino hacia la izquierda, por el pasillo que lleva a la cafetería. De la oscura esquina aparece un hombre alto, con unos kilos de más... Un segurita.

-¡Necesito su ayuda!

Jesús. Sueno incluso más asustada que Amanda y Ricci.

Casi me matan, otra vez. ¡Otra vez! Eso significa que lo del coche no fue porque alguien estuviera loco y me tocara a mí por casualidad.

Me quieren matar. A mi.

-¿Se encuentra bien? ¿Está herida? ¿Y los niños?

Niego con la cabeza a la vez que trago saliva. Gracias a Dios, los niños están perfectamente.

-Una mujer... Le han... Disparado... Mierda, está muerta-rompo en un sollozo.

-¡Tranquilícese, por favor!

Me ayuda a llegar a una fila de sillas azules, el metal frío. Aspiro una fuerte bocanada de aire para evitar seguir llorando. Necesito relajarme. Pero no puedo. ¡Dos veces! ¡Han intentado matarme dos veces! Y las dos veces el herido ha resultado ser otro.

-¿Dónde... dónde ha ocurrido?-el hombre fortachón se arrodilla y frunce el ceño.

Ricci ha dejado de llorar, creo que se ha vuelto a dormir. Amanda gimotea, cogiéndome la mano fuerte, sin soltármela. Está muy asustada. Y yo creo que me encuentro aún más asustada que ella.

-En los aparcamientos del hospital... Una señora evitó que me disparara un...-¿atracador? No sé que decirle-. Un atracador.

El segurita se levanta a toda velocidad y saca un walkie-talkie del bolsillo de sus pantalones.

Quiéreme, por favor (Completa pero editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora