Podría decir que iba a intentar olvidar a Aitor durante los cinco días que durase la excursión de fin de curso, que iba a disfrutar con mis nuevas amigas, que no iba a dejar que nada ni nadie me estropease el viaje, que iba a pensar en Derek y olvidar por un momento que tenía un mejor amigo al cual yo le acababa de firmar casi de forma literal la mayor sentencia de toda su vida.
Pero lo cierto era que no era capaz de decir nada de aquello. Físicamente, estaba allí, en el aparcamiento del instituto, con una maleta llena de ropa que seguramente no llegaría a utilizar, una cartera llena de dinero para comprar recuerdos, dinero el cual seguramente terminaría gastando en botellas de agua y baratijas que bien podrían haber salido de un todo a cien de mi propio país y que seguramente nunca compraría de no ser porque lo iba a hacer en Londres.
Allí estaba, sí. Esperando, esperando a que mis amigas llegasen, esperando que las puertas del autobús se abriesen, esperando que la conversación que mantuviésemos durante el trayecto al aeropuerto fuese interesante... Eran las cinco de la mañana, estábamos a punto de embarcarnos en uno de los mejores viajes de fin de curso que hayamos tenido en nuestras vidas y yo... Realmente esperaba que Aitor hubiese dormido en casa.
El efecto que Derek, Tamara y las chicas habían tenido sobre mí, gracias a sus personalidades y valores, se había esfumado. Como si no hubiese sido más que una mera ilusión, un superpoder que el protagonista de la historia recibe para resolver sus problemas y más tarde le abandona. La chica optimista que había salido del pozo en el que estaba metida y le había plantado cara a lo que en la superficie le esperaba, se había esfumado, tras vencer sus miedos había descubierto que le temía a lo que pasaría ahora que ellos ya no estaban y se había vuelto a caer en el pozo. No había servido de nada, pues el remedio había sido peor que la enfermedad. Si tan solo hubiese esperado dos semanas más, todo estaría igual, con la diferencia de que no habría mandado a nadie a la cárcel.
Cogí aire y me hundí todavía más en mi chaqueta, dejando que el calor que su tejido emitía me abrazase, pues en aquellos momentos era el único que podía hacerlo. Derek terminaría por saber la verdad y junto a él, todos los demás. Solo tenía que seguir esperando, como siempre. Por primera vez, prefiero dejar que el tiempo haga su trabajo y cure las heridas que del pasado quedaron, yo ya he hecho mi parte. Estoy cansada, solo quiero que todo termine ya, pero para eso queda dar un último paso. Para mi alivio nadie había echado en falta a Aitor hasta el momento, claro que tampoco estaba previsto que fuese a venir al viaje, nunca lo hacía, prefería quedarse en casa haciendo lo que se le viniese en gana a estar más tiempo del estrictamente necesario con sus profesores y compañeros de clase y hasta este año, compartía su pensamiento.
En todo el instituto no se oía otra cosa que los gritos de mis compañeros y el ruido que hacían sus maletas al ir de un lado a otro. Cuatro profesores intentaban devolver al orden el caos que se había formado y contar los alumnos que se llevaban a la excursión, pero sus gritos eran acallados por los de las hienas allí reunidas. Mis amigas todavía no habían llegado. O quizás sí, pero yo no podía verlas entre toda aquella multitud. Derek debía de estar con los chicos, aunque tampoco lograba verlo.
Suspiré y me quedé completamente quieta en una esquina, acercando mi maleta a mí cuerpo todo lo posible para no molestar a los demás. Intenté prestar atención a alguna conversación que estuviese teniendo lugar cerca de mí, pero a mis oídos no llegaba más que ruido.
Dándome por vencida en aquel duelo, apoyé la cabeza sobre la pared y alcé la vista al cielo nocturno. Desde que era pequeña, siempre me había fascinado. Mi hermano y yo solíamos jugar a unir las estrellas con líneas imaginarias, intentando elaborar algún dibujo que se pareciese a cualquier cosa reconocible. Ryan era capaz de localizar las constelaciones más famosas y desde niños había tratado de hacérmelas ver de forma casi desesperada. Actualmente no solíamos hacerlo demasiado, pero de vez en cuando, compartíamos noches estrelladas asomados a nuestras respectivas ventanas, hablando en susurros para que no nos pillasen y señalando al cielo para mostrarle al otro nuestros descubrimientos.
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Ya es tarde para decir lo siento (versión 2018)
RomanceLa vida es una obra de teatro para Janet. Una obra de teatro en la que ella es el principal icono dramático y Aitor, el chico encargado de dirigir todo el bullying hacia ella, el cómico. De lo que unos se ríen, es lo mismo por lo que otros lloran. D...