Cap 2

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Cuando el reloj marcó las once de la mañana, por fin anunciando la necesaria hora del recreo, Nick se levantó rápidamente de su sitio, cosa que agradecí pues no soportaría por más tiempo las miraditas que se lanzaba con los demás mientras miraba repetidamente hacia mí, como si de verdad se pensase que no sabía lo que hacía por el simple hecho de que prefería ignorarles, aunque realmente me estaba enterando de todo. Era algo que no podía evitar, de hecho era una regla básica del manual de convivencia con gente imbécil: «Pasa de ellos, no merece la pena». Pero aún así, era incapaz de no escuchar lo que decían de mí.

Sin perder ni un solo segundo corrió tras Aitor antes de que este desapareciese tras el umbral de la puerta dispuesto a pasar su tiempo libre en un lugar mejor. Aitor, al verle acercarse, puso la vista en blanco con pesadez, juraría que si por él hubiese sido, habría salido corriendo para que Nick no llegase a alcanzarle, pero para su desgracia tenía que esperar por Derek, que estaba sacando dinero de su chaqueta. Esperó a que llegase junto a él para indicarle que fuese a darle la tabarra a otro con un gesto de mal gusto y, tras hacerle una seña con la cabeza a Derek para que se apresurase, ambos se alejaron dispuestos a disfrutar del tiempo libre sin que ninguna molestia a ojos de Aitor les impidiese hacerlo.

Nick, en un intento desesperado por salvar la situación y minimizar el impacto, o más bien el bochorno que había supuesto la actitud de Aitor hacia él (Algo que todos en el aula habíamos advertido), simplemente se forzó a plasmar una sonrisa triste en su rostro, como si lo que acababa de suceder no tuviese tanta importancia y sin mediar palabra alguna, sintiéndose seguramente completamente avergonzado, se juntó a uno de los grupos masculinos.

Escuché cómo los integrantes de dicho grupo discutían a voz en grito sobre qué deporte practicar aquel día en el recreo, si fútbol o balonmano. Solo el hecho de oírles hablar de deporte y de balones hacía que sintiese una gran pesadez. Personalmente nunca me había interesado el deporte, ni de forma práctica ni de forma teórica, en principio porque los balones eran los únicos a los cuales les encantaba mi cara. De hecho evitaba hablar de él para no quedar en ridículo ya que yo debía de ser el único bicho viviente que solo sabía tres nombres de deportistas famosos y ni siquiera sabía en qué equipo jugaban, ni en qué posición. Así que lo mejor que podía hacer para conservar durante más tiempo la poca dignidad que me quedaba y que esta no explorase capas de la Tierra desconocidas para el ser humano, era seguir evitando cualquier conversación de la que el deporte o la política formasen parte.

Durante la presentación, la tutora había mencionado que teníamos una nueva compañera, Tamara, una chica mulata alta, de melena con pronunciados rizos morenos que le caían elegantemente por la espalda y brillantes ojos castaño oscuro. Su cuerpo parecía ligeramente musculado, lo que me hacía dar por sentado que aquella chica iba al gimnasio o practicaba algún deporte. Aunque cada vez eran más las mujeres que lo hacían, se me hacía raro ver a una chica de mi edad con un cuerpo trabajado, incluso más que el de algunos de los chicos.

Desde el primer momento en el que había entrado en el aula y se había sentado en primera fila, junto a la puerta, se había ganado a algunos de mis compañeros con exagerada facilidad. Lo que me daba algo de esperanza hacia ellos, ya que la habían aceptado sin ser la típica chica pija popular que arrasaba por donde pasaba y sobre todo, la habían incluido en el grupo sin ninguna clase objeción debido a su color de piel. No me malinterpretéis, no somos una clase racista, solo muy hipócrita, por lo que no sería la primera vez que comentarios racistas se dejan oír acompañados de risas, pero hasta ahora no habíamos tenido en nuestro grupo a ningún compañero de otro color, de otra etnia u otros rasgos distintos a los nuestros.

Tamara parecía ser simplemente una chica amigable y muy extrovertida. A diferencia de la mayoría de los nuevos cuando llegan, no perdió el tiempo en absoluto y comenzó a charlar alegremente con todos a su alrededor sin mostrar ni por un segundo timidez alguna o miedo a lo que fuesen a pensar de ella, le salía de forma completamente natural, quizás porque a diferencia que yo, ella no los veía como demonios disfrazados. Ojalá fuera así de fácil para mí.

Ya es tarde para decir lo siento (versión 2018)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora